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La herencia de la deuda argentina

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Octubre 2018 / 62

Desde Buenos Aires

Mal presagio: El país, que a medidados de siglo XX casi se igualaba con las naciones más industrializadas, cayó en sucesivas crisis y hay quien augura su quiebra.

Mauricio Macri, presidente de Argentina. FOTO:123rf

Argentina es conocida por el mate, esa infusión que puede causar repulsión porque se comparte el sorbete con que se bebe. Maradona, Messi y Jorge Luis Borges.  También por un par de palabras que ingresaron dramáticamente al idioma universal: desaparecidos y corralito. La brutal dictadura de 1976 fue el instrumento para reformular las bases de la economía local. El país industrializado que desde mediados del siglo XX venía pidiendo pista entre las naciones desarrolladas terminó enterrado en una colosal deuda externa y el regreso de la producción al sector primario. El tema que acosa a los argentinos desde la cuna al sepulcro es cómo una nación de las más ricas de la Tierra se fue cayendo del mapa. El origen de los males, según quien ponga el microscopio, son las dictaduras que se repitieron desde 1930, tras la crisis mundial del 29, o el populismo, que con Juan Domingo Perón en 1946 instauró un Estado de bienestar a la sudamericana. Viene bien un repaso de cómo comenzó todo, ahora que  otra vez Argentina está en alerta roja. 

En septiembre de 1955 un golpe militar derrocó a Perón a sangre y fuego. Un año después el país ingresó en el Fondo Monetario Internacional y se impusieron las primeras medidas de la escuela de Friedrich von Hayek. Los militares volverían a salir de los cuarteles en 1962 y 1966 hasta que Perón regresa de su exilio español y resulta electo por tercera vez en 1973, pero muere un año más tarde, por lo que quedó en su lugar su viuda, María Estela Martínez. En medio de la inestabilidad política, ese Gobierno produce una colosal devaluación en 1975 en lo que fue la primera avanzada de las políticas neoliberales que en Chile impuso el régimen de Pinochet.  Fue el tiro de gracia para el peso. El dólar se convertiría desde entonces en la moneda de reserva. 

El proceso de reorganización nacional, como se autodenominó la dictadura de 1976, trajo al país a la Escuela de Chicago, de la mano de un representante de la oligarquía agraria, Alfredo Martínez de Hoz. La deuda, que era de 7.000 millones de dólares, trepó a 45.000 millones en 1983 y la pobreza, del 7%, subió al 22% cuando la ciudadanía recuperó la democracia. Desde entonces la deuda es una espada que pende sobre cada Gobierno. 

 

ALFONSÍN Y MENEM 

Raúl Alfonsín (de la Unión Cívica Radical, socialdemócrata él) tuvo que dejar el mando antes de tiempo por la hiperinflación y una crisis de deuda. El peronista Carlos Menem convocó al economista Domingo Cavallo en 1991 para establecer la convertibilidad. El nuevo peso se puso 1 a 1 con el dólar. Cada peso debía tener el respaldo de un dólar en el Banco Central.  

La inflación se redujo a cero, al costo de entrar en recesión, de una desocupación superior al 20 % y de una pobreza de más de 30 puntos. En 1999 una alianza de centroizquierda gana las elecciones prometiendo mantener la convertibilidad. 

Pero la deuda externa superaba los 100.000 millones de dólares y el déficit fiscal, los 7 puntos del PBI. Muchas provincias emitieron cuasimonedas hasta que en diciembre de 2001, con Cavallo en Economía, decretó el corralito, un límite para extraer dinero de los bancos.

Hubo masivas manifestaciones, 30 muertos por la represión, se declaró la fallida de la deuda y en una quincena se sucedieron cinco presidentes hasta que un senador, Eduardo Duhalde, fue ungido para terminar el mandato. Fue el fin de la convertibilidad. 

En 2003 Néstor Kirchner llegó al Gobierno, con el 25% de desocupados y el 50% de pobreza. Cambió el eje de la economía y renegoció la deuda apelando a una frase: “Si nos ayudan a crecer podremos pagar, los muertos no pagan deudas”. El contexto mundial y regional ayudaron. La llegada de Gobiernos afines en Latinoamérica y el incremento de los precios de los commodities fueron una tabla de salvación. 

En 2005, Argentina canceló su deuda con el FMI y renegoció hasta el 96% de la que mantenía con el sector privado con quitas de hasta el 70%.  Kirchner entregó el Gobierno a su esposa, Cristina Fernández, que profundizó medidas tildadas de populistas. Hubo crecimiento de la economía a tasas chinas.  Entre las críticas figura que no bajó la pobreza del 30%. La clase media cuestionaba el cepo, la restricción a la compra de moneda extranjera; los productores agrarios, la retenciones a las exportaciones, la principal fuente de divisas. 

En 2015 asumió la presidencia Mauricio Macri, que representa en sus genes esta Argentina contradictoria. Su padre, Franco, emigrante italiano, llegó al país en 1948 y pronto se hizo proveedor del Estado peronista. Amasó una pequeña fortuna con la obra pública y  buscó unirse a la “gente de bien”. Fue así como se casó con Alicia Blanco Villegas, joven descendiente de una familia de terratenientes de la más rancia oligarquía bonaerense. 

Los Macri incursionaron en la industria y tuvieron el control de la firma que elaboraba los automóviles Fiat y Peugeot y un Blanco Villegas dirigió la electrónica Philco. Mauricio está enfrentado con su padre desde hace años y en la Casa Rosada impulsó medidas que Franco, ya retirado, siempre rechazó. 

Disminuyó, y en algunos casos eliminó,  las retenciones, liberó la compra de dólares y también la obligación de liquidar divisas de la exportaciones en el país. La primera consecuencia fue que los dólares ya no ingresaron, especulando con la devaluación. Para sostener el modelo contrajo deuda, que pasó de 91.473 millones de dólares en  2015 a 155.053 millones al 30 de junio de 2018. 

Macri representa en sus genes la Argentina contradictoria

Por la derecha y por la izquierda se cree que la quiebra es inminente

Al mismo tiempo, eliminó subsidios a servicios públicos y las empresas dolarizaron los precios, aumentando hasta un 1.800% las tarifas de gas, electricidad, combustibles y transportes. Hasta que en diciembre pasado la Reserva Federal de EE UU aumentó la tasa y el dinero comenzó a fluir hacia el norte. Se cerraron los grifos repentinamente. 

En abril, ante la falta de dinero fresco y la escasez de ingresos, en parte por una grave sequía, en parte porque los exportadores se sentaron sobre los dólares, el Gobierno decidió recurrir al FMI. El dólar, que estaba a 18 pesos en diciembre, trepó a comienzos de septiembre a 40 y la escalada de precios es irrefrenable (la inflación será del 40%) y las tarifas siguen esa espiral. El primer dinero enviado por el FMI se fugó al exterior o a los colchones.

En lo que va del año salieron del sistema 20.000 millones de dólares y se estima en el exterior hay más de 400.000 millones de dólares de argentinos. Para sostener el peso, las tasas de interés del BCRA superan el 60%. 

El Gobierno culpa de sus males a “la herencia recibida” (las fallas del Gobierno anterior), al cambio de tendencia en la economía mundial, a 70 años de populismo (que coincide con la llegada de su padre al país) y a una causa judicial en la que se investigan aportes ilegales de empresas contratistas del Estado a los gobiernos de los Kirchner. Entre esas empresas también está la de los Macri. 

 

¿VUELTA A LA CONVERTIBILIDAD?

La pregunta es cómo termina este nuevo capítulo de la novela argentina. Un asesor del Gobierno de Donald Trump, Larry Kudlow, removió el avispero cuando recomendó volver a la convertibilidad. Hay un frente dolarizador que propone eliminar el peso. De hecho, los inmuebles y los vehículos se venden en moneda estadounidense desde hace décadas. Desde la otra trinchera consideran que cualquiera de las dos opciones sería un suicidio porque haría desaparecer a la industria local. 

Mientras tanto, por la derecha y por la izquierda creen que la quiebra es inminente aunque quizás en forma de canje de bonos. “Los números prometidos al FMI no cierran”, dice uno de los más exaltados, el ultra liberal Javier Milei. “El Gobierno promete déficit cero y una caida de la actividad este año y del 1% en 2019. Pero para pagar la deuda necesitas crecer permanentemente a 3%”, señala. 

¿Lo sabe el FMI? Seguramente, pero para los analistas, no quiere caer en otro desprestigio como en 2001. Además, en noviembre Argentina será sede del G-20, el grupo de países emergentes. El dato adicional es que el grueso de la deuda vence en 2020, una pesada  herencia para el que gane las presidenciales de 2019.