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Cuba, sin Fidel pero con Trump

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Febrero 2017 / 44

Incógnitas: La llegada del nuevo presidente a la Casa Blanca abre un sinfín de incertidumbres en las relaciones del país caribeño con EE UU.

Carteles de homenaje a Fidel Castro al paso de su cortejo fúnebre en Jiguani.  FOTO: XAVI HERRERO

Mucho se ha dicho en estos meses sobre cuál sería el futuro de Cuba tras la muerte de su líder histórico, Fidel Castro, el 25 de noviembre pasado.  Si la isla fuera un universo cerrado, pocas preguntas tendrían una respuesta tan sencilla como esta. Porque el viejo jefe revolucionario, que gobernó en la isla durante casi medio siglo, tuvo el privilegio de poder armar su retirada y dejar como quien dice “sus papeles en regla” antes de emprender el último viaje al cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba. La conclusión en este caso sería: el futuro de Cuba será el que la dirigencia cubana venía planeando desde que Fidel se alejó de su cargo hace diez años y que se profundizó luego cuando dejó definitivamente el poder en manos de su hermano Raúl. Claro que hay imponderables que atentan contra un programa tan estricto, y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca es una incógnita que ni Fidel vivo hubiese podido desentrañar a esta altura de los acontecimientos.

Es que el tránsito a una Cuba donde gobierne la primera camada de hijos de la generación revolucionaria venía marchando, bien que con altibajos, según lo planificado tras la enfermedad que obligó al retiro de Fidel en 2008. De hecho, cuando asumió el poder Raúl Castro, el hermano del histórico jefe, había reformado las leyes de modo que ningún mandatario pudiese permanecer en el cargo más de dos períodos de cinco años. El suyo vence en 2018 y nada indica que no vaya a cumplir ese compromiso. Por otro lado, hay una cuestión de edad  evidente: Raúl seguramente también tiene pensado dar un paso al costado cuando cumpla 87 años y mantener la influencia en la próxima gestión que le dan los laureles conseguidos en la revolución junto a Fidel y el Che Guevara.

 

LÍNEAS PARALELAS

En coincidencia con la gestión de Barack Obama, quien asumió su cargo en enero de 2009, la Cuba de Raúl fue aggiornando su política económica, aunque, como siempre resaltó el viejo guerrillero de Sierra Maestra, manteniendo los valores y objetivos del socialismo. El Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social fue debatido en todos los rincones de la isla por la ciudadanía y se fue poniendo en vigencia en forma paulatina.  Así comenzaron a florecer emprendimientos particulares de la mano de propietarios de negocios y pequeños emprendedores en títulos que hasta entonces habían estado en manos del Estado. 

También se modificó la ley de inversiones extranjeras para facilitar el ingreso de capitales foráneos, aunque con un fuerte control central. El proyecto del Puerto Mariel, con aval del Gobierno de Brasil del entonces presidente Lula da Silva y fondos del Banco Nacional de Desarrollo brasileño (BNDes), podía pensarse como la antesala de un acercamiento a Estados Unidos que destrabara las drásticas y corrosivas medidas tomadas en 1962 para boicotear la economía cubana en el marco de la Guerra Fría.

Raúl Castro ha ido actualizando su política económica

Cuba ha cambiado leyes para facilitar la entrada de capitales

En diciembre de 2014 se anunció la reanudación de conversaciones entre Washington y La Habana. La sorpresiva noticia fue ilustrada con la imagen de una conversación telefónica entre Barack Obama y Raúl Castro que significó el fin de una política que, al decir del presidente estadounidense, no hizo sino aislar a Estados Unidos de América Latina. 

Con los meses se fue avanzando en la reapertura de las sedes diplomáticas, la designación de embajadores y la vuelta de los vuelos entre ambos países. En los últimos estertores de su mandato, Obama hizo otro anuncio resonante: la eliminación de una normativa migratoria generada para irritar al Gobierno de Fidel en los años noventa como lo fue la política de pie seco-pie mojado, que permitía que si un inmigrante ilegal era encontrado en tierra firme, fuera aceptado como refugiado político, mientras que si era hallado por los servicios de guardacostas, fuera obligado a regresar a su destino de partida de forma inmediata. 

Pero los republicanos, que tuvieron en este último tramo del demócrata la mayoría en ambas cámaras legislativas norte-americanas, impidieron concretar el levantamiento del bloqueo comercial.

 

NUEVO ESCENARIO

Con todo el empuje que Obama quiso dar al asunto –que incluso en la ya tradicional votación en las Naciones Unidas, casi unánimemente favorable a Cuba, esta vez se abstuvo–  esa asfixiante medida permanece como si nada hubiese ocurrido. 

En La Habana acusan de gran parte de los males de su economía al brutal bloqueo, que no permite el libre comercio no sólo con la nación más cercana a sus costas, sino que limita la posibilidad de hacerlo con el resto del mundo, ya que traba la utilización de moneda estadounidense y de los recursos financieros de que disponen los bancos, asentados en su mayoría en ese territorio. 

El triunfo de Donald Trump no parece ser una buena señal para que ahora los republicanos escuchen a los no pocos empresarios e inversores que ven oportunidades de negocios incalculables con los cubanos y lamentan que las aprovechen firmas asentadas en otras zonas. 

Por lo pronto, Trump se mostró particularmente agresivo contra el Gobierno de La Habana cuando ese mismo 25 de noviembre publicó en su cuenta de Twitter “¡Fidel Castro está muerto!”, y tildaba al hermano del actual presidente cubano de “brutal dictador”. Más aún, dijo que desde este 20 de enero hará “todo lo posible para asegurar que el pueblo cubano pueda iniciar finalmente su camino hacia la prosperidad y libertad”.

Con Obama hubo avances que si bien no calmaban las expectativas cubanas permitían avizorar un futuro menos traumático. Y no resultaría fácil ahora poner fin a las relaciones diplomáticas o prohibir los vuelos comerciales. En tal sentido, distintas organizaciones que hacen lobby en Washington y a las que no se podría catalogar de castristas, como el Cuban Study Group y la coalición Engage Cuba, coincidieron en un memorando donde señalan a Trump que “revertir el curso [de las políticas llevadas por Obama hasta el momento] podría tener consecuencias perniciosas para los intereses económicos y políticos de Estados Unidos y para las perspectivas de cambio en Cuba”.

El triunfo del republicano no es una buena señal

Washington mantiene el bloqueo comercial sobre la isla

Revertir la política de Obama con Cuba puede perjudicar a EE UU

Más allá de aquellos exabruptos de Trump y de su, por el momento, insondable derrotero en política exterior, en Cuba hay un cronograma de cambios que sigue vigente. El recambio de presidente del Consejo de Estado de Cuba y del Consejo de Ministros, desde el 24 de febrero de 2018, vendrá acompañado por otra batería de reformas, entre ellas de la constitución y de la ley electoral.  Ambos debates están asomando en las instituciones del Estado cubano, que, como en el plano económico, se ponen ahora a discutir ventajas y desventajas de cada proyecto en danza. 

Fidel Castro fue el hombre que dejó su impronta en varias generaciones de cubanos y moldeó con su fuerte personalidad un proceso revolucionario que comenzó el 1 de enero de 1959 y pasó por cataclismos peores que la llegada del polémico empresario estadounidense al poder en la principal potencia económica del mundo. 

Su ausencia se sentirá especialmente en las columnas de análisis y opinión sobre asuntos de política internacional y aspectos ambientales y científicos a los que había acostumbrado a propios y ajenos desde las páginas del diario Granma.  Las autoridades encabezadas por su hermano dieron una señal de respeto hacia su última voluntad y en una votación unánime de los 600 parlamentarios de Asamblea Nacional cubana se aprobó una ley que prohíbe el uso del nombre de Fidel Castro en espacios públicos y utilizar su imagen para erigir monumentos. Cosa que demuestra que una cosa es personalidad y otra personalismo.