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El negocio de la muerte

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Septiembre 2014 / 17

Cada vez que leo que la “joya de la corona” en España del fondo de capital riesgo británico 3i es la funeraria Mémora me pregunto cómo hemos podido caer tan bajo como sociedad.

Nunca entendí que la muerte pudiera generar lucro, por mucho que en su día el pelotazo privado se argumentara desde la supuesta eficiencia en plena descomposición de los defensores de lo público tras el hundimiento de la Unión Soviética. Pero desde entonces hemos hecho además unas cuantas piruetas: no se trata ya de que haya “participación privada” en la funeraria pública, sino oligopolios 100% privados que tienen como único objetivo generar valor para accionistas radicados en los centros financieros internacionales a partir de la muerte de ciudadanos, colocando cuantos más servicios —y más caros— mejor a los desconsolados familiares en estado de shock. “¿No le parece a usted que fulano merece ser enterrado en madera de x, que cuesta apenas 1.000 euros más, en lugar de madera de y?” “Cómo no, claro, claro, no vaya usted a pensar que no le quería”.

El colmo del sarcasmo es que este proceso, común en el conjunto de España, en Barcelona lo lideró sobre todo la independentista Pilar Rahola, y ahora sirve para llenar las arcas de uno de los grandes agentes de la City cuyo máximo ejecutivo en España es nada menos que Alejo Vidal-Quadras de Caralt, hijo del terror de los independentistas.

Se acercan las elecciones municipales: un buen momento para reabrir el debate sobre la recuperación de lo público tras la ofensiva privatizadora de las últimas décadas que nos ha llevado donde estamos. Lo que un día se privatizó puede volverse a municipalizar, como bien demuestran las experiencias alrededor del agua en París y Berlín. Ojalá cunda el ejemplo también en España y se sitúen en el mismo paquete los servicios funerarios.

En lugar de alentar el negocio de la muerte, los Ayuntamientos deberían recuperar el servicio público de despedir con dignidad a los ciudadanos fallecidos y a sus familiares sin necesidad de apretarles las tuercas pensando en el “valor” que se genera en Londres.

J. V. A. Barcelona