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Grecia, en la cárcel de la deuda

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Julio 2017 / 49

Desde Atenas

Experimento: Los recortes impuestos por la Troika dejan un país exhausto. Maniatado y desmoralizado, el Gobierno de izquierdas explora los márgenes para sobrevivir en un marco imposible.

Protesta contra los recortes en Salónica.  FOTO:  VASILIS VERVERIDIS 

En la mitología griega, Sísifo es castigado por los dioses a empujar eternamente una pesada roca montaña arriba sin llegar nunca a ningún lugar. En la realidad griega de hoy, los contornos de la pesada roca y la montaña son incluso más concretos: la enorme piedra es la deuda desbocada del país, que se ha encaramado al 180% del producto interior bruto (PIB). El ex ministro de Finanzas Yannis Varoufakis ha puesto incluso nombre a la montaña que el ciudadano de a pie trata cada día de ir subiendo sin acabar de lograrlo: Bailoutistán, juego de palabras en inglés para nombrar a un país que vive en el bucle de un plan de rescate (bailout) permanente, en el que Sísifo jamás llegará a la cima de la montaña ni podrá desprenderse de la gigantesca piedra.

Seis años después del primer rescate auspiciado por la Troika —formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI)—, Grecia sigue ciertamente dentro de la eurozona y formalmente no se ha declarado en quiebra. Y tras el Eurogrupo del mes pasado, que desbloqueó un nuevo tramo comprometido en el rescate de 8.600 millones de euros para afrontar los vencimientos de julio, tanto las autoridades europeas como el Gobierno izquierdista de Alexis Tsipras proclamaron que empezaban a ver “la luz al final del largo túnel de la austeridad”, en palabras del comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, Pierre Moscovici.

El FMI advierte de que la deuda podría ser del 275% del PIB en 2060

La ‘ratio’ de créditos fallidos de la banca ha subido hasta el 47%

La Comisión Europea y el Gobierno dicen ver luz al final del túnel

Puede que algunos atisben ya la luz, pero no puede descartarse que se trate en realidad de un espejismo. El masivo plan de rescate a Grecia, que ha supuesto el compromiso de inyectar cerca de 340.000 millones de euros en tres oleadas —100.000 millones comprometidos en 2010; 138.000 en 2012 y 86.000 en 2015—, vinculado a un programa de austeridad extrema, es considerado formalmente un éxito por la Troika, pero algunos indicadores más elementales apuntan más bien al bucle de Sísifo. Entre los más contundentes destaca la deuda misma: en 2010 se había disparado por encima del 140% del PIB, un porcentaje tan escandaloso que precipitó la intervención de la Troika, pero desde entonces ha crecido el 25% y hasta el FMI admite que está fuera de control y que, de seguir letra por letra las condiciones impuestas en los planes de rescate, puede llegar a situarse nada menos que en el 275% del PIB en 2060. Otro indicador brutal: tras la riada de millones del rescate dirigidos a sanear a la banca griega, su situación a día de hoy es de coma. Y empeorando: en los últimos cuatro años, el sector ha perdido el 67% de su valor en Bolsa, el 25% de sus depósitos y la ratio de créditos fallidos alcanzó en 2016 su récord histórico: un increíble 47%, un porcentaje directamente de terror.

 

Premios Nobel alarmados

Varios premios Nobel de Economía —Jo-seph Stiglitz, Paul Krugman, Myron Scholes, Christopher Pissarides— llevan años advirtiendo de que el experimento de austeridad extrema está destinado al fracaso precisamente porque la magnitud del ajuste lleva a la parálisis económica y, por tanto, a un endeudamiento mayor. La piedra de Sísifo cae una y otra vez y nunca se alcanza la montaña. Algunos incluso ven el empecinamiento de estas políticas como una voluntad de castigo con tintes moralizantes frente a supuestos excesos cometidos, una interpretación que el propio presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, pareció confirmar con sus recientes declaraciones: “No puedo gastarme el dinero en alcohol y mujeres y después pedir ayuda”. Y eso que al menos el primer rescate griego se dirigió casi exclusivamente a reducir el riesgo de exposición de la banca francesa y alemana a la deuda soberana griega.

El experimento de austeridad ha tenido un impacto social descomunal: el desempleo se ha cronificado por encima del 20% en un país en que la mayoría de los parados no perciben prestación y con mucho paro de larga duración, el salario medio anual se ha desplomado el 22%; el empleo público se ha reducido el 50%, los jubilados han perdido de media el 45% de poder adquisitivo tras 14 reformas desde 2010, el 20% de las familias tiene dificultades para conseguir alimentos, según la OCDE... En este contexto, la presión fiscal —recaudación de impuestos con relación al PIB— ha aumentado cinco puntos. 

El resultado de la severidad de los dioses ha sido una caída del 25% del PIB, una cifra equiparable a los efectos de una guerra, que ha dejado un paisaje arrasado, incluso literalmente, con Atenas cayéndose a pedazos por falta de inversión, con miles de casas en ruinas y cada vez más gente malviviendo en la calle de las migajas que dejan los turistas. Es en este escenario exhausto donde debe recuperarse el consumo y el crecimiento para que la “luz al final del túnel” no sea un espejismo como el supuesto crecimiento en 2016, que al final no fue tal. La fórmula hacia el éxito prevista en el libro sagrado del rescate es que Grecia encadene diez años consecutivos con superávit primario (sin contar gastos financieros) del 3,5%. En la situación económica actual de depresión, shock y endeudamiento desbocado, hasta el FMI lo considera una ensoñación.

La gran paradoja es que ahora quien tiene el encargo de conseguir semejante quimera —superávit primario del 3,5%, reactivación del consumo y crecimiento en un contexto de austeridad extrema, mora bancaria del 47% y deuda pública del 180% del PIB— es el Gobierno izquierdista de Alexis Tsipras, que fue el mayor crítico de los programas de rescate y que llegó al poder catapultado por un programa antiausteridad. En julio de 2015, Tsipras llevó su pulso hasta el extremo de convocar un referéndum para rechazar las condiciones impuestas. Lo ganó con el 62% de los votos, pero ante el abismo de la expulsión de la eurozona reculó, sacrificó a Varoufakis y firmó un tercer rescate multimillonario que sigue la misma lógica de los anteriores.

 

El botón nuclear

Varoufakis acaba de publicar Adults in the room, aún no editado en España, un libro imprescindible para conocer las entrañas del poder en Europa, en el que lamenta el frenazo en el último segundo, al borde ya del precipicio, de Tsipras y sus camaradas. Su tesis es que la salida de la eurozona era, por supuesto, una mala opción, pero que la peor de todas era seguir en las mismas condiciones en los programas de rescate tal como están concebidos, y que la única posibilidad de forzar un cambio era llevar el desafío hasta el final. Algo así como estar dispuesto a apretar el botón nuclear: hacerlo tiene consecuencias terribles para todos, pero sólo puede ser disuasorio si el otro cree que vas en serio. 

HUNDIMIENTO ECONÓMICO: ¿COMO DESPUÉS DE UNA GUERRA? 

Sin embargo, Tsipras y Syriza concluyeron que ni siquiera contaban ya con el botón nuclear. Lo explica Giorgos Chondros, miembro del comité central de Syriza, en la sede del área internacional del partido, muy cerca de la populosa plaza Omonia y del cuartel general de la formación izquierdista, ahora siempre protegida por furgones de la policía: “En 2015, Grecia ya no representaba realmente una amenaza para el conjunto de la UE porque con el programa de rescate habían eliminado el peligro de contagio a la banca francesa y alemana. La oportunidad de forzar de verdad habría sido en 2012, pero en 2015 era tarde y nos hubieran echado de la eurozona”, lamenta Chondros, de cincuenta y nueve años de edad y cuarenta y uno de militancia, primero en el Partido Comunista (KKE) y desde 1989 en el movimiento que acabó cristalizando en Syriza.

El frenazo de Tsipras fue considerado una capitulación por Varoufakis y directamente una traición por el KKE y la facción más a la izquierda de Syriza, que se escindió y creó Unidad Popular (UP). Para estas amplias capas izquierdistas, muy fuertes en los movimientos sociales y sindicales, Tsipras es directamente un traidor y un renegado. Así lo pinta el KKE, un partido granítico que vive congelado en la guerra fría y hasta en la guerra civil griega —los carteles que empapelan Atenas aún evocan la lucha partisana de la década de 1940—, del que procede Tsipras. Y UP lo ha situado también como enemigo: “La traición es tal que resulta imposible considerar a Syriza de izquierdas”, sostiene Katerina Sergidou, ex coordinadora de Syriza en la capital, ahora en UP, quien añade: “No sólo por la aceptación del memorándum, sino por todo, desde el trato a los refugiados hasta la represión policial de las manifestaciones”.

Para sorpresa de muchos, la capitulación tras el referéndum de 2015 fue avalada por el pueblo griego en un zigzagueante camino compartido con el primer ministro: tras votar masivamente en contra de las condiciones del tercer rescate, volvió a dar el Gobierno a Tsipras después de que éste las aceptara y dejó fuera del Parlamento a la escisión de Syriza (UP) que llamaba a la resistencia.

 

Decepcionados con la UE

“El pueblo entiende que se ha hecho todo lo posible para intentar mejorar las condiciones sin salir del euro, que es una opción rechazada por la sociedad griega”, opina Nicholas Voulelis, una institución del periodismo griego, encarcelado en la dictadura y que tras toda una vida en la prensa convencional dirige ahora, con setenta años cumplidos, el diario cooperativo Efsyn, surgido en plena crisis y que se ha convertido en el tercero del país. Todas las encuestas coinciden en que los griegos están muy decepcionados con la UE y la Troika, pero el apoyo a seguir en el euro sigue superando el 70% y el consenso es batallar para cambiar la UE desde dentro.

La pensión media ha bajado un 45% tras 14 reformas

Atenas se cae a pedazos por falta de inversión

Chondros (Syriza): “Quieren humillarnos, pero resistimos”

Chondros, miembro del comité central de Syriza, defiende que no eligieron el momento de gobernar y que su obligación es luchar para cambiar las cosas desde el Gobierno en lugar de quedarse en la zona de confort de la protesta perpetua: “Tuvimos que mirarnos al espejo y aceptar que teníamos que luchar en las condiciones brutales que nos ha tocado, tratando de aprovechar cada centímetro cuadrado de margen posible”, explica. Y añade: “Querían que estuviéramos tres meses en el poder y que nuestro gobierno acabara en caos para mostrarnos como ejemplo de que no hay alternativa; pero aquí seguimos, dos años después, muy conscientes de tener que gestionar un programa que no es el nuestro”.

Evidentemente, las encuestas muestran un desgaste de Syriza y sitúan en cabeza de nuevo al conservador Nueva Democracia (ND), que gestionó el segundo rescate y que ahora abandera la causa antiausteridad, con una ventaja de hasta 10 puntos en un escenario de gran abstención. Pero Syriza conserva una base sólida —nada que ver con el hundimiento del PASOK—, por encima del 16%, y los expertos todavía no descartan que pueda volver a ganar. “Las encuestas siempre han infravalorado a Syriza; la situación real es de empate entre esta formación y ND, con lo que la partida está abierta”, subraya Dimitri Rapidis, analista político muy bien conectado con Syriza y cofundador de la consultoría demoscópica Bridging Europe. Todas las encuestas coinciden en que el duelo será entre estos dos partidos, que los comunistas ortodoxos y los neonazis son incapaces de romper el techo del 7%-8%, que UP sigue completamente desaparecida y que Varoufakis tiene una gran consideración como académico, pero que políticamente es irrelevante en Grecia.

El país está tan exhausto y con el horizonte tan disminuido que hasta la proverbial predisposición a la lucha empieza a desvanecerse y a transformarse en resignación. “Hay una aproximación más realista: ya sabemos que no somos el gran cambio que va a mejorar el conjunto de Europa”, apunta el director de Efsyn

Syriza cae en las encuestas, pero no se desploma

La izquierda antieuro no logra capitalizar el descontento

Para Alexis Papahelas, el director del diario de referencia del establishment liberal, Kathimerini, Grecia está en la fase cuatro (depresión) de un patrón psicológico convencional ante las malas noticias: negación, ansiedad, indignación, depresión y, finalmente, aceptación de la realidad. Aunque ha habido nada menos que 32 huelgas generales desde 2010, ahora el aire de cierta resignación es perceptible incluso en el combativo barrio de Exarchia, símbolo mundial del anarquismo, inmerso en una calma chicha, como de recuperación de fuerzas: hasta en el mítico local ocupado Nosotros —en homenaje al grupo de Ascaso, Durruti y García Oliver— un punk sirve cervezas con formas exquisitas mientras pincha como música de fondo a… ¡Mecano!

 

Más recortes

Syriza sigue encadenando la aprobación de todas las medidas de austeridad que reclama la Troika, pese a tener el convencimiento de que se le exige más que a nadie con el fin de erosionarla: “Algunas medidas ni siquiera están en el memorándum; las exigen para humillarnos y que se crea que no hay alternativa”, sostiene Chondros. Pero se van aprobando: justo antes del Eurogrupo, nuevo recorte de pensiones y de ayudas sociales. 

UNA DEUDA PÚBLICA INSOSTENIBLE

UN SECTOR BANCARIO ZOMBIE

Las bases de Syriza están obviamente desanimadas, pero los dirigentes se niegan a arrojar la toalla y, como recalca Chondros, lucharán hasta el último minuto por cada centímetro cuadrado posible. Su lógica no es la de rendición, sino la de resistencia para apurar al máximo tres líneas que son difíciles de conseguir, pero no imposibles, y que, en caso de confluir con éxito, incluso harían verosímil la posibilidad de victoria electoral.

La primera es lograr en 2018 ciertas mejoras macroeconómicas —algo de crecimiento, más reducción del paro— y, sobre todo, una reestructuración seria de la deuda para hacerla sostenible, un objetivo que el Gobierno ve probable tras las elecciones generales de Alemania, en septiembre. Este escenario le permitiría ir a unos comicios con la bandera de haber logrado salir de Bailoutistán, al menos en su versión más dura.

La segunda es el “programa paralelo”: aprovechar cada uno de los centímetros cuadrados que deje el sistema, en la gráfica expresión de Chondros, para aprobar medidas más acordes con el programa real de Syriza. En 2016 se destinó ya un pequeño excedente a una paga extraordinaria para los pensionistas más pobres, a la vez que se ha impulsado la universalización de la sanidad básica con los centros de atención primaria, la mejora de la atención a los refugiados y la reforma de la universidad para hacerla más democrática y accesible a las clases populares. Todo esto en el contexto de austeridad extrema impuesto por la Troika.

 

Resistir, resistir y resistir

Y la tercera: esperar la llegada, al fin, de algún Gobierno amigo en la UE, que ayude de verdad a rectificar la línea europea, una esperanza que el gran salto de Jeremy Corbyn en Reino Unido ha vuelto a alimentar.

Tsipras fuerza los márgenes para su “programa paralelo”

En las calles se palpa un ambiente de resignación

La esperanza es que llegue algún Gobierno amigo en la UE

La consigna de Syriza es resistir, resistir y resistir. Parece un eco del Gobierno de Juan Negrín, que con la guerra civil española decantada ya a favor del general  Franco llamaba también a resistir pese a todos los agobios y al desánimo. El objetivo de Negrín no era emular Numancia, sino negociar en mejores condiciones y, sobre todo, apurar cada segundo con la esperanza de que los gobiernos europeos acabarían involucrándose a su favor. 

La resistencia de Negrín acabó siendo estéril. Tsipras aún aguanta, pero no acaba de quedar claro si se aferra a un “programa paralelo” que aún le pueda hacer ganar o a una realidad paralela a la única realmente existente: Bailoutistán.