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“Hacen falta más fondos, y más amor” // Gemma Culla Perarnau

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Mayo 2015 / 25

ENTREVISTA

 Gemma Culla Perarnau

‘Sin hogar’, miembro del Consejo Directivo de la Fundació Arrels

Gemma Culla Perarnau vivió seis años en la calle. Sigue necesitando ayuda para vivir, a pesar de contar con una pensión. Prácticamente no puede caminar. Se mueve en una silla de ruedas eléctrica que compró con ahorros que le obligaron a hacer en un albergue. Desde hace meses forma parte del Consejo Directivo de la Fundació Arrels. Allí han visto que la mejor manera de ayudar a los ‘sin hogar’ es que ellos mismos participen en la toma de decisiones.

Gema Culla Perarnau. FOTO: M.V.

¿Cómo llegó usted a Arrels?

Soy alcohólica, hoy pasiva. Es una de mis enfermedades. Cuando tenía dinero bebía whisky, y cuando dejé de tenerlo bebía vino barato. Tengo estudios hasta tercer año de Ciencias Biológicas, y he hecho muchos tipos de trabajo. He trabajado como traductora de francés y transcriptora de textos. He sido secretaria de dirección. Pero tomé decisiones equivocadas. Dejé la universidad. Dejé al señor con el que me había casado durante un año (que no quería estar conmigo). Luego me convertí en hippie, y mi mente pasó de la libertad al libertinaje. Coleccionaba hombres. Hice dos años de teatro y terminé juntándome con mi jefe, que era alcohólico. Estuvimos cuatro años hasta que me dejó. Mientras, me convertí en una alcohólica activa. Me fui a un piso sola. Podía pagarlo. Había mucho trabajo, y a mí me cogían rápido. Pero los iba perdiendo. Finalmente, fui comercial de una editorial, donde todo el mundo bebía socialmente. Y yo, en demasía. Al final, lo perdí. Tengo una hija que ha sufrido una madre alcohólica. Cuando ella iba a cumplir 18 años nos desahuciaron del piso.

“Es de agradecer que nos escuchen y nos tengan en cuenta”

“Desde el más rico hasta el más pobre pueden acabar en la calle”

“Faltan medios de ayuntamientos, diputaciones y Estado”

No pudo dejar el alcohol…

Lo he intentado mil veces. He ido a no sé cuántas desintoxicaciones. Fui a lugares maravillosos, con gente muy buena. Pero yo volvía a caer. Acabé en la calle. Hay muchos compañeros que tienen carreras universitarias. Unos son arquitectos, otros ingenieros. Hay de todo. Hay gente con cultura. Pero el gen de la dependencia te hace las cosas muy difíciles. Cuando estaba en la calle, una amiga que es voluntaria me dijo: “Te tendrás que duchar”. Fui a Arrels, y en seguida quisieron seguir mi caso. A cambio, tenía que dejar la libreta de la pensión no contributiva para que me la administrasen. Me consiguieron espacio en el albergue de Horta, que es como un centro militar, muy rígido, y me ha ido maravillosamente bien. Estuve poco más de un año hasta que me consiguieron un piso. Ahora lo comparto con un señor de casi 80 años.

A mí, la Fundació Arrels me ha salvado la vida. Si no me hubieran ayudado, habría muerto en la calle, como muchísimos compañeros.

¿Cómo terminó en el Consejo de Dirección?

En sólo dos años y pico de estar con ellos he tenido este honor. Cuando me llamaron pensé que era porque había hecho algo malo. Respondí:“¿He hecho algo mal?”; y me contestaron: “Tendrás una sorpresa”. Fui, naturalmente, y me explicaron que querían dar una mejor asistencia. Me dijeron que me lo pensara, pero no lo hice. Enseguida respondí: “Por Arrels yo doy la vida”. Tenemos reuniones en el Consejo de Dirección donde nos cuentan los asuntos, y damos nuestro punto de vista.

¿Cómo es trabajar en el equipo directivo?

Nos reunimos. Normalmente se explica una cuestión para la mejora de la atención. Los jefes de departamento dan su visión; los voluntarios —que nos conocen mucho— también. Y nosotros, un compañero y yo, que somos usuarios, damos la nuestra. Se toma una decisión común. Se tratan siempre cosas distintas. Yo agradezco la confianza. Es muy de agradecer que nos escuchen, y que tengan en cuenta lo que decimos.

¿Qué es lo que hace falta?

Falta financiación y sensibilización. Si nuestra situación se publica y se conoce, la gente se sensibiliza. Tienen que saber que en la calle no estamos cuatro desgraciados. Todo el mundo, insisto, todo, puede acabar en la calle. Desde el más listo hasta el menos listo, desde el más rico hasta el más pobre. Sólo hay que mirar las noticias y la política mundial, la crisis. ¿Cuánta gente está sin trabajo? Toda esta gente no puede pagar el alquiler o la hipoteca. Hay desahucios con niños. Se van a la calle. Desde mi punto de vista faltan medios de los ayuntamientos, de las autonomías y del Estado para acoger a toda la gente que la han desahuciado, que ha perdido el trabajo… Hay gente que no tiene posibilidad ni de comer. Yo no soy católica, pero las monjas dan una gran cantidad de comidas cada día. Hay como tres o cuatro turnos. Desde las 10:30 hasta las 14:00. Hay unas colas tremendas. Hay muchos comedores sociales, pero somos demasiados. Faltan más albergues, más comedores sociales y más duchas.

¿Qué se debería hacer con una persona que está en la calle? ¿Cuál es el mejor modo de ayudarle?

Cada persona es distinta. A una persona que se ha acomodado a la calle, que tiene sus vecinos que le dan comida, tú le ofreces, por ejemplo, que vaya a un albergue y prefiere seguir en la calle. Cuando veo a alguien en esa situación siempre me acerco y le digo que pida ayuda. Pero no siempre lo hace.

¿Por qué? ¿Puede ser muy duro un albergue?

No. Lo que pasa es que los hacen duchar, y hay gente que no quiere. Les dan de comer, pero antes de ir no lo saben. Y luego, no todo el mundo es igual.

En primer lugar, creo que debería erradicarse el desprecio de quienes se considera personas “normales” (nosotros también somos normales). A la gente de la calle se la desprecia porque tiene fama de ladrona. Yo aseguro que no. La inmensa mayoría de quienes viven en la calle no roban. Pero ladrones hay. Desde el gobierno hasta abajo de todo.

Una anécdota de gente que no entiende. Una vez, durmiendo en la calle, me robaron el bolso con todo lo que tenía. Fui a buscar a los policías y me preguntaron: “¿Dónde ha dormido usted?”, y les dije que en la calle. “Pues se lo ha ganado”, me contestaron, y no me hicieron ni caso. Tuvimos que ir a comisaría a denunciar.

Hay gente muy caritativa, pero la mayoría nos despreciaban. Ese desprecio duele mucho. Para que recuperes tu autoestima —naturalmente, cuando estás en la calle la pierdes y por eso te enganchas al alcohol, o a las drogas, o a lo que sea—, deben ayudarte y respetarte.

¿Qué más se necesita?

Cualquier persona necesita un techo, una cama, comida. Son las necesidades básicas. Pero también se necesita mucho amor y tolerancia. Hay que tratar a cada persona como es y respetarle, por ejemplo, los malos humores. Porque la calle provoca mucha rabia y mucho odio. Hay muchas peleas. Aguantar en la calle induce a la alcoholemia. La gente que ha sido bebedora social toda la vida, o leve fumadora de marihuana, en la calle se convierte en alcohólica empedernida o en drogadicta, con otros tipos de drogas. La gente que está en la calle muchas veces quiere morirse, pero no le toca.

Es duro. En la calle se hace pis y caca en el suelo. Es terrible. No tienes ropa. Vas vestida siempre con lo mismo. Acabamos haciendo peste. En Arrels, cuando te vas a duchar, te cambian la ropa. A mí, cuando me daban una ducha a la semana, iba toda la semana vestida igual: las mismas bragas, el mismo jersey, la misma camiseta, pantalones.

¿Cómo pueden ayudar las personas de a pie?

La gente tira cosas increíbles pero, a su vez, no da. ¿Cuántas personas buscan en las basuras? Yo lo he hecho. Cuando estaba con mi hija, he ido a pedir pan y no me han dado. Mi hija llevaba bocadillos gracias a la buena gente que pone lo que les queda de la barra del pan del día anterior colgado en una bolsa al lado de la basura. Yo recogía ese pan. También he tenido animales, y la gente, sabiendo que tenía una hija, me traía comida para los animales, pero no para mi hija. Me traían embutido para mis perros, y yo se lo metía a mi hija en el bocadillo.

“Faltan más albergues, más comedores sociales y más duchas”

“La gente tira unas cosas increíbles, pero a su vez, no da”

También necesitan entonces otras cosas, como ropa…

Sí. Incluidas las bragas y los calcetines. Eso lo tienen que llevar a las fundaciones directamente. El mensaje es que todo lo que la gente tenga de más, lo traiga. Cualquier cosa. Si tiene dos sartenes, y sólo usa una; cuatro ollas, y sólo usa dos… Todo puede servir. Somos muchos, muchísimos, pero no hay recursos suficientes. Creo sinceramente que las instituciones públicas tendrían que colaborar mucho más.

También pueden hacerlo los negocios…

Cuando yo estaba en la calle había un restaurante al lado de donde dormía que nos despertaba sobre la 1:30 de la madrugada y nos traía las sobras de comida del día. Comíamos todos muy bien. En Pollorico, por la noche hay unas colas enormes porque todo lo que no han servido lo regalan a los indigentes. Te lo dan bien preparado, en una fiambrera. Hacer eso está muy bien.

¿Se debe dar dinero a alguien que está en la calle?

Cuando pide dinero, yo diría que no, porque lo normal es que se lo gaste en alcohol. Luego lo ves con el cartón de vino. Lo que sí hay que hacer es preguntarle qué le hace falta. Si te dice dinero respondes que no, pero le compras el bocadillo. Sólo con el bocadillo ya te hacen feliz.