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Competencia, ¿para qué?

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Enero 2015 / 21

La revista Alternativas Económicas, que ha cumplido 20 números, debería ser de lectura obligatoria para todo profesor o alumno de economía con una mínima sensibilidad progresista, y también para periodistas, politólogos y público en general interesado en cuestiones económicas. Su reto principal es el de gran parte de la izquierda: desarrollar un discurso económico progresista de calidad como el que se elabora en círculos de otros países como EE UU o Francia.

En el dossier del número 19 hay un interesante artículo de mi amigo y colega Javier Asensio —”Defender la competencia es de izquierdas”— que puede dar lugar a un interesante debate en el futuro: la relación de la izquierda con la competencia. Para mi gusto, este artículo presenta una visión necesaria, pero demasiado unilateral. Por supuesto, la competencia allí donde es posible es preferible a los monopolios, no es sinónimo de desregulación, y es cierto que facilita cobrar impuestos minimizando la ineficiencia y ampliando las bases fiscales. Pero es también de justicia destacar que si los trabajadores temen en ocasiones a la competencia es porque la complementariedad entre competencia e impuestos elevados actúa en ambas direcciones. Es lógico que no se acepte la competencia abierta si no hay un fuerte colchón en forma de generoso Estado de bienestar financiado con una alta presión fiscal (hoy requiere una mejor arquitectura institucional federal, en España y Europa).

Antes de abrir puertas y ventanas a la competencia, la gente de izquierdas queremos saber cómo va a afectar a las personas más vulnerables, a las que tienen menos poder. Por otro lado, la competencia no es una panacea si además del poder de mercado existen otras imperfecciones. Un ejemplo: si hay contaminación, más competencia empeora las cosas a no ser que se disponga de una amplia gama de instrumentos de intervención pública; es la llamada teoría del óptimo de segundo orden (second best). Y la competencia también puede tener lugar sobre dimensiones no deseables, como el estatus o el gasto suntuario. A largo plazo, la competencia debe ser la óptima, y debe interactuar con la cooperación a gran escala para facilitar el desarrollo económico.
Francesc Trillas