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El oprobio del hambre // Dar cuanto y donde digan los más ricos

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Mayo 2016 / 36

Filantrocapitalismo: En una misma habitación, unos buscan soluciones con la mano derecha a problemas originados por otros, también presentes, con la izquierda. 

La afirmación corresponde a Peter Buffett, hijo del inversor y filántropo Warren Buffett, a raíz de su experiencia en un montón de puestos de responsabilidad en fundaciones y entidades dedicadas a mejorar el mundo en las que se mezclan gobiernos, inversores, empresarios, científicos... David Rieff recoge el parecer de Buffett júnior en  El oprobio del hambre, un libro que, por muchos equilibrios y pronunciamientos respetuosos sobre “las buenas intenciones” de millonarios que donan buena parte de sus fortunas a causas diversas, no deja de cuestionar la creciente subcontratación de los más ricos por parte de gobiernos y de agencias de la ONU con el fin de que resuelvan problemas globales como el hambre o la erradicación de enfermedades. 

El oprobio del hambre
David Rieff
Taurus, 2016
430 páginas
Precio: 22,70 €

Rieff, analista, crítico y periodista político, no parece muy preocupado por hacer amigos en un libro especialmente critico con lo que llama “optimismo acrítico”, que rodea la actividad de filantrocapitalistas como Bill y Melinda Gates. El autor compara con el “totalitarismo de Castro” la actitud del fundador de Microsoft cada vez que éste desacredita las voces que cuestionan el alineamiento de intereses corporativos y hasta comerciales con fines activistas. Un caso podría ser la transformación de los sistemas agrícolas del mundo (más de la mitad del mercado de semillas está controlado por los gigantes Montsanto, Syngenta y Dupont) o la cruzada contra el hambre favorable a los cultivos transgénicos... La Fundación Gates es accionista de Monsanto. 

La elusión fiscal por parte de grandes compañías como Apple o Google, y la trayectoria antisindical de pesos pesados de la distribución como WallMart (un fondo soberano noruego dejó de invertir en la empresa por su política laboral), son también blanco de las críticas de Rieff cuando se trata de compañías apreciadas por su apoyo a causas varias. El oprobio del hambre rechaza la ayuda indiscriminada  canalizada por agencias internacionales y fundaciones de donantes a gobiernos faltos de credenciales democráticas (Ruanda o Etiopía).

La cuestión de fondo es siempre la misma: mejor que exista ayuda a que no exista, claro, pero cuando son los poderosos quienes eligen (a discreción y con frialdad tecnocrática) sus obligaciones sociales, su cuantia, su duración, guiadas siempre por la innovación, y sin que se acepte crítica alguna, algo no funciona. 

¿La alternativa? Rieff recupera la importancia del Estado y las políticas públicas y democráticas. Aunque concreta poco en las soluciones, cualquier interesado en ayuda  humanitaria debería leer este libro.