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España es única

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Abril 2013 / 2

Desahucios. En ningún país occidental la ley protege tanto a la banca frente a los ciudadanos que no pueden afrontar la hipoteca

Viviendas de protección oficial en Abrera (Barcelona). FOTO: EDU BAYER

Los optimistas convencidos de que aquello del Spain is different había pasado felizmente a la historia y de que España era ya un país plenamente insertado en la Unión Europea (UE) y Occidente, deberían prestar atención a los desahucios.

Ahí España es muy different: en ningún otro país importante de la UE o de Occidente se encuentra el ciudadano tan desprotegido y con tan pocas posibilidades de poder salir adelante. La singularidad afecta a los tres capítulos del drama: el momento de firmar la hipoteca, cuando empiezan los impagos y se abre el proceso de desahucio y, finalmente, el día siguiente de perder la vivienda.

La firma de la hipoteca supone ya una gran diferencia: en la mayoría de países europeos, muchas no se habrían firmado.

La banca encontró en España un lucrativo negocio con hipotecas que clientes con poca formación financiera debían de creer un chollo porque alargaban muchos años —¡hasta 50!— el plazo de amortización. Pero ello iba en realidad en detrimento del cliente porque aumentaba los intereses comprometidos al ignorar el plazo óptimo que tiene toda hipoteca, mantenía intacta la deuda de capital tras muchos años de ir pagando y, a menudo, se vinculaba a intereses de demora estratosféricos: las cláusulas abusivas que ahora ha denunciado el Tribunal de Luxemburgo.

Estas hipotecas a la española son lo más parecido a las subprime que estallaron en EE UU, una práctica imposible en otros países —por ejemplo, Alemania—, donde ninguna hipoteca puede cubrir el 100% del piso, se exige un depósito de al menos el 30% y se examina a fondo la viabilidad.

El segundo acto, que arranca cuando el hipotecado deja de pagar, también es singular. En la gran mayoría de países se inicia entonces una mediación obligatoria para encontrar una solución. En España, no: empieza ya el proceso de 

desahucio, facilitado por la reforma legal que introdujo en 2000 el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar. 

La excepción española no es solo la rapidez, sino, sobre todo, la falta de garantías para el desahuciado, como ha subrayado el Tribunal de Luxemburgo. Bastaba con que la entidad financiera aportara un acta notarial del impago para que la maquinaria se activara. Cualquier disputa se veía a posteriori: cuando ya había perdido la casa. En Italia y Francia, por ejemplo, el proceso se paraliza a la espera de la mediación y se suspende el pago de cuotas durante 12 meses.

Todo este proceso exprés ha operado aquí sin miramientos hasta que a finales del año pasado el PP y el PSOE, agobiados por la presión social, pactaron unas salvedades mínimas tan restrictivas que pueden aplicarse a muy pocos. Pero muchos países de nuestro entorno cuentan con alguna medida paliativa por si falla la mediación obligatoria, que es la gran prioridad. En Francia, por ejemplo, nadie puede ser expulsado de la vivienda durante la “tregua invernal”, que va de noviembre a marzo. 

La última y trágica diferencia que distingue a España de lo que suele llamarse “países civilizados” se da en el tercer y último capítulo: cuando el desahucio ya se ha materializado. En muchos estados de EE UU y en otros países, existe la dación en pago; es decir, la entrega del piso salda la deuda con el banco. En Europa es menos habitual, pero en la práctica no es tan distinto: casi siempre se buscan fórmulas, con la intervención del Estado, para liquidar la deuda en nombre del derecho de volver a empezar o de una segunda oportunidad.

Este derecho no existe en España: tras perder el piso, se subasta —normalmente por el 60% del precio de tasación— y a partir de ahí se recalcula la deuda viva. Teniendo en cuenta los elevados intereses de demora, las costas judiciales y que, con las hipotecas a 50 años, es posible estar pagando durante años únicamente los intereses, es factible que de la fórmula resultante aparezca una deuda pendiente superior incluso al precio al que fue adquirida la vivienda en plena burbuja.

España es realmente única.


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