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Una quimera... sin un cambio social radical

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Junio 2013 / 4

Catedrático de Economía Aplicada (UAB)

La gran duda que, para el autor, plantea el decrecimiento es cómo garantizar la redistribución de la riqueza acumulada.

Un mendigo en Barcelona. FOTO: ANDREA BOSCH

El debate sobre la naturaleza del crecimiento económico y sus efectos adversos sobre el medio ambiente y el funcionamiento de la sociedad ha sido una constante desde el nacimiento del capitalismo. Su destructora creatividad, según Schumpeter, ha arrastrado al planeta. Incluso China lo ha adoptado como un atajo de mejora del nivel de vida de sus poblaciones. Las posiciones de quienes defienden el decrecimiento tienen flancos débiles, que proceden de la psicología individual y social y de la economía política, y que afectan tanto la posición de países avanzados como del resto del mundo.

En efecto, sus partidarios no dan solución al problema que, indirectamente, plantean: ¿cómo se redistribuye la renta?, porque en una sociedad en expansión es posible imaginar que la mayoría de sus miembros acaben beneficiándose del crecimiento, aunque de forma desigual. Por ello, sin un nuevo contrato social según el cual la riqueza acumulada en cada sociedad se redistribuya horizontalmente entre sus miembros, la opción por el decrecimiento implica la condena en su bajo nivel de vida de los grupos sociales más débiles. Además, nuestras modernas sociedades se han construido con un intrincado mecanismo de redistribuciones intergeneracionales. Las pensiones y su financiación son un ejemplo. Pero existen otras, como el subsidio de desempleo o la sanidad vinculada a la vejez. Estos mecanismos de estabilización social, construidos en los últimos 150 años, están profundamente imbricados en su funcionamiento, y su supresión plantea problemas aparentemente irresolubles: ¿cómo se abordaría la transferencia intergeneracional sin crecimiento? ¿Qué generaciones correrían a cargo de los menores recursos? ¿Serían los jóvenes quienes se impondrían a los mayores?

Sin un contrato de redistribución se puede llevar a los más débiles a un bajo nivel de vida

La psicología evolutiva ha demostrado que la necesidad de destacar es un impulso primitivo

Similares cuestiones emergen cuando se amplía el foco y se considera el conjunto del planeta. ¿Cómo se redistribuye la renta global? En China, cerca de 500 millones de ciudadanos han abandonado el límite absoluto de pobreza en los últimos 20 años. ¿Se les negaría continuar en esa dirección? No veo a las sociedades occidentales aceptando pacíficamente dramáticos cambios en sus niveles de vida y transfiriendo esos recursos para que el resto del mundo lo mejore. Aun en el caso que esto fuera posible, ¿qué autoridad mundial controlaría el proceso?

Desde el ámbito de la psicología social, el decrecimiento plantea otros problemas de no menor calado. Existe un amplio consenso acerca de que la motivación individual para mejorar las condiciones materiales de existencia (de los suyos y sus descendientes) constituye un poderoso factor de actividad humana. Que afecta a la capacidad de innovación y a la mejora de amplios aspectos sociales (médicos, por ejemplo). Y que es la base psicológica del crecimiento, tal como lo hemos entendido en los últimos doscientos años. Cercenar estas capacidades tendría costes difíciles de evaluar, pero inevitablemente negativos, en el funcionamiento de nuestras sociedades. En especial, el mecanismo meritocrático, tan querido por Marx y Engels, se desvanece. ¿Qué lo sustituiría?

Finalmente, también en este ámbito de psicología social, bajo el decrecimiento existe la ingenua visión de que el consumismo es una invención capitalista, y de que se pueden redefinir los parámetros de funcionamiento social. Lamentablemente, la psicología evolutiva ha demostrado con solvencia que la necesidad individual de destacar forma parte de los impulsos más primitivos de la especie, y que lo que el capitalismo hace con respecto al consumo es, simplemente, aprovecharse de dichos mecanismos.

Hoy, el decrecimiento se antoja una quimera, y no tanto porque algunos de sus planteamientos no sean racionales, sino por lo que implicaría de cambio social revolucionario, algo que las sociedades tienden a evitar. La propuesta económica de reducir el avance del PIB es, en el fondo y si se es coherente hasta el final, una apuesta por una radical redistribución de la renta y la riqueza, tanto en el ámbito de cada país como a escala planetaria.

De lo anterior, ¿se deduce que no hay posibilidad de mejora? En absoluto. Se pueden imaginar situaciones intermedias. Pero cualquiera de ellas implica, también, una intervención pública profunda para redistribuir, mucho más que ahora, los frutos del crecimiento. Quizá, más adelante y una vez igualados salarios mundiales, fuera posible plantearse la reducción del producto nacional.