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Decidir en común es mejor para Europa

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Marzo 2017 / 45

El modelo intergubernamental de toma de decisiones ha sido malo para la Unión. Recurrir al método comunitario hubiera sido más inteligente

La mayoría de los protagonistas de la política europea quiere huir como de la peste de la disyuntiva “Más o menos Europa”, por mucho que se esté ocultando tras la más liviana idea de “ni una ni otra, sólo hay que buscar una mejor Europa”, lo cierto es que subyace  por detrás y arrasa tanto en medios políticos como académicos de la Unión.  En los últimos meses empieza a ser frecuente la llamada, incluso desde sectores de la izquierda socialdemócrata, a una cierta reducción del proyecto de integración europea e, incluso, a la devolución de algunas competencias a los Estados nacionales. El problema es que, a la hora de la verdad, no resulta fácil imaginar qué aspectos concretos podrían dejarse, de nuevo, en manos de los Estados.  

Es cierto que la opinión pública europea mira cada vez con mayor desconfianza todo lo que procede de la Unión, entre otras cosa porque percibe que no  existe la posibilidad de exigir rendición de cuentas. Una encuesta efectuada por el Pew Research Center en 2014 en diez países miembros de la UE indicaba que el 49% quería de los Estados nacionales recuperaran poder, mientras que sólo el  19% creía que era la UE la que debía expandirlos. Sin embargo, el mismo sondeo dejaba ver una brecha bastante considerable entre los grupos de edad: 25 puntos de diferencia entre menores y mayores de treinta y cinco años en Francia, por ejemplo.

Cuando se habla de menos Europa, de disminuir la intensidad de la integración, nadie, en realidad, está proponiendo, ni en la socialdemocracia ni entre los populares, devolver a los Estados nacionales la política monetaria (es decir, la desaparición del euro), cuando, al fin y al cabo, han sido la estructura deficiente de la moneda única y las subsiguientes políticas de austeridad las responsables de esas encuestas. Así que si no estamos hablando de hundir la moneda, la única forma que parece sensata de salvarla es justamente lo contrario a menos Europa: habría que poner en marcha la pata de la política fiscal, cuya ausencia ha hecho cojear al euro desde su nacimiento.  No parece tampoco que se pueda volver atrás en la unión bancaria puesta en pie, sin grave oposición política, tras la evidencia de que la crisis de 2008 fue una crisis financiera, que exigió un desembolso descomunal de dinero público.

 

MIEDO SINCERO

Tampoco parece que el menos Europa encuentre traducción en el campo de la seguridad, donde, por el contrario, se van dibujando nuevos mecanismos de integración, no sólo a nivel policial, para hacer frente a la amenaza del terrorismo de Isis, sino también militar o de defensa (está sobre la mesa la creación del Estado Mayor Europeo). Pocos parecen creer que sea mejor afrontar la incógnita de Rusia desde cada una de las capitales europeas.

¿De qué se está hablando, entonces? Seguramente, del sincero miedo a que más Europa sea una manera de reducir aún más derechos laborales y civiles (mediante la teoría del mínimo común denominador). Sin embargo, también muy posible que detrás de toda esta pelea se encuentre la directa explicación del ex ministro sueco Carl Bildt: “No hablamos de menos Europa; hablamos de menos Bruselas”. Es decir, de lo que trata es de convertir en casi exclusivo el modelo intergubernamental de toma de decisiones y de jibarizar las competencias de la Comisión. La verdad es que la UE se ha deslizado ya por ese camino. No es cierto que la Comisión haya estado ausente estos años, pero sí que su papel se ha visto reducido y que la actual Comisión de Jean-Claude Juncker no ha tenido la misma influencia que tuvieron otras. El propio Juncker debe tener pocas esperanzas de revertir la situación, puesto que ha anunciado ya que no optará a un segundo mandato.

Se impone la tendencia a jibarizar el papel de la Comisión

El método intergubernamental de toma de decisiones dentro de la Unión significa, es verdad, menos Europa, pero eso quizás no importe tanto como la seguridad de que ese método ha sido, precisamente, uno de los causantes de los males de la Unión. Ha colocado a Alemania en una posición extremadamente dominante que ni ella misma deseaba y ha desposeído a los países pequeños de la mera noción de soberanía. El método comunitario quizá hubiera sido más inteligente a la hora de permitir políticas contracíclicas y hubiera sido más capaz de hacer frente al impulso centrifugador del Brexit. Ofrecer más intergubernamentalismo no ayudará a Francia, como parece haber comprendido el aspirante a la presidencia Emmanuel Macron.