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El sueño roto de dar el mejor servicio

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Septiembre 2013 / 6

Psiquiatra en la sanidad pública de la Comunidad de Madrid

ANÁLISIS

Las personas que trabajan en la sanidad pública a cargo de la gestión privada se sienten impotentes

Cuando el pasado día de los Inocentes comunicaron su cese a dos jóvenes psiquiatras de mi servicio, lo sentí especialmente por ellos. Sabía que la decisión iba a tener repercusiones sobre la asistencia sanitaria a los pacientes, pero no supe calcular hasta qué punto. Pensar en la inversión en tiempo, dinero e ilusión que hemos puesto en formar a profesionales de calidad y ver cómo ahora renunciamos a ellos con tanta ligereza, duele. 

Los ajustes se han seguido haciendo y, a día de hoy, he podido sentir en mi práctica cotidiana las consecuencias que tiene prescindir de profesionales, tanto en número como en calidad. 

Hace seis meses no tenía problemas para revisar la evolución de un paciente grave, de riesgo; siempre encontraba un hueco en las siguientes semanas (o días) para evaluarlo y, en muchos casos, evitar el ingreso hospitalario y prevenir riesgos mayores, con las consecuencias que esto puede tener en la integridad física y psíquica de la persona y en la salud económica del hospital (el ingreso hospitalario exige un enorme desembolso para la Administración). 

Hoy me he visto en la situación de tener ante mí a una persona con una enfermedad psíquica grave que, sin encontrarse en una fase de franca recaída (sin indicación rigurosa de ingreso), estaba en una situación de alto riesgo de descompensación. No puedo citarlo hasta dentro de cuatro meses. Tengo dos opciones: ingresarlo (siempre que se puede, se evita) o verlo sin cita, con el sobreesfuerzo que esto supone siempre para los profesionales, sanitarios y administrativos, y para los pacientes citados, que dispondrán de menos tiempo para sus consultas. 

Esto sucede en plena crisis,un momento en el que la salud mental de la sociedad y el individuo son tan vulnerables.

La evaluación que hoy día hacen algunos jefes de servicio de nuestro trabajo es, cuando menos, desalentadora. Cambios arbitrarios de destino, amenazas veladas de despidos o de disminución de la jornada laboral y, en general, un escaso reconocimiento por nuestra actividad especializada, no son factores que alienten a hacer sobreesfuerzos no reconocidos. 

A un paciente con riesgo de descompensación no podía citarlo hasta después de cuatro meses

Nos piden números. Lo que cuenta es haber visto más pacientes, no haberlos visto bien

La asistencia sanitaria dio un giro a peor desde que el perfil de referencia para las jefaturas comenzó a ser el de un gestor, y me pregunto: si España es uno de los países europeos que menor proporción del PIB invierte en sanidad y a pesar de eso se considera “insostenible”, ¿no se tratará de un problema de gestión? Y si es así, ¿por qué mantienen a algunos gestores en sus puestos desde hace más de veinte años? ¿Por qué se despide a profesionales sanitarios cuando son los gestores quienes parecen haber demostrado su inoperancia? Si es reconocida como una de las mejores del mundo a pesar de que sus profesionales están entre los peor pagados de Europa, ¿por qué se despide a profesionales sanitarios? ¿Qué estímulo tenemos cuando nos sentimos maltratados como personas y no reconocidos como profesionales?

Solo nos queda el orgullo de un trabajo bien hecho, con honestidad, y el reconocimiento del paciente, pero de esto también empezamos a carecer. Cuando la atención que les podemos prestar es cada vez más escasa en tiempo y recursos, también las personas enfermas tienen quejas sobre la atención, y con razón. Desgraciadamente, del trato amable no queda constancia, de modo que inevitablemente tendemos a centrar nuestra atención en aquello que los gestores nos piden: números. Lo que cuenta es haber visto a más pacientes, no haberlos visto bien. 

Todo esto crea un ambiente en los equipos que no había vivido antes; la desilusión, la falta de cooperación, el mal humor y otros factores similares repercuten directamente en el enfermo, pero pasan inadvertidos para los gestores. 

Observar cómo un gran hospital empieza a prescindir de su gente, a cerrar camas que se acumulan en espacios habilitados a modo de trasteros mientras los enfermos esperan su ingreso en las unidades de urgencia por carecer de camas o de personal, es triste. Ver cómo recortan nuestros recursos y aumentan nuestras listas de espera mientras pagan horas extraordinarias en centros ya externalizados es frustrante. 

Estamos siendo testigos del desmantelamiento de un sistema con un objetivo claro: crear la necesidad de una externalización de los servicios sanitarios que ha demostrado en otros países y otras comunidades autónomas ser ineficaz. 

Cuando empezamos a enfrentarnos a la Administración en contra de la externalización, no lo hacíamos por miedo a los despidos (la mayoría de nosotros va a mantener su trabajo), sino por temor a las consecuencias sobre el enfermo, de ahí nuestro empeño y nuestro esfuerzo en intentar evitarlo. 

A veces con el reconocimiento de la justicia y otras a pesar de sus mandobles, seguiremos luchando, pero puedo asegurar que a la mayoría de nosotros, “sólo nos verán de rodillas frente a un paciente”.