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Turquía, al borde del caos

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Diciembre 2015 / 31

Retos:Turquía se enfrenta a una profunda crisis política y económica. Su crecimiento se ve minado por el endeudamiento y la desconfianza.

Erdogan y su esposa, Emine, tras el último G-20. FOTO: G20 TURQUÍA 2015

¿Qué le ha pasado a Turquía? Ese país, alabado como un succes-story económico en los años 2000 y considerado como la principal esperanza de democracia en los países islámicos, se sume día a día en una inquietante huida hacia adelante económica y política.

Es innegable que su trayectoria, como la de numerosos países emergentes, sigue el ritmo de los flujos y reflujos de las finanzas Norte-Sur. La historia comienza en los albores de la década de 2000, tras el naufragio financiero de 2001 que hizo que el Fondo Monetario Internacional (FMI) acudiera en socorro de un Estado en quiebra y estableciera las bases de una recuperación espectacular de la economía turca. Todo ello en un contexto de afluencia de inversores extranjeros y de abundancia de liquidez internacional.

Parecía que esa dinámica positiva, interrumpida por la crisis financiera global de 2008, proseguiría a partir del comienzo de la recuperación mundial, gracias a la vuelta a un índice de crecimiento próximo al 10% en 2010 y 2011, a la entrada masiva de capitales en busca de unos rendimientos inalcanzables al otro lado del Atlántico, y, como ineludible contrapartida del dinero demasiado fácil, a una sacudida del crédito, del consumo y del déficit exterior.

En la década de 2010 ha cambiado la naturaleza del régimen

La fragilidad se debe a la incapacidad de las autoridades

El laxismo monetario y financiero explica el  aumento del déficit

Esta oleada de euforia no podía por menos que desaparecer una vez desencadenado, en 2013, el inevitable proceso de normalización de la política monetaria estadounidense y del reflujo de capitales a EE UU que la acompaña.

Sólo que esta historia demasiado esquemática oculta lo esencial: la ruptura profunda que ha tenido lugar tanto en el modo de crecimiento como en la naturaleza del régimen político turco durante los años 2010. En el poder desde 2003, el partido islamista (AKAP), de Recep Tayyip Erdogan, fue el instigador, en la década de 2000, de profundas reformas estructurales tanto en el ámbito social como en la supervisión bancaria, la liberalización de la economía y la apertura a los inversores extranjeros. Apoyadas por el FMI, esas reformas también se vieron animadas por la perspectiva de una entrada en la Unión Europea tras la apertura oficial de negociaciones para la adhesión en 2005. 

Durante los cinco años de crecimiento rápido (una media del 7% anual) que precedieron a la crisis de 2008, la economía turca se transforma y su industria despega bajo el impacto de un esfuerzo de inversión intensa. Los sectores de actividad de escaso valor añadido en los que, hasta entonces, concentraba su esfuerzo (textil, vestido, cuero) se abandonan a favor de la producción de automóviles, el equipamiento mecánico, la construcción naval, la industria de armamento, etc.

Celebrada por muchos, la vuelta de Turquía al concierto europeo va acompañada de una búsqueda, aparentemente sincera, de la solución del problema kurdo. Erdogan, primer jefe de Gobierno en evocar oficialmente el asunto, en agosto de 2005, presenta a la mayor minoría del país (el 20% de la población) las excusas del Estado por los “errores pasados” y multiplica los gestos de paz civil: autorización de televisiones y radios kurdas, inversión en infraestructuras en las zonas de población kurda...

 

UN ESCENARIO MUY DISTINTO

Dos mandatos más tarde, la Turquía de Erdogan está a punto de la quiebra y de bascular de nuevo hacia la guerra civil. La fragilidad financiera del país, anunciada desde 2013, no se debe tanto al repliegue de las finanzas mundiales sobre el dólar durante los dos últimos años como a la incapacidad de las autoridades para frenar los desequilibrios internos que se han acumulado a partir de 2010. El banco central, preocupado por favorecer la vuelta a los índices de crecimiento anteriores a la crisis, y animado por el Gobierno, dejó los tipos de interés a corto caer de más del 17% en 2009 al 7% en 2013. Alimentada por la afluencia de capital extranjero, la abundancia monetaria ha provocado que se disparara el crédito a los hogares y a las empresas y el alza de la Bolsa y del sector inmobiliario.

Mientras se hundía el ahorro privado, la inflación se aceleraba pasando del 10% en 2011 y provocando una apreciación del tipo de cambio real*. La sobrevaloración de la lira turca, del orden del 15% al 30% en 2013 según el FMI, degradaba la competitividad de la economía y estimulaba los préstamos en dólares.  Los bancos canalizaban a gran escala la moneda estadounidense hacia las empresas, cuya deuda en divisas se disparaba (véase el gráfico).

INDICADORES

LA ECONOMÍA TURCA

El laxismo monetario y financiero de las autoridades es, de este modo, la raíz del peligroso incremento del déficit de las cuentas corrientes, cuya financiación descansa cada vez más en el endeudamiento en divisas a corto plazo. Hubo que esperar a enero de 2014 para que el banco central decidiera elevar (¡5,5 puntos!) su tipo de interés. Pero el daño ya estaba hecho: sobreendeudadas en dólares, las empresas están atrapadas entre el encarecimiento del crédito interno y la depreciación de la lira turca. Con una deuda externa de cerca de 400.000 millones de dólares, unas reservas de divisas reducidas debido la intervención sobre el mercado de divisas y unas necesidades de refinanciación anuales en divisas del orden del 25% del producto interior bruto (PIB), Turquía está claramente en el punto  de mira de los mercados. No hay que excluir un freno brutal de la entrada de capitales, dado que la degradación del Estado de derecho y la escalada de las tensiones políticas y militares minan la credibilidad del régimen y exacerba la desconfianza frente a la moneda, que ha perdido en dos años y medio el 40% de su valor en dólares.

 

LA ESTRATEGIA DE LO PEOR

Iniciado en la primavera de 2013, el giro autoritario del régimen (prensa amordazada, palizas a periodistas, incendio de los locales del partido prokurdo HDP, etc.) da paso al surgimiento de un gran movimiento social con motivo de las manifestaciones contra la destrucción del parque Gezi en Estambul. La cólera de los manifestantes, atizada por la violencia de la represión, se propagó por las redes sociales desvelando la profunda hostilidad de una parte importante de la población hacia la arrogancia e intolerancia del poder, la corrupción del régimen y la creciente islamización de la vida pública.

El fracaso del AKP en conservar su mayoría absoluta en las elecciones del 7 de junio ha arruinado los proyectos de revisión constitucional de Erdogan, destinados a concentrar los poderes en las manos del presidente y a perpetuar su control del país. Negándose a cualquier acuerdo de coalición, ha elegido la huida hacia adelante en la violencia y la guerra civil, acusando al HDP, que por primera vez había entrado en el Parlamento, de colusión con la guerrilla kurda del PKK y reanudando las ofensivas militares contra las posiciones del PKK en Turquía. 

Ante el nuevo escrutinio del 1 de noviembre, la apuesta del nuevo sultán fue  federar en torno a su persona al electorado islamoconservador y a las fuerzas laicas nacionalistas (antikurdas) para ofrecerse como garante de de la integridad territorial de Turquía.

Se trata de una estrategia de lo peor que, al correr el riesgo de precipitar al país en el caos, podría, como en Egipto, decidir al Ejército a hacerse de nuevo con el poder. [Pero obtuvo réditos electorales:  Erdogan logró una rotunda victoria y su partido recuperó la mayoria absoluta.]

 

LÉXICO

Índice de cambio real: Medida de la evolución del precio relativo de los bienes producidos localmente y sobre el mercado mundial. Su apreciación es sinónimo de degradación de la competitividad de la economía.