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Una edad de oro... lejos de España

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Febrero 2016 / 33

La filantropía recauda más dinero que nunca en el mundo, pero la desigualdad está también en cotas máximas. Los ricos españoles están a años luz de sus pares anglosajones

La filantropía atraviesa una auténtica edad de oro: nunca antes en la historia se había recaudado tantísimo dinero para causas filantrópicas, ni tantos ricos se habían mostrado interesados en donar una parte estimable de su patrimonio para “buenas causas”, ni había habido jamás tantos perfiles distintos de filántropos más allá del clásico industrial multimillonario —casi exclusivamente estadounidense o británico— que al final de sus días aspiraba a ser recordado, quién sabe si tras toda una vida de saqueo y explotación, llámese Rockefeller, Carnegie o Ford: ahora el fenómeno se ha globalizado y cada vez hay más millonarios de menos de cuarenta años —sobre todo vinculados al sector tecnológico— interesados en aportar su grano de arena para “mejorar el mundo”.

Las cifras son espectaculares: en Estados Unidos —el epicentro y único lugar con datos sistematizados—, la recaudación para filantropía en 2014 alcanzó 358.000 millones de dólares, récord histórico en dólares constantes (ajustados a la inflación), según Giving USA Foundation. La cifra casi se ha triplicado en tres décadas: en 1974, la recaudación total —incluye aportaciones empresariales— fue de 132.000 millones de dólares constantes (equivalentes al valor del dólar en 2014).

Además, la iniciativa Giving Pledge [Compromiso de dar], lanzada en 2010 por los ultrarricos y ultrafilántropos Bill Gates y Warren Buffet, que suman entre ambos un patrimonio de 130.000 millones de euros —según Forbes— y que ya han donado a causas filantrópicas más de 50.000 millones, ha superado todas las expectativas al incorporar ya a 141 personas —o familias— cuando aspiraba a reunir 50. Los firmantes se comprometen públicamente, en cartas a la web givingpledge.org, a donar más del 50% de su patrimonio a causas filantrópicas.

La campaña se pensó para EE UU, pero desde 2013 ha ido sumando adhesiones de millonarios de todo el mundo y ahora es ya global. El último en apuntarse ha sido el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, y su esposa, Priscilla Chan, quienes coincidiendo con el nacimiento de su hija anunciaron su compromiso de donar a filantropía el 99% de sus acciones de la compañía, que hoy tienen un valor de 41.000 millones de euros, a través de una nueva sociedad limitada, ideal para la optimización fiscal. Zuckerberg simboliza como nadie el interés de los empresarios del mundo tecnológico —y muy particularmente de Silicon Valley—, que irrumpen como grandes donantes a una edad sin precedentes, una de las nuevas turbinas que ayudan a entender por qué estamos realmente en la mayor época dorada de la filantropía.

En 2014, los 50 mayores donantes de Estados Unidos aumentaron sus desembolsos filantrópicos un 33% con respecto al año anterior, según The Chronicle of Philantrophy, la revista de referencia del sector. El crecimiento se explica sobre todo por el auge del mundo tecnológico, que ya supuso el 49% de la recaudación aportada por los 50 mayores donantes estadounidenses.

Según la misma revista, los donantes procedentes del sector tecnológico menores de cincuenta años aportaron 400 millones de dólares a causas filantrópicas en 2010. La cifra ha crecido cada año hasta alcanzar los 5.000 millones en 2014.

La edad de oro de la filantropía es incuestionable: ¿descorchamos, pues, el champán para celebrarlo?

No tan deprisa: las mayores cotas históricas de fondos de filantropía coinciden con las mayores cotas de desigualdad de la historia contemporánea, que se sitúa en los niveles que llevaron al crash de 1929 y a la Gran Recesión. Las investigaciones de Thomas Piketty y su equipo son tajantes: la riqueza acaparada por el 0,1% más rico en EE UU equivale ya al 22% de la riqueza nacional. En 1978 controlaban en torno al 7%.

El auge de la recaudación para filantropía y de desigualdad caminan en paralelo, casi milimétricamente (véase el gráfico). El desembolso filantrópico en EE UU se ha multiplicado por tres en el mismo período en que los ultrarricos han multiplicado también por tres su parte de la tarta.


MENOS IMPUESTOS

La relación no es nada casual: en este período, los impuestos que pagan los ricos se han desplomado. Según los cálculos de Piketty, el tipo efectivo del impuesto que pagan el 99% de los ciudadanos de EE UU apenas ha cambiado en treinta años. En cambio, el realmente abonado —tras las deducciones— por el segmento de los ultrarricos pasó del 72% al 35% entre 1970 y 2004 y eso sin contar que muy pocos de ellos pagan ya impuestos, puesto que existe un amplio abanico de “optimización fiscal” completamente legal, puesto a su disposición por boutiques especializadas.

La permanente rebaja fiscal ha disparado los recursos para filantropía... y la desigualdad ha llegado a cotas máximas. El mismo fenómeno ha sucedido con las grandes corporaciones: también ahí va en paralelo el menor pago de impuestos y el aumento de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC): un estudio (1) publicado en enero en Accounting Review concluye, tras analizar las cuentas de las grandes corporaciones estadounidenses durante una década, que las líderes en RSC pagan menos impuestos que la media y son más activas en el lobby que busca cambios legales para reducir la factura fiscal.

Los autores, de la Universidad de Oregon (EE UU), sostienen que “RSC e impuestos actúan como sustitutos más que como complementos”. Y ello no les parece mal: “Pagar impuestos reduce recursos [empresariales] para proyectos sociales”, subrayan con pesar, al considerar que “las corporaciones son más eficientes que los gobiernos en asignar los recursos”.

En cambio, el economista francés Gabriel Zucman, joven discípulo de Piketty y autor del imprescindible La riqueza oculta de las naciones, sobre elusión fiscal, advierte que esta nueva edad de oro de la filantropía, basada en la reducción de impuestos que pagan los ricos y las corporaciones, “daña los cimientos del contrato social”: “Una sociedad en la que los ricos deciden por sí mismos cuántos impuestos pagan y a qué servicios públicos están dispuestos a contribuir no es una sociedad civilizada”, explica a Alternativas Económicas. Y añade: “Esto es lo que sucedía en la sociedad victoriana del siglo XIX, no lo que debería ser en el siglo XXI. Si los multimillonarios son libres de contribuir a la sociedad, ¿por qué deberían pagar impuestos? La actitud de muchos, en particular en Silicon Valley, se resume en: deja que no tenga que pagar muchos impuestos y daré mi riqueza a lo que considero que son causas que merecen la pena”.

Muchas de las causas que “merecen la pena” para los visionarios multimillonarios de Silicon Valley tienen que ver con la tecnología y su fe en que resolverá por sí misma los problemas de la humanidad. Ello cambia, pues, las prioridades: es más importante destinar los recursos al desarrollo de la inteligencia artificial que a la reducción de la pobreza de hoy. En el mundo techie, la inteligencia artificial es el tema, tanto por las posibilidades que abre como por los riesgos que conlleva si llega a emanciparse del control humano, un debate filosófico muy de moda en Silicon Valley. Lo resume el periodista Dylan Matthews, que cubrió para Vox la última cumbre anual de referencia de este mundo, el Effective Altruism Global Conference, en Mountain View (California): “La idea es que la extinción de la humanidad es mucho peor que cualquier cosa que pueda suceder a los humanos de hoy”. Aclaración: la extinción de la humanidad entronca con el debate de la inteligencia artificial, no con el cambio climático o con la pobreza.

Lo conseguido por los grandes filántropos en áreas más convencionales, como la salud y la alimentación, también ha generado debates afilados. Dos nuevos trabajos —de investigadores de la británica Universidad de Essex2 y del alemán Global Policy Forum3— se muestran muy críticos con el poder de los grandes filántropos para imponer a los poderes públicos y a las organizaciones multilaterales (OMS, ONU, etc.) tanto la agenda —qué problemas hay que afrontar— como el enfoque para abordarlos, con primacía de las “soluciones” procedentes de las multinacionales. “Las 27 principales organizaciones filantrópicas suman activos de 360.000 millones de dólares y ayudas anuales de 15.000 millones”, subraya el informe del Global Policy Forum, y la Fundación Bill y Melinda Gates es ya el segundo donante individual de la OMS, después de EE UU.

Los investigadores del Global Policy Forum y Linsey McGoey, de la Universidad de Essex, ponen la lupa específicamente en la fundación de Gates, accionista de farmacéuticas como Bayer y de corporaciones del agrobusiness como Monsanto, y coinciden en que sus programas filantrópicos para acabar con enfermedades como la malaria y el hambre tienen un enfoque tan vinculado a las multinacionales en cuyo accionariado está la propia fundación que en realidad éstas son las principales beneficiarias.

Sin embargo, pese a las críticas es indiscutible que los recursos movilizados por la Fundación Gates son impresionantes: el fondo dotacional (endowment) de esta fundación, nacida en 2000, roza los 40.000 millones de euros y las ayudas en 2014 fueron de 3.500 millones. La comparación con España es sonrojante. Aquí, los ricos tampoco pagan apenas impuestos —el tipo del vehículo de moda de las grandes fortunas (las sicav) está al 1%—, pero lo que destinan a filantropía los millonarios no llega ni a calderilla en comparación con EE UU: el fundador de Inditex, Amancio Ortega —el segundo en la lista de multimillonarios de Forbes, tras Gates—, también creó su fundación en la misma época (2001), pero su patrimonio no llega a 60 millones y en 2014 gastó 26 millones.

Esta es la tendencia general: la comparación de los presupuestos y fondos de las principales instituciones filantrópicas españolas vinculadas a un legado familiar —Amancio Ortega, Juan March, Botín, Del Pino, Ramón Areces— con sus pares mundiales es sobrecogedora, sin que ello sea contradictorio con que los programas de algunas de ellas sean muy solventes. La única institución española que podría competir en esta liga mundial es la Fundación La Caixa, con un presupuesto superior a 500 millones al año, pero estos recursos no salen de ninguna familia, sino que los aporta un banco. Algunos de los españoles más ricos de la lista Forbes —como Isak Andic (Mango) y Sol Daurella (Coca-Cola)— ni siquiera han sentido la necesidad de fundar una institución filantópica, lo que sería inconcebible en el mundo anglosajón, y ningún megarrico de aquí se ha sumado al Giving Pledge.

“El mundo anglosajón tiene una fiscalidad que incentiva la filantropía y España no”, recalca la consultora Catalina Parra, animadora de Philantropic Intelligence, quien sin embargo matiza que “el beneficio fiscal no es la clave”. “La gran diferencia es de tipo cultural”, concluye.

Silverio Agea, director general de la Asociación Española de Fundaciones, coincide: “Aquí no existe la cultura de donación del mundo anglosajón y a veces parece que ni siquiera se valora la generosidad del filántropo hasta el punto de que se le puede llegar a juzgar incluso negativamente”. Ello explicaría, según Agea, que algunos filántropos en España prefieran donar sin que se sepa.

¿Y si algún rico español se hubiera comprometido ya secretamente con el Giving Pledge? Imposible saberlo. Aquí, la edad de oro de la filantropía no parece haber llegado. Al menos, no nos hemos enterado.

 

PARA SABER MÁS

(1). Do socially responsable firms pay more taxes? Angela K. Davis y otros. The Accounting Review, enero de 2016.

(2). No such thing as a free gift. The Gates Foundation and the price of philantrophy. Linsey McGoey. Verso, octubre de 2015.

(3). Philanthropic power and development. Who shapes the agenda? Jens Martens y Karolin Seitz. Global Policy Forum, noviembre de 2015.