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Lecciones del perdón de la deuda alemana en 1953

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Febrero 2015 / 22

Funcionario de la Comisión Europea y autor de La reforma progresista del sistema financiero

Se ha rescatado del cajón de la historia el Acuerdo de Londres sobre Deuda de 1953, por el que se perdonó a Alemania más de la mitad de su deuda nacional, regional, municipal y privada. Se entiende la referencia a dicho Acuerdo para hacer ver que las reestructuraciones de deuda no son un tabú absoluto; además, no deja de tener morbo por tratarse de Alemania, cuyo Gobierno actual es de los más implacables con Grecia, y porque éste era uno de los países acreedores que aceptaron el perdón en 1953. Pero debemos ser muy cuidadosos con no resbalar hacia el plano moral. El caso de la Alemania posnazi y el de la Grecia miembro de la zona euro son radicalmente diferentes, sería obsceno invocar una reciprocidad anacrónica.

Dicho esto, del Acuerdo de 1953 se pueden extraer lecciones pertinentes en el plano económico que convendría tener presentes a la hora de abordar el problema de la excesiva deuda griega.

La primera lección es el pragmatismo de los acreedores fruto de errores pasados. El Tratado de Versalles de 1919 impuso unas reparaciones económicas irrealistas a la Alemania vencida y alimentó un resentimiento profundo en la población que condujo a repetidos impagos y contribuyó al auge del nazismo. En 1953, los Aliados reconocían la miopía funesta de los acuerdos de entreguerras y se inclinaron ante el principio de realismo accediendo a buscar una solución viable para ambas partes.

En 2010, Europa se preocupó más de castigar a los responsables políticos de un país que había incumplido sistemáticamente su palabra, que de encontrar una salida viable a la economía y a las finanzas públicas griegas. Se impusieron unos intereses punitivos para Grecia y lucrativos para los acreedores que, por suerte, fueron reducidos en 2011 a un nivel más razonable. Pero la intransigencia en la devolución íntegra de la deuda se mantuvo contra toda lógica económica, como afirmaba el propio FMI.

El defectuoso diseño institucional de la zona euro, de inspiración germana, que no impidió que se fraguara la crisis griega y, una vez que estalló, demostró carecer de instrumentos para gestionarla, ha quedado en evidencia en 2015. Como también es evidente que, si bien el Estado griego ya no gasta más de lo que recauda, el tejido económico y social ha quedado tan debilitado que difícilmente podrá generar riqueza suficiente para afrontar el pago de la deuda en su nivel actual. Mientras más tarde la UE en reconocer esta realidad, más se generará sufrimiento social innecesario para los griegos e incertidumbre inoportuna para la eurozona.

 

Restablecer la capacidad de pago

La segunda lección del perdón de la deuda alemana es que una solución duradera a un problema de deuda pasa por permitir al país deudor restablecer su capacidad de pago. El acuerdo de 1953 tenía dos componentes calibrados correctamente: primero, favorecer la recuperación alemana gracias al alivio de una parte importante de la losa de la deuda y, después, condicionar el pago de la deuda restante a una capacidad contrastada de reembolso sin amenazar la recuperación.

El diálogo entre la UE y el nuevo Gobierno griego debe deshacerse de la intensa carga político-emocional que lo ha caracterizado hasta ahora y concentrarse en buscar una solución equilibrada. Determinar el perímetro razonable de una quita parcial y diseñar un mecanismo de pago de la deuda restante condicionado al crecimiento griego y a una responsabilización fiscal del Gobierno heleno, sería mucho más útil para despejar la zona euro de nubarrones inciertos que seguir actuando como si Grecia fuera la única responsable de su situación.

Por último, si bien es cierto que los antecedentes de los sucesivos gobiernos griegos no inspiran la confianza que un acuerdo responsable requiere, recordemos que, por mucho que nos sorprenda hoy en día, la reputación financiera alemana en 1953, forjada en el período de entreguerras, era la de un país incumplidor empedernido.