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Los límites de la vida en la Tierra

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Febrero 2016 / 33

Si la temperatura del planeta sube hasta niveles aceptados en el pacto de París, muchas zonas se convertirán en inhabitables. Es falaz hablar de “temperatura global media”

ILUSTRACIÓN: PEDRO STRUKELJ

El debate en torno al cambio climático y sus consecuencias lleva abierto muchos años; en especial, después de la Conferencia de París sobre el cambio climático casi todo el mundo reconoce su existencia. Aun así, todavía hay quienes, de forma interesada o desinformada, niegan o minimizan sus efectos. No es fácil encontrar datos contrastados y fiables al respecto. Los medios y las tecnologías que permiten el seguimiento de la evolución climática del planeta durante un intervalo de tiempo significativo son recientes; también, el interés por hacerlo. 

Lo más cómodo, sin duda, es dejarnos envolver por la dulzura de la falacia que sostiene que no pasa nada, que todo es cíclico, que la Tierra apenas se está calentando un poquito y que siempre ha habido inundaciones, tormentas y olas de calor. Pero la falacia no se mantiene. No podemos seguir con los ojos cerrados. 

 

¿QUÉ NOS ESTÁ PASANDO? 

Desde hace años la Tierra nos está dando avisos de todo tipo: el calor de los últimos veranos, las temperaturas mucho más suaves de los inviernos, el descenso drástico del hielo en los glaciares y polos y de la nieve en las montañas, o los temporales, ciclones o inundaciones que arrasan, cada vez con mayor frecuencia y violencia, áreas enteras. Junto a ello, el descenso de la biodiversidad. 

Tengo más de sesenta años y siempre he vivido en Osona, en la Catalunya interior. Cuando era joven, y durante buena parte del invierno, las temperaturas nocturnas oscilaban entre -5 ºC y -10 ºC; de los tejados pendían carámbanos de hielo y todos los años había una o varias nevadas de 30 o 40 cm. En verano, difícilmente se llegaba a temperaturas superiores a los 30 ºC y las noches eran frescas. Hoy, en Osona, raramente hiela en invierno, las temperaturas son, con diferencia, más altas, y ya casi no me acuerdo de las últimas nevadas. En los últimos veranos, los termómetros ascienden hasta más de 40 ºC. El clima está cambiando. 

 

¿POR QUÉ OCURRE? 

Existe una coincidencia general en las respuestas a esta pregunta: el cambio climático se debe al incremento de la concentración en la atmósfera de gases contaminantes como el CO2 (dióxido de carbono) que se acumulan y que, junto al vapor de agua, originan el llamado efecto invernadero. Es un fenómeno natural, y hasta cierto punto necesario, que influye en la regulación térmica de la Tierra y de cuyo equilibrio depende, por tanto, la vida en la misma. 

Según dónde vivamos, la temperatura ya ha subido más de 4 grados

Al día generamos 36,7 millones de toneladas de CO2 sólo por el crudo

El Sol envía de forma continua a la Tierra unos 174.000 TW (terawatios). Pero sólo una parte de la radiación solar incide sobre la superficie y, de ella, tan sólo 23.000 TW llegan a tierra firme. Si nos calentáramos sólo por el efecto directo del Sol, la temperatura media del planeta sería bajísima, del orden de -22 ºC, y la Tierra estaría congelada. Pero nuestro planeta irradia a la atmósfera parte de la energía contenida y parte de la recibida. Allí, los gases acumulados la retienen y la devuelven a la superficie terrestre. Es un bucle que permite su recalentamiento, y supone que la temperatura media superficial global alcance los +14 ºC. 

Esta temperatura, que ha resultado óptima para la vida, se consigue con una concentración de CO2 en la atmósfera de alrededor del 0,028% (280 ppm o partes por millón). Es la que existía hasta hace cincuenta años. A mayor concentración de CO2, mayor retención y devolución de la energía irradiada y, por tanto, mayor temperatura. 

El CO2 es esencial para la vida. No sólo por su efecto de regulador térmico, sino también por ser imprescindible para los árboles y las plantas, que lo absorben y lo transforman en oxígeno. El problema radica en que sus beneficios dependen de condiciones de equilibrio muy sensibles en las que pequeñas fluctuaciones causan grandes, y potencialmente catastróficas, variaciones. Y el equilibrio se está viendo alterado. 

 

¿QUÉ PRUEBAS TENEMOS DE ELLO? 

Durante al menos dos mil años, y hasta 1960, la concentración de CO2 en la atmósfera  presentaba valores regulares del orden de 280 ppm. A partir de entonces, y coincidiendo con la era del consumo y del reinado energético del petróleo, el carbón y el gas natural, dicha concentración ha sufrido un considerable y progresivo aumento, y se ha llegado en la actualidad a más de 400 ppm. Incrementos similares se han podido observar en los últimos cuarenta años en el resto de gases de efecto invernadero como son el metano, el óxido de nitrógeno o los CFC y HCFC (gases que contienen cloro y flúor que se usan en aerosoles y en refrigeración). Esta concentración de gases contaminantes ha afectado a la temperatura media global de la Tierra, que ahora es 0,8 ºC superior a la de hace cincuenta años.

Pero hay trampa. Menos de un grado de incremento sería una pobre razón para justificar tanto revuelo. La falacia radica en hablar de “temperatura media global de la Tierra”. ¿Acaso la Tierra es un hábitat con condiciones térmicas y de habitabilidad similares en todos sus puntos, todos los días y a todas horas? Para obtener dicha temperatura media habría que partir de mediciones en miles, cientos de miles, de lugares geográficos, a lo largo de las 24 horas del día y de las 8.760 horas del año durante los últimos cincuenta años, y no se ha podido hacer. 

Más del 70% del planeta está cubierto por agua, y las regiones polares, los mares y los océanos actúan como maravillosos reguladores de la temperatura media global. En tierra firme, las temperaturas y los incrementos de éstas no tienen nada que ver con la temperatura media global que se usa para cuantificar el cambio climático. Es absurdo que se nos diga que el incremento ha sido de sólo 0,8 ºC: dependiendo del área geográfica en la que habitemos, hemos vivido cambios reales de entre 4 ºC y 6 ºC de media. Siendo rigurosos, deberíamos tener información acerca de la evolución de las temperaturas medias por zonas y en tierra firme, pero no la tenemos. 

 

¿QUÉ PUEDE PASAR EN EL FUTURO? 

Si seguimos quemando combustibles fósiles, la concentración de CO2 en la atmósfera podría llegar a valores de entre 400 y 1.200 ppm y la temperatura media global de la Tierra (con todo lo interesadamente confuso que resulta el concepto) podría sufrir un incremento de entre 2 ºC y 6 ºC. Las predicciones se mueven en horquillas muy amplias, lo que parece indicar falta de consenso y desconocimiento de las verdaderas consecuencias sobre el clima que puede tener nues tro consumo de combustibles fósiles. 

Ante la imposibilidad de encontrar una respuesta en los datos y las predicciones existentes, sólo nos queda, de nuevo, el  sentido común. Si el incremento de la temperatura media global de la Tierra hasta la fecha es de 0,8 ºC cuando la realidad es que en Osona, mi comarca en la Catalunya interior, así como en muchas otras zonas del planeta, los incrementos reales han sido de entre 4 ºC y 6 ºC, ¿qué puede pasar si esa temperatura media global sube, como ha aceptado el acuerdo de París, entre 2 ºC y 3 ºC? Una sencilla regla de tres nos da la respuesta: el incremento real, el que sentiríamos y padeceríamos, por muy increíble y duro que resulte, podría ser de 10 ºC a 15ºC (o de 20 ºC si no actuamos en consecuencia) en muchas regiones, lo que las convertiría en difícilmente habitables. 

¿Las consecuencias? Aunque muchas de ellas son imprevisibles debido a que desconocemos el comportamiento en esas circunstancias de nuestro gran pulmón, la atmósfera, un cambio térmico tan radical implica efectos insoportables. 

Entre los más claros y reconocidos se encuentra la desaparición parcial o total de los glaciares, con el consiguiente aumento del nivel del mar, que ya ha ascendido 0,6 m y que puede llegar a subir en 65 m. El cálculo tiene en cuenta no sólo el volumen actual de los glaciares, sino el hecho de que la temperatura afecta al volumen de los océanos. 

Pero además, y también debido al deshielo, el metano encerrado durante miles de años en los polos se liberaría a la atmósfera y contribuiría de forma exponencial y negativa al empeoramiento del clima. Los cambios térmicos irían, con toda probabilidad, acompañados de cambios en el régimen de precipitaciones, con un posible aumento en las zonas costeras y una disminución en el interior, y la variación de las corrientes marinas y sus efectos beneficiosos. Es lógico imaginar, a partir de ahí, los posibles cambios en la distribución de la vegetación: las zonas cultivables disminuirían a causa de las sequías, las zonas desérticas aumentarían y grandes zonas hoy templadas acabarían teniendo un clima tropical. 

Todo ello dibuja un nuevo mapa de la Tierra en el que amplias áreas serían inhabitables, muchas especies vegetales y animales desaparecerían y esto provocaría grandes movimientos migratorios de la población. Junto a ello, la expansión de enfermedades tropicales, como la malaria, el cólera u otras, que podrían aparecer en Europa o en América del Norte, además de otras muchas y dolorosas consecuencias negativas imprevisibles.  

 

¿ESTAMOS A TIEMPO DE RECTIFICAR? 

El cambio climático no es, en realidad, un cambio. Es un verdadero cáncer climático que está creciendo en el pulmón de la Tierra y que es alimentado por nuestra dependencia energética de los combustibles fósiles. Si diariamente quemamos, aparte del carbón y el gas natural, 85 millones de barriles de petróleo -13.500 millones de litros-, y con ellos generamos, cada día, la exorbitante cantidad de 36,7 millones de toneladas de CO2 que se quedan agarrados a la atmósfera, ¿cómo esperamos que resista?. 

Al igual que afrontamos un cáncer sabiendo que el órgano ya está dañado, pero que hay esperanza de vida si actuamos con rapidez y  con todos los medios, debo creer firmemente que si reaccionamos sin dilación todavía estamos a tiempo de evitar que las consecuencias del desequilibrio que ya hemos causado en la atmósfera se conviertan en irreversibles, es decir, en mortales. 

Para ello es imprescindible e ineludible que, sin más pérdida de tiempo, modifiquemos nuestro modelo energético y construyamos uno basado en las energías renovables: las que el sol y los flujos biosféricos nos regalan cada día. No sólo son limpias, sino también gratuitas e inagotables. El modelo de transición energética que propongo en mi libro El colapso es evitable. La transición energética del siglo XXI, es la demostración de que el cambio es posible y además muy ventajoso. ¡Ya no hay excusas! 

*Colectivo por un nuevo modelo energético social y sostenible