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Grecia: por qué la crisis podría reavivarse

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Junio 2016 / 37

1. UNA CONTROVERSIA APARENTEMENTE TÉCNICA

La relación entre el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Comisión Europea (CE) ha dejado de funcionar.  Al desvelar, a comienzos de abril, una conversación interna entre dos funcionarios del Fondo, Wikileaks ha puesto de manifiesto la magnitud de las contradicciones que, respecto a la crisis griega, tiene lugar en el seno de la troika (CE, FMI, Banco Central Europeo). El núcleo de la controversia es la deuda griega: el FMI considera que es insostenible, por lo que debe reducirse. Es una posibilidad que la Comisión rechaza, pues cree que las reformas que Grecia se comprometió a llevar a cabo en julio de 2015, cuando firmó el tercer plan de salvamento de 86.000 millones de euros, bastan para reequilibrar las finanzas públicas a largo plazo.

Tras un drama político en el curso del cual los electores griegos rechazaron la austeridad exigida por los acreedores en el referéndum del 5 de julio, el Gobierno griego, al borde de la quiebra, no tuvo más remedio que capitular unos días después. Según el acuerdo, ratificado por el Parlamento griego el 14 de agosto de 2015, una serie de nuevas medidas de austeridad permitirían al país obtener un superávit de saldo primario de las Administraciones públicas* del 3,5% del producto interior bruto (PIB) a partir de 2018 . Bajo estas condiciones, y gracias a una recuperación de la actividad y tener de nuevo una inflación positiva (frente al -1,1% de media en el período 2013-2015), la deuda pública debería bajar del 177% del PIB en 2014 al 134% en 2024. 

Una mujer sostiene una bandera griega frente al Parlamento durante una protesta en Atenas. FOTO: bizoon/123RF

Pero, a diferencia de lo que se preveía, la situación económica se deterioró en el segundo semestre de 2015 debido básicamente a la incertidumbre política y a las draconianas medidas del verano (cierre de los bancos durante tres semanas e instauración del control de cambios), y el crecimiento del PIB seguirá siendo negativo en 2016. Por ello, el objetivo de un superávit presupuestario del 3,5% en 2018 ya no le parece creíble al FMI, que duda, además, de la voluntad del Gobierno griego de ir más allá  en lo que a la austeridad se refiere. El organismo de Washington propone, pues, bajar el superávit primario al 1,5% del PIB mediante unas reformas más serias y suplir la diferencia mediante una reducción de la deuda griega. La Comisión considera, por su parte, que la disminución de la actividad en 2015 no cuestiona la trayectoria en su conjunto y que se podrá alcanzar el objetivo del 3,5% del superávit primario. Estas previsiones son consideradas muy indulgentes por el FMI, que sospecha que Bruselas esconde la cabeza como el avestruz para no asumir una nueva reducción de la deuda griega.

2. ¿QUÉ QUIERE EL FMI?

¿Y qué opina Grecia? De manera aparentemente paradójica, se inclina por apoyar a la Comisión. El  Gobierno de Alexis Tsipras cree que el FMI estaría dispuesto a mostrarse más duro porque considera que los europeos sólo toman  medidas  cuando la catástrofe es inminente. En otras palabras, el FMI estaría dispuesto a  aplazar la concesión  de un nuevo tramo de la ayuda y, por tanto, a asfixiar a Grecia, que debe hacer frente a importantes plazos financieros en julio.  Todo ello para forzar, por una parte, a los europeos a aprobar una reducción de la deuda y, por otra, a Grecia a aceptar medidas adicionales de austeridad. A la vez que pone a Alemania ante una disyuntiva, cuyos términos sabe que el Bundestag (Parlamento) no va a admitir: o acepta una reducción de la deuda griega o el Fondo se retira de la troika.

Para el FMI se trata de una cuestión que va mucho más allá de lo puramente técnico. Uno de los axiomas de su política es no financiar a un Gobierno insolvente, ya que lo contrario significaría dilapidar el dinero de sus Estados accionistas porque no habría ninguna posibilidad de recuperarlo. Y el Fondo está convencido de que la deuda griega es insostenible; es decir, que sólo se podrá devolver mediante una austeridad inaceptable para la población e incompatible con la recuperación de la economía. Si reclama reformas estructurales, como en el caso de las pensiones, es porque le parece que la generosidad de las actuales es difícilmente justificable frente al esfuerzo que se exige al resto de la población griega. 

Esta postura, afirmada en más de una ocasión en el pasado,  se suavizó en julio de 2015 porque Grecia aceptó finalmente una nueva serie de medidas draconianas. Desgraciadamente, la recaída de la economía griega ha anulado, en lo que a ingresos fiscales se refiere, gran parte de ese esfuerzo. Para evitar una revuelta de sus accionistas,  especialmente de los países emergentes a los que no gusta que se deroguen los principios en favor de un país europeo, el FMI sólo puede reiterar su exigencia de una reducción de la deuda. Si no, deberá retirarse del juego.

3. ¿QUÉ QUIERE ALEMANIA? 

La pelota está, por tanto, en el tejado europeo, sobre todo en el de Alemania, pues Berlín es el mayor acreedor de Grecia (más de 60.000 millones de euros) y el menos inclinado, junto a Holanda y Finlandia, a ceder en la cuestión de la deuda. El problema para Alemania es que Grecia también es el principal punto de entrada de los miles de inmigrantes que intentan a diario llegar a Europa y, especialmente, a Alemania. Con la esperanza de contener ese flujo, la Unión Europea llegó el 18 de marzo a un acuerdo con Turquía por el que, a cambio de una ayuda financiera, se puede devolver a este país a los demandantes de asilo llegados a Grecia. Pero ello implica que Atenas acepte retenerlos en su territorio hasta que sean devueltos, algo que exigiría un poco más de comprensión a nivel financiero.

Un axioma del FMI es no financiar a un Gobierno insolvente

Cree que la deuda sólo se puede devolver con austeridad inaceptable

En otras palabras, Grecia se ha convertido en un elemento crucial para la resolución de la crisis migratoria alemana. El problema es que una reducción de la deuda, suponiendo que Alemania aceptase, cuestionaría toda la construcción monetaria europea. Significaría, en efecto, aprobar transferencias presupuestarias definitivas a favor de un Estado miembro, cuando el tratado sobre el funcionamiento de la Unión prohíbe que los Estados de la zona asuman los compromisos financieros de uno de ellos. Por otra parte, tanto Europa como Grecia no quieren ni oír hablar de una salida de Grecia del euro. La única solución es, pues, continuar gestionando las cosas a trancas y barrancas, tapando los agujeros financieros griegos mediante nuevos préstamos y ampliando una vez más los vencimientos —el FMI habla de préstamos a setenta años— y los períodos de gracia a la espera de que el crecimiento termine por volver. Es una espera difícilmente compatible con la persistencia de la austeridad, lo que aumenta el margen de maniobra de Atenas frente a Bruselas y empuja al FMI hacia la salida, sobre todo si se tiene en cuenta que, con el referéndum británico sobre el Brexit a la vista, la Comisión hará lo que sea por anular la posibilidad de una nueva crisis griega. Pero hay que convencer a los diputados alemanes de que se puede ser firme con Grecia sin la ayuda del FMI, o persuadir a éste de que se puede reorientar la deuda griega hacia una vía sostenible sin anular deudas. A no ser que se dejen para más adelante —tras el referéndum británico— las decisiones más difíciles.

 

* LÉXICO

Saldo primario de las administraciones públicas: saldo financiero del conjunto de las administraciones públicas al que se resta la carga de intereses sobre la deuda pública.