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La Europa hacia atrás

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Febrero 2016 / 33

Sin tiempo: La incapacidad para dar una respuesta coordinada al drama de los refugiados amenaza la libre circulación de personas y el propio futuro de la UE.

La Unión Europea cada vez se parece  más a un club de amigos que no se soportan ni se fían, pero que aun así permanecen juntos para protegerse de sí mismos (caben peleas, pero no se pasa a la sangre de las guerras pasadas) y de los demás (estarían peor vagando en solitario por un mundo globalizado lleno de peligros como el terrorismo, el cambio climático o el dominio de los mercados). El miedo se ha demostrado un gran pegamento en la historia, pero ¿puede servir de base a una identidad común europea o al sacrificio de la soberanía nacional y de solidaridad por el bien de todos?  

La desintegración de la UE, tan acostumbrada a bregar con toda clase de crisis, ha entrado de pronto en la agenda. No estamos ante alarmas de economistas anglosajones que puedan minusvalorar el valor del proyecto político del Viejo Continente.

Las advertencias vienen de dentro y son de alto nivel. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, confiesa que un mercado único y una moneda común “no tienen sentido” sin libre circulación, a resultas de los controles fronterizos reintroducidos en media docena de países ante la avalancha de refugiados, principalmente de Siria. El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, augura “el colapso de Schengen”, espacio de libre tránsito del  que hoy forman parte 26 países, 22 de los cuales miembros de la UE, e interrumpido de forma “temporal” y “excepcional” ante un problema que, según el eurocomisario Frans Timmermans, “está para quedarse”.

El primer ministro holandés, Mark Rutte, pone fecha a la catástrofe en caso de que la Unión no resuelva la gestión de la crisis migratoria: marzo. “Cuando llegue la primavera, las cifras [de refugiados] se cuadruplicarán y como UE no podemos manejarnos con ellas...”. Holanda ha llegado a estudiar la creación de un miniSchengen

 

La “amenaza” de 2016

Nouriel Roubini, el economista que predijo la debacle económica, ve en la UE la posible mayor “amenaza” en el mundo de este 2016, debido a la distancia entre lo que hace (balcanización, divergencia) y lo debería hacer (respuesta colectiva, mayor integración, solidaridad, cooperación).

La Europa comunitaria ha vivido en el pasado momentos de tensión: Francia y la política de la silla vacía, las sacudidas del sistema monetario; más recientemente, la amenaza de una salida de Grecia del euro.

¿Qué ha cambiado? “En el pasado, el riesgo de desmantelamiento era menor, porque no había tanto en juego. ¿Qué había que desmantelar? Hoy tenemos una moneda común, un banco central, supervisión de la política económica, vigilancia para ver si se cumple un listón mínimo de democracia. Hay mucho más en juego y a la vez el nivel de integración es tal que el desmantelamiento institucional es mucho más difícil”, reflexiona Jordi Bacaria, director del  Cidob. Disidentes, siempre hubo, añade, pero “los problemas de antes se arreglaban con dinero: el cheque británico, el Fondo de Cohesión, la propia Política Agrícola Común (PAC)... Desde las últimas ampliaciones, los disidentes se multiplican, y con la crisis menguan los recursos para pagar”. 

Todos los europeístas hacen suyo el lema de Jacques Delors: los problemas de la UE no  son culpa de Europa, sino de la falta de más Europa. Pero parece complicado un salto con tantos frentes simultáneos. El fracaso en la gestión de la crisis de los refugiados es una catástrofe humanitaria y dispara contra los valores democráticos europeos y la libre circulación de personas; emergen distintos modos de abordar la amenaza terrorista, sobre todo tras los atentados de París; la posibilidad de una espantada del Reino Unido, sin el que los equilibrios internos entre los pesos pesados de la UE serían muy distintos; el auge de la extrema derecha en casi todos los países; una posible consulta en Finlandia para irse del euro; el citado miniSchengen holandés; la valla kilométrica antiinmigrantes levantada por Hungría; el veneno a flor de piel entre Alemania y Polonia, donde el Gobierno del partido Ley y Justicia (PiS) ha empezado a desdibujar la separación de poderes propia del Estado de derecho; una España sin Gobierno  que mantiene en el limbo y sin interlocutor la carrera independentista del nuevo Ejecutivo catalán. 

 

Fatiga de austeridad

Todo ello pilla a los europeos muy cansados. De rescates, de austeridad, de amenazas de Grexits que vuelven a estar adormecidos sin la seguridad de que no vuelvan a estallar. Mientras tanto, Rusia se muestra dispuesta a explotar las diferencias internas.

Está claro que la amenaza ha pasado del plano económico al político. Más de un millón de refugiados han llegado a Europa en el último año y la incapacidad de darles una respuesta coordinada ha convertido al refugiado en la personificación de todos los males de la UE y de su gran dilema: comunitarizar los problemas del socio, la solidaridad. 

Este dilema ya se vivió con la crisis de la deuda, que dividió Europa entre los acreedores y los deudores. Y llueve sobre mojado. “Lo más grave es que la mayoría de refugiados llegan a Europa por Italia y Grecia, y en una parte muy menor, por Malta. Si hay un país con poca capacidad de acogida es Grecia y es injusto que la carga recaiga por razones puramente geográficas sobre países que no pueden afrontarlas”, apunta Joaquín Arango, profesor de la Complutense e investigador del GEPS experto en inmigración.

Europa se resquebraja entre Norte y Sur y entre Este y Oeste

Hoy, quien reclama la comunitarización de los problemas no son los griegos, sino principalmente Suecia y Alemania, los países hasta ahora más generosos en materia de asilo. La actitud abierta de la canciller Angela Merkel, invocando razones humanitarias, se le ha tornado en contra, sobre todo desde los asaltos a mujeres de la noche de Fin de Año en Colonia, donde pasados unos días la policía confirmó la participación de algunos refugiados. “El daño simbólico de lo ocurrido es tremendo”, añade Arango. Suecia y Alemania son dos de los países que han reintroducido controles fronterizos. 

Al mismo tiempo, los países del Este que antes lidiaron con la llegada masiva de refugiados ucranianos, como Polonia, Hungría y Eslovaquia, se repliegan en la bandera y  no hacen suyo el problema. 

Los daños son muchos. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en los últimos dos años, casi 7.000 personas han muerto en el Mediterráneo  al buscar la protección de Europa, galardonada  en 2012 con el Premio Nobel de la Paz “por seis décadas de contribución al avance de la paz y la reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa”.  

 

Foto portada: Se agota el tiempo / Photootohp/123rf