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“La mejor manera de construir ciudad es la cooperación” // Itziar González

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Noviembre 2014 / 19

Entrevista

Itziar González

Ex concejal, arquitecta

La activista promueve la democracia directa frente a la representativa

“La mejor manera de construir ciudad es la cooperación”

 

Itziar González es sobre todo una arquitecta militante por el bien común. Ha sido concejal del distrito de Ciutat Vella, uno de los principales de Barcelona, que recibe a miles de turistas diarios. Denunció a las mafias de los apartamentos, los restaurantes y las tiendas turísticas de su distrito, y la construcción por parte de un promotor privado del hotel del Palau de la Música. Denunció comisiones y amiguismos. Recibió amenazas de muerte y finalmente renunció, pero no a la política, sino a desarrollarla desde el poder.

Desde que usted está fuera ha puesto en marcha un parlamento ciudadano. ¿Cómo ha evolucionado?

En 2012, 1.700 personas firmamos un manifiesto a favor de la desobediencia civil y contra la dictadura financiera. Trabajando sobre cómo podía ser esa desobediencia civil, imaginamos que quizá algo posible era dotar a la ciudadanía de una institución permanente que fuera complementaria del poder delegado de nuestras cámaras legislativas. Un parlamento ciudadano que tuviera capacidad de proponer leyes, porque están los conocimientos para rea-lizar los contenidos; organizar acciones de desobediencia civil, una manera de controlar al Ejecutivo, y promover consultas o tareas de democracia directa. Ahí surgió esa idea de parlamento ciudadano.

Imaginamos que los núcleos de ciudadanía activa y activista constituyeran comisiones parlamentarias por sectores, temáticas. Que distintas entidades que habían trabajado en cuestiones energéticas, por ejemplo, podrían constituir la comisión de soberanía energética... los otros movimientos que habían trabajado en cuestiones de soberanía alimentaria podrían vincularse con otras organizaciones como la comunidad de campesinos, y así cada ámbito.

Era un trabajo de reconocimiento de cómo se está organizando la ciudadanía que hace política desde las propuestas, desde las alianzas y el sumar, y lo contraponíamos a la política de los partidos, que nos parecía que era una política de partir, competir, de rivalidad, que se afirmaba a través de negar al otro.

FOTO: ANDREA BOSCH

Lo sabe por experiencia...

Desde mi lugar como concejal viví el funcionamiento de los lobbies. Había visto cómo funcionan y observado las limitaciones de ese mecanismo. Había observado cómo un político con vocación de trabajar por el bien común no podía hacerlo porque el propio sistema no se lo dejaba hacer. Con el parlamento ciudadano quisimos, de alguna mane-ra, constituir un lobby de expresión y presión ciudadana. Un lobby pensando en las alianzas y la confluencia, más que en las artimañas de la influencia.

¿Por qué ganan los lobbies económicos?

Los concejales del territorio hablamos con la ciudadanía; pero los concejales de área, es decir, urbanismo, medio ambiente, o cualquier otro, no están en contacto con la ciudadanía. Esas áreas, que son las que tienen mayor presupuesto, más concejales trabajando y más potencia, no están directamente en contacto con la ciudadanía.

Pero lo pueden estar a través del político.

Tal como está montado, al político del territorio se le desgasta con un falso encuentro con la ciudadanía. Quien realmente designa las acciones potentes son las áreas y las tenencias de alcaldía. Es una franja de la Administración y del poder político opaca. No lo ve nadie. Y ahí es muy fácil para un lobby entrar por la puerta del despacho sin tener que pasar por ningún plenario de distrito.

Si es fácil para un lobby, ¿por qué no para un lobby ciudadano?

Los lobbies ciudadanos más temáticos intentan presionar. Pero cuando en asuntos urbanísticos intentan frenar algo, ya ni se les atiende. Se les considera que no tienen la gran visión del área de planificación y urbanismo. Siempre hay una organización del poder, jerárquica, que supone que el ciudadano se sienta muy poco capaz de influir en su gobierno. Por el contrario, un lobby, en tanto que tiene muchas conexiones, mayoritariamente con intereses económicos, entra por las puertas de los despachos con rapidez, porque su estatus de lobby económico hace que pueda.

¿Guanyem y el parlamento ciudadano trabajan juntos?

Históricamente en España, en la Transición, la llegada de la democracia a nuestras instituciones supuso que los partidos cooptaran a muchos líderes de los movimientos sociales. Eso supuso un desmantelamiento de ese contrapoder permanente. Eso estuvo bien. Hicieron contribuciones maravillosas. Pero sí que después, paulatinamente, se desmanteló ese liderazgo ciudadano. Se delegó y se fue fomentando una democracia más representativa que participativa.

En el parlamento ciudadano no queremos repetir los errores del pasado. Creemos que nuestra democracia debe tener dos hemiciclos. Una cosa es la Cámara parlamentaria representativa, a la que llegan candidaturas o partidos, y otra cosa es nuestro hemiciclo ciudadano, que no quiere acumular poder, sino custodiar que nadie abuse del poder.

Las nuevas candidaturas ciudadanas van a pedir que confiemos en ellas porque nos van a representar allí, y su vocación es ciudadana; es decir, que vamos a ser nosotros, aunque desde fuera, los que vamos a influir de verdad. Celebro esas emergencias ciudadanas que quieren entrar en el poder, pero queremos recordar que vigilen que no se desmantele la red de plataformas ciudadanas y redes de movimientos sociales. Han de trabajar paralelamente y pensar en el día siguiente a las elecciones. Los que entrarán necesitarán que desde fuera les ayudemos y les auditemos a la vez.

En estos momentos hay la tentación a veces de mezclarlo todo. Candidatura, movimientos sociales y ciudadanía. Hay que reforzar la capacidad de autonomía y autoorganización de los barrios.

Si la llamaran, ¿volvería a la política desde adentro?

Por el momento no. En el futuro quizá sí. Ahora estoy muy convencida de que falta cultura política entre la población que habita en pueblos y ciudades. Hay que iniciar el camino del ciudadano autodidacta que se forma en la cooperación con los demás.

Si Ada Colau llega, se va a encontrar con una estructura burocrática que le estará limitando continuamente la acción. Para que pueda transformar esa estructura interna y le sea posible parar los lobbies económicos necesitará una ciudadanía que esté a su lado. Pude parar los hoteles, pero poco después, una vez dimití, Barcelona y sus gentes no se movilizaron para denunciar ese modelo turístico. No lo suficiente. Si mi acción política de controlar al sector turístico hubiera ido acompañada de una movilización ciudadana masiva y no sólo de los vecinos de Ciutat Vella, el alcalde hubiera anulado el hotel del Palau y yo no habría tenido que dimitir.

Es conocida la historia de políticos que se enfrentan a un sistema, no pueden con él y renuncian. ¿No cree que la ciudadanía puede sentirse un poco abandonada?

Mi dimisión no ha desmoralizado a la gente, al contrario. Me encantaría retomar el trabajo que estábamos haciendo, pero entiendo que hice un gesto muy importante dimitiendo, y que estoy construyendo un parlamento ciudadano que me parece que expresa un compromiso con la política. No tengo un sueldo ni un reconocimiento institucional, pero para mí tiene mucho sentido político.

¿Quién es?

Itziar González tiene cuarenta y seis  años y no tiene hijos. Dedica su vida al urbanismo cooperativo y al activismo político, y está convencida de poder transformar su entorno. Si se detiene un segundo es para tomar impulso. Trabaja como arquitecta y como mediadora; además, prepara dos libros, uno junto a un joven ambientólogo (saldrá en noviembre) y otro con el miembro de Justícia i Pau Arcadi Oliveres. Su ilusión es publicar otro libro que ya escribió. Uno que trata de su paso por el Ayuntamiento de Barcelona, algo que quedó en un cajón porque estaba amenazada y su vida corría peligro. FOTO: ANDREA BOSCH
 

Hablemos de arquitectura. ¿Cómo se puede democratizar el urbanismo, desde el diseño?

Ahora están convergiendo muchos colectivos de arquitectos y urbanistas, muchos de ellos en cooperativa, que intentan explicar a los ayuntamientos que la manera más eficaz de hacer ciudad es con participación y cooperación ciudadana. Es la manera de poder diagnosticar realmente qué no va bien, qué se quiere y, por tanto, hacer mucho más eficiente esa ejecución y concreción de ciudad. Si como ayuntamiento te pones a diseñar una plaza sin haber preguntado, ni mirado, ni observado junto con la gente, tienes más posibilidad de error. En cambio, si empiezas a diseñar unas metodologías colaborativas de diagnosis, eso amplía enormemente la capacidad de alianzas. Soy experta en resolución de conflictos en el espacio público. Me dedico a ello, y siempre digo que cuando un asunto en el espacio público no va bien, eso es síntoma de que esa sociedad no va bien, que algún aspecto de sus miembros no está cooperando bien. La ciudad es cooperación de ciudadanos.

“Hay que rehabilitar. Los núcleos viejos muestran cooperación entre generaciones”

“Feminizar la política es fundamental. Debemos convertir la ciudad en un cuerpo que cuidar”

Es importante que los ayuntamientos se den cuenta que las grandes partidas económicas que se han ido en construir plazas, equipamientos y actuaciones de este tipo no han revertido necesa-riamente en calidad de vida para sus ciudadanos. Han construido una plaza, una biblioteca, un hospital. Sin duda, es un equipamiento. Pero en cuanto a espacio público a veces se ha gastado mucho más de lo necesario, y en ocasiones ha sido una oportunidad perdida para generar un espacio que los vecinos ce-lebrasen. Hay que hacer que los barrios cooperen entre sí.

Es difícil juntar a la gente en pueblos pequeños, debe de ser más complicado todavía juntar barrios en una gran ciudad.

A mí me gusta lo que ocurre en Barcelona, donde los barrios tienen mucha presencia. Me encantaría que cada barrio tuviera su asamblea ciudadana. Estarían los más activos. Sólo bastaría con que tuvieran la delicadeza de informar a los más pasivos. No todo el mundo tiene la obligación de activarse políticamente.

Creo en el municipalismo libertario y, por tanto, creo muchísimo en esas redes de proximidad y en esas interconexiones con otros núcleos. Creo que eso permitiría desmantelar muchas estructuras, entre ellas la del Estado. Y que los municipios se pondrían de acuerdo para crear esas zonas comunes: un hospital equidistante de estos núcleos. Iniciaríamos la etapa de la política ligada a lo colectivo, a lo que suma y no a la rivalidad y la competencia entre barrios.

Imaginando ciudades, una de las ideas que han tenido los urbanistas en contra de la desigualdad es que familias con dificultades residan en barrios de clase media o acomodados, de modo que no se creen guetos de pobreza. Si imaginara una ciudad contra la desigualdad, ¿cómo sería? ¿Qué puede aportar el urbanismo?

Una cosa básica es unir lugares de trabajo con lugares de vivienda. Acabar con las distancias entre donde se trabaja y donde se vive. Eso ahorra infinidad de tiempo para disfrutar, para cuidar, para la política. Evidentemente, hay que acabar con los coches. No se puede vivir en una ciudad donde te están envenenando. Hay que cuidar la contaminación acústica y medioambiental, así como la alimentación de la ciudadanía.

¿La alimentación?

Hemos de conseguir vincular la producción de nuestra alimentación también con la cercanía. Tiene que haber coope-rativas de consumo que permitan vincularse con el territorio. La ciudad tiene que facilitar esa conexión.

También hay que fomentar los servicios. Una persona debe tener una ferretería cerca, moverse por su barrio en la vida cotidiana. Es también fundamental que se fomente la curiosidad por conocer otros barrios y descubrir las diversidades y la riqueza. El tamaño pequeño es esencial, pero un tamaño pequeño no autista, que en vez de poner barreras, complemente.

Puede haber un barrio en donde, por la razón que sea, se concentran, por ejemplo, talleres de costura o de confección de ropa. Hay que poder ir allí. Es importante rescatar identidades y cooperar. Para eso es preciso que las personas puedan hacer su vida fácilmente en su entorno o que, si deben movilizarse, tengan comunicación en bicicleta o transporte público.

Un buen servicio de transporte porque las ciudades son cada vez más grandes.

Hay todavía mucho por hacer dentro de las ciudades. Hay que reciclar y rehabilitar lo construido. Cuando terminé mi carrera hice un juramento hipocrático de no construir obra nueva. No lo he hecho nunca. Siempre que me han hecho un encargo, lo he pasado a otros. No me interesa. Creo que reciclar, restaurar, darle a un cascarón viejo una nueva función es una maravilla. La arquitectura permanece, pero la vida la va renovando. Es maravilloso. Nuestro cuerpecito se degrada y se acaba, pero la arquitectura, si la vas manteniendo, dura. Ahí hay una cosa muy bonita de transmisión. Una generación construye una cosa que pasa a otra. Es un trabajo que tiene que ver con una cultura política. Ninguna ge-neración podrá cambiar las cosas sola. Será sumándose a lo que han hecho sus padres y sus abuelos, y fomentando en sus hijos un deseo de seguir esa cons-trucción infinita. Es muy importante ese elemento de enlazar una cadena de vo-luntades, esa perseverancia. Para mí los núcleos viejos de las ciudades han simbolizado siempre la cooperación entre generaciones a través del tiempo.

UNA CIUDAD SOSTENIBLE La arquitecta y urbanista imagina como ciudad ideal una urbe sin coches, donde la gente viva cerca del trabajo y pueda usar el transporte público. Los barrios tendrían cooperativas y cada uno su asamblea. La participación complementaría a la democracia representativa. FOTO: ANDREA BOSCH

¿Cómo sería una ciudad que fomenta la equidad de género?

Si los hombres que se mueven en el ágora estuviesen sometidos a no hacer política con la agresividad que la ejercen, eso cambiaría muchas cosas. Si dejaran de ir uno contra el otro.

¿Cómo se puede cambiar eso?

Rechazando esos comportamientos por parte de la ciudadanía. Cuando un político exprese en un espacio público algo con esa agresividad, debería sentirse rechazado por todos los medios de comunicación. Todas las expresiones ciudadanas deben decir: “Eso no es una buena forma de hacer política”.

Hay otra manera de influir, con valores que creo que han estado siempre en el acervo de las mujeres. La cooperación, el sumar, el cocinar a tiempo lento, la contención y la actitud atenta hacia el otro, el cuidado. Esos son los valores que hay que aportar. Esa es la aportación histórica que haremos a nuestros compañeros. Les vamos a mejorar la vida pública. La feminización de la política es fundamental. Tenemos que convertir la ciudad en un cuerpo que compartimos y del que hemos de cuidar juntos.

 

EXPERIMENTO ANARQUISTA

Cuarenta años del “Estado libre de Christiania”

¿Qué ciudad que conozca es su modelo? ¿Cuál es la mejor?

Christiania, en el centro mismo de Copenhague. Antes existía una zona militar, con cuarteles, grandes edificios. Tenía un muro. Pero en los años setenta ese lugar quedó abandonado. Los vecinos lo ocuparon. Lo declararon “Estado libre de Christiania”. Fueron construyendo sus hogares y se organizaron como comunidad libertaria. Hicieron doce pequeños barrios, prohibieron el coche y, aunque se permitían las drogas blandas, rechazaban las drogas duras.

¿El Estado lo permitió?

No. El Estado intentó sacarlos, pero hubo tal movilización internacional que el Estado danés lo aceptó en su Parlamento como experimento social.

Hubo una oficina de construcción. Alguien tuvo que hacer el alcantarillado. Uno de los grandes almacenes construyó una cooperativa de reciclaje de materiales. Unas mujeres crearon una fábrica de estufas de hierro. Otros fabricaron unas bicicletas, las que llevan un carro delante y ahora pueden verse por todo el mundo.

¿Y en qué derivó?

Han pasado bastantes años. Muchos de los que vivían allá eran exiliados políticos sudamericanos o groenlandeses que no se sentían integrados en Dinamarca. También había alcohólicos, yonquis... Allí encontraron un espacio donde no eran juzgados.

Pero, si hoy alguien va ¿con qué se encontrará?

Encontrará cuarenta años de práctica anarquista, con sus contradicciones. Hay personas que viven del subsidio del Estado; otras tienen sus puestecillos turísticos. Y hay jóvenes que van a buscar hash. Encontrarán cosas superficiales, otras más auténticas y contradicciones. En todo caso, es una experiencia que sigue inspirando.

 

VIVIENDAS TURÍSTICAS

“Hay empresas que utilizan la miseria”

¿Qué piensa de Airbnb y del conflicto que ha habido en Barcelona?

El tema es: ¿para qué sirve una vivienda? ¿Es un negocio o un derecho? Cuando una empresa trabaja con un derecho, pues en principio pongo mis peros. Creo que lucrarse con eso deforma la realidad habitacional.

Conozco una mujer que tiene dos hijos y está sola. No tiene mucho trabajo. Vive en una casa de alquiler. Y de vez en cuando subalquila su casa en Airbnb y se va a casa de sus padres. Para ella es una ayuda...

Pues me parece legítimo. Hace lo que quiere con su vivienda. Pero es mejor haber fomentado el bed & breakfast. Lo han hecho otras ciudades. Si tú tienes una vivienda con espacio, puedes acoger un visitante. Le das el desayuno y la cama, y tú estás viviendo allí.

Sí, pero no se sabe a quién se mete en casa. ¿Y si es un pederasta?

Pues se monta una estructura y que se registre. Hay que trabajar cooperativamente. La sobrevivencia es una mala consejera, aunque es muy respetable. El fenómeno de que los ciudadanos se vean obligados a comerse el derecho básico de la vivienda es una perversión del sistema. Aquí hay empresas parasitarias que se aprovechan de la miseria de la gente. Los hoteles, si son limitados, son el lugar más sostenible. Ocupan en poco espacio muchas habitaciones. Te registras. Dejas rastro. Lo otro es opaco y evade impuestos.