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Bolsillos vacíos, salud más frágil

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Julio 2013 / 5

Las diferencias socioeconómicas son un factor importante en la esperanza de vida: múltiples estudios demuestran que la mala salud se solapa a menudo con la pobreza, incluso en una misma ciudad.

Los expertos avisan que la crisis dificulta seguir una dieta sana. FOTO: EDU BAYER

El 80% de las muertes prematuras por enfermedades cardíacas o cerebrovasculares y más de la mitad de los tumores malignos se podrían evitar con estilos de vida saludables como una alimentación sana, una actividad física regular y no fumar. Las consignas médicas son claras y concisas: “Coma sano, cinco porciones de frutas y verduras cada día”. “Haga ejercicio, una hora al día”. “No fume”. “Duerma ocho horas diarias”. “Evite estresarse”.  Ahora bien, ¿cuál es el margen de decisión de cada individuo a la hora de llevar a la práctica estilos de vida saludables? ¿Tiene todo el mundo las mismas oportunidades para decidir sobre ello? Cada vez hay más estudios que indican que según los ingresos, la educación y el lugar de nacimiento las decisiones no se toman en igualdad de condiciones. 

Según la Comisión de Determinantes Sociales de la Salud de la Organización Mundial de la Salud   (OMS), “el lugar que cada cual ocupa en la jerarquía social afecta a sus condiciones de crecimiento, aprendizaje, vida, trabajo y envejecimiento, a su vulnerabilidad ante la mala salud y a las consecuencias de la enfermedad”. Se trata de un documento en el que han participado expertos de todo el mundo. También españoles, entre ellos Joan Benach, codirector de la Comisión de Determinantes Sociales de la Salud de la OMS. Precisamente, un estudio publicado por Benach en el Journal of Epidemiology and community indica que si toda España tuviera el índice de mortalidad que registra el 20% de las zonas más ricas del mundo, todos los años se producirían 35.090 muertes menos.

La injusticia socioeconómica mata y, sobre el mapa, la mala salud se solapa con la pobreza. Sea el mapa mundial o incluso el plano de una misma ciudad. El 80% de las personas que mueren por enfermedades cardiovasculares viven en países de renta media o baja. También el 80% de los diabéticos vive en países pobres. Pero también hay ejemplos en los llamados países desarrollados. Y muy cercanos. En Barcelona, por ejemplo, un niño nacido en el barrio de Ciutat Vella, con las rentas más bajas de la ciudad y más inmigrantes, tiene una esperanza de vida media de 73 años. Otro varón nacido en el acomodado Eixample tiene una esperanza de vida cinco años mayor, 78 años. Si fuese niña, las diferencias entre barrios serían de dos años. Lo mismo en Madrid. La esperanza de vida media en Vallecas es de 79 años, mientras que en el barrio de Salamanca es de 83 años. 

 

Lazos entre economía y salud

Según los expertos de la OMS, mientras el 90% de la población mundial tenga que vivir con menos de dos euros al día, en tanto que las necesidades mínimas pendan de un hilo, la capacidad individual para escoger un estilo de vida saludable es nula. En un país como Mozambique, por ejemplo, donde la ingesta de agua en mal estado es uno de los principales motivos de infecciones mortales, hay que caminar más de media hora para obtener agua. La libertad para decidir si se toma cierta agua para evitar una infección no existe. O se toma o se muere de sed. Del mismo modo, “el origen de las cardiopatías no es solo la carencia de unidades de atención coronaria, sino también el modo de vida de la población, que está configurado por el entorno en el que vive; la obesidad no es culpa del control personal, sino de la excesiva disponibilidad de alimentos ricos en grasas y azúcares”, indica la comisión de la OMS. También apuntan cómo los pobres consumen más tabaco y beben más.

En los países con economías en transición preocupa especialmente el incremento desorbitado de la obesidad. En India y China se ha duplicado en una década el consumo de comida rápida. México lo ha triplicado. “Para corregir las tendencias de la epidemia mundial de obesidad será necesario superar un importante obstáculo pendiente: lograr la participación de diversos sectores ajenos a la esfera de la salud, tales como el comercio, la agricultura, el empleo y la enseñanza”, señala el informe de la OMS. 

 

En el barrio de al lado

En los países ricos, tener pocos ingresos significa tener un menor acceso a la educación, al ocio, a los recursos sanitarios, sufrir desempleo o tener que soportar peores condiciones de trabajo. También supone residir en barrios más inseguros. Hay muchos ejemplos: en la ciudad de Glasgow, en Escocia, un niño que nazca en Calton, uno de sus suburbios, tiene una esperanza de vida de 54 años, 28 años menos que otro que nazca en Lenzie, otro barrio situado a tan solo 13 kilómetros de distancia, donde la vida media sobrepasa los 80 años. En Estados Unidos, si las tasas de mortalidad de blancos y negros fuesen iguales, entre 1990 y 2000 se hubiesen evitado 800.000 muertes. 

Diferentes estudios indican que los trabajadores con menores ingresos y mayor precariedad laboral tienen peor salud. Entre ellos, los realizados por Joan Benach, Carme Borrell, Inma Cortés y Lucía Artazcoz en el marco del Observatorio de salud de la Agencia de Salud Pública de Barcelona (ASPB). En el año 2008, cuando una cuarta parte de los trabajadores no cualificados tenían contratos temporales y cerca del 8% ni tan solo tenía contrato, la contrapartida era que el 12% presentaba problemas psíquicos. La conclusión de los autores del estudio es clara: la incertidumbre y la falta de control sobre la propia vida producen niveles de estrés que acaban dañando la salud mental. Entre los trabajadores con tales condiciones la incidencia de diferentes enfermedades como el dolor cervical, lumbar o las migrañas también es mayor. En dolores de cabeza, las cifras se triplican. Entre mujeres, cualquier dolencia respecto a las que cuentan con mejores condiciones laborales se duplica. Del mismo modo, la correlación entre paro y suicidio está clara desde el pasado siglo XIV. Hay el doble de posibilidades de que una persona sin trabajo acabe quitándose la vida. En Estados Unidos, entre los años 2007 y 2010, coincidiendo con el aumento de la crisis, la tasa de suicidios ha aumentado. En los estados donde más ha aumentado el paro las cifras son mayores.

Diferentes estudios también muestran otra correlación: la falta de tiempo y de recursos también se traduce en una peor dieta. Según otro estudio de la ASPB, las mujeres más desfavorecidas sufren más sobrepeso, el 34,6% frente al 20,1%. Menos del 20% de las mujeres con una renta baja hace ejercicio en su tiempo libre, frente al 40% entre las clases acomodadas.

Los muchos datos que relacionan las desigualdades sociales deberían traducirse en un nuevo enfoque de la sanidad. Michael Marmot, profesor del University College of London, autoridad mundial en el estudio del gradiente social y la salud, afirma: “Cuando se piensa en salud se hace solo desde el punto de vista de la atención sanitaria, pero es importante distnguir entre las razones por las que la gente enferma y qué ocurre cuando enferma”. En definitiva, hay muy pocos problemas que sean puramente genéticos, por lo que resulta necesario incorporar los problemas sociales a la biología. 

 

ALIMENTACIÓN

La obesidad en la cesta de la compra

La dieta mediterránea, basada en un elevado consumo de cereales, frutas, verduras, hortalizas y legumbres, reduce en un 30% el riesgo cardiovascular. Es más sana que una dieta más grasa, pero también más cara para los bolsillos en crisis. Diversos estudios muestran que la obesidad tiene relación con los bolsillos y con el nivel de educación. La educación y la información permiten hacer mejores elecciones, pero la economía también tiene buena parte de responsabilidad.

Hace dos años, una barra de pan de 200 gramos costaba entre 50 y 60 céntimos. Ahora más de 80. Para los bolsillos en crisis, la bollería industrial es más barata, y también más grasa. El incremento del precio de verduras y frutas también juega a favor de la ingesta de mayor cantidad de grasas e hidratos de carbono. A finales de los años noventa el kilo de judías verdes costaba unos dos euros, mientras que ahora se pagan entre cuatro y cinco, incluso más. 

En Andalucía, por ejemplo, una de las comunidades con mayor sobrepeso y obesidad, entre las clases más desfavorecidas las tasas se duplican, según estudios de la Escuela Andaluza de Salud Pública. Por nivel de educación, entre las personas con menos estudios se triplica. Por situación laboral, entre los parados hay más sobrepeso que entre las personas con ocupación. En mujeres, las diferencias son mayores según el nivel de educación. El 20% de las mujeres con estudios primarios tienen sobrepeso, mientras que entre las que tienen estudios superiores, no llegan ni al 5%. 

En el campo de la prevención, solucionar el problema de raíz involucra a la industria alimentaria.  El informe sobre desigualdades sociales de la OMS apunta a que “las políticas comerciales incentivan la producción, el comercio y el consumo de alimentos altos en grasas y azúcares en detrimento de la fruta y los vegetales, lo cual se contradice con las políticas de salud pública”. Una solución más inmediata ante la necesidad de mantener una dieta más sana y ajustada al bolsillo pasa por repensar mejor la cesta de la compra, conocer a fondo las opciones comerciales del entorno y localizar las mejores ofertas.