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China: los retos del nuevo poder

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Mayo 2013 / 3

En la reciente sesión anual de la Asamblea Nacional Popular de China, la economía ha sido el ámbito en el que han sido confirmados en puestos clave una serie de dirigentes considerados reformistas. En primer lugar, el primer ministro del país, Li Keqiang. También lo han sido el viceprimer ministro Wang Yang, que ha dirigido las reformas en Guangdong, y el ministro de Finanzas, Lou Jiwei (expresidente además de uno de los dos grandes fondos soberanos del país). Incluso el gobernador del banco central, Zhou Xiaochuan, que finalmente ha sido confirmado en su puesto.  Aunque también es cierto que  otros viceprimeros ministros (Ma Kai, director de la influyente comisión de reforma y desarrollo nacional, y Zhang Gaoli, que dirigió Tianjin) son considerados en general como más conservadores.

Todo el mundo va a mirar con microscopio la política y las reformas que practiquen. Hay cosas muy importantes en juego. En primer lugar, el brutal aumento del crédito, de las inversiones, sobre todo inmobiliarias, y de las capacidades de producción que quedan sin utilizar.  Si bien el ritmo de crecimiento de la economía china se ha lentificado hasta un 7,8% en 2012, son muchos los economistas que piensan que ese indicador incluye gran número de capacidades de producción superfluas. El crecimiento real en 2012 estaría, en realidad, entre el 5% y el 6%.

En segundo lugar, está en juego el control de los intereses adquiridos. Li ha reconocido en relación con ellos que eran “más difíciles de conmover que de conmover las almas”: grandes empresas estatales y bancos rebosantes de capital, autoridades locales enriquecidas por las ventas de tierras (y clases superiores urbanas favorecidas por el auge inmobiliario y beneficiadas fiscalmente). A este respecto, la única innovación es una campaña contra la corrupción. Llevada a cabo por el Partido sin ninguna supervisión legal y desviada hacia el ámbito de las costumbres, hasta el momento parece sobre todo una iniciativa destinada a la opinión pública.

En tercer lugar, está en juego la persistencia del cambio de modelo económico, el paso de una economía enfocada a la exportación a una economía basada en el consumo interior y sostenida por un presupuesto social. En este terreno, lo anunciado no está a la altura de las intenciones. Los gastos sociales (educación, sanidad, vivienda) han tocado techo en el presupuesto de 2013 y en conjunto representan algo menos del 8% del PIB (aunque cerca de un tercio del presupuesto del Estado central). 

El crédito y la inversión ha crecido más que el gasto social

El crecimiento económico real  se situaría entre el 5% y el 6%

Ello se debe a dos razones: por un lado, el crédito y las inversiones han ido mucho más deprisa que el crecimiento de los gastos sociales, a pesar del anuncio de  medidas espectaculares en apariencia, como los 35 millones de viviendas sociales de Wen Jiabao; por el otro,  los gastos sociales no multiplican el consumo, pues se concentran en la población pobre, sin capacidad de ahorro, y no liberan poder adquisitivo para el consumo interior.

En consecuencia, se puede apostar por que los motores tradicionales de la economía china (la exportación y un aumento de la calidad debido a la innovación) seguirán siendo determinantes.  Y por que la política monetaria seguirá oscilando entre el exceso (los créditos que engendran burbujas y deudas de dudoso cobro) y la escasez (frenazos que afectan a toda la economía). Es posible que los chinos se hayan dado cuenta de ello: parece que han reemprendido la carrera en el sector inmobiliario, durante cierto tiempo abandonada.