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Ciencia-ficción

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Julio 2016 / 38

La economía es ciencia y es ficción. Más ficción que ciencia, a veces. ¿Quieren ejemplos? Muchísima gente considera que si Adolf Hitler se hubiera retirado en 1939, antes de la guerra y el genocidio, sería aún hoy el mayor héroe de Alemania. Por aquello del milagro económico y las autopistas. Se recuerda de aquel período la ruptura del ciclo hiperinflación-deflación propio de la República de Weimar, la reducción rapidísima del desempleo y el auge de la euforia patriótica. Se recuerda menos que los obreros alemanes de entonces cobraban mucho menos que los obreros franceses o británicos, que estaban prácticamente militarizados y que el brutal esfuerzo inversor del Estado nazi en las industrias de siderurgia y armamento sólo podía desembocar en una guerra. Es decir, se recuerda mejor el relato (“Alemania renació”) que los hechos.

Otro ejemplo. La mayoría de los  estadounidenses consideran que Ronald Reagan fue un gran presidente porque superó el círculo vicioso de inflación y falta de crecimiento, les devolvió el optimismo y logró la victoria sobre los soviéticos en la guerra fría. Tienden a olvidar que Reagan acumuló una deuda monstruosa e impulsó la especulación financiera que tantas alegrías ha dado al mundo últimamente. Otra vez, el relato (mezcla de sensaciones privadas y propaganda pública) se impone sobre la realidad.
¿Más? No fue Franklin D. Roosevelt quien logró superar la Gran Depresión de 1929, sino la Segunda Guerra Mundial. Pero su New Deal, que tenía más de terapia psicológica colectiva (las “charlas junto a la chimenea” retransmitidas por la radio) que de política efectiva, aún hace babear a los economistas keynesianos.

Si Hitler se hubiese retirado en 1939, sería el mayor héroe alemán

EE UU olvida que  Reagan generó una deuda descomunal

La ficción, el relato, resulta esencial en cualquier gestión económica. El gran problema de la Unión Europea consiste en que se ha quedado sin relato. Cientos de millones de personas están gritándole a alguien, no se sabe bien a quién, aquello que el cineasta Nanni Moretti le gritó al poscomunista Massimo D’Alema: “Di alguna cosa de izquierda, o aunque no sea de izquierda, algo civilizado, di algo”. Y nadie responde al grito. Nadie comprometido con Europa dice nada que merezca la pena escuchar.