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Las oscuras ciudades del abandono

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Abril 2015 / 24

Desde Buenos Aires

Chabolas: Los asentamientos urbanos de América Latina se han convertido en lugares condenados a la marginación. Allí vive uno de cada cinco habitantes.

Una niña camina entre perros en La Inflamable. FOTO: ACIJ

Pasar un solo día en la villa miseria (poblado chabolista) La Inflamable, a orillas del riachuelo de Buenos Aires, en Dock Sur, deja un amargo picor en los ojos, la nariz y la garganta. El aire es tóxico. La villa está ubicada al lado de una zona petroquímica. Para colmo, los días de lluvia, la contaminación del río emerge a la superficie y las calles de barro se vuelven verdaderas cloacas al aire libre. Las alcantarillas brillan por su ausencia. La ayuda estatal llega con cuentagotas.

“Aquí no tenemos agua potable”, denuncia Claudia Espínola, vecina de La Inflamable y líder de la asociación vecinal Sembrando Juntos, que gestiona en su propia casita. Mientras habla, van entrando hombres del barrio que perciben pequeñas cantidades de dinero de la municipalidad para cargar los bidones de agua que les hacen llegar. “Conseguimos que nos den esto”, prosigue Espínola, que mantiene una sonrisa irónica.

Tampoco hay, por supuesto, ni corriente eléctrica, ni conexión a gas, ni alumbrado público, ni limpieza, ni recogida pública de basura, ni seguridad… ni, ni, ni… “Aquí cerquita, un vecino se tuvo que ir al hospital porque tenía cáncer. Cuando volvió, su casa ya no existía. Una empresa la había derribado y había puesto unos contenedores”, comenta Espínola.

El cáncer forma parte del paisaje de la pobreza local. En 2008, después de la denuncia de una médica que había visto, alarmada, el aumento de tumores y malformaciones, y de comprobar los altos niveles de plomo en sangre en niños del distrito (Greenpeace, ya en 2002, la llamaba “fábrica de cáncer”), la Corte Suprema argentina había ordenado reubicar la villa. Eran responsables el Estado, las autoridades locales y las provinciales.

En 2015, todavía están esperando la mudanza. Los logros de las pocas ayudas que reciben son gracias a la presión de los vecinos, acompañados por ONG como la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ).

Esta ONG es una de las responsables de que por primera vez en la historia, el pasado 20 de marzo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos llevara a cabo una audiencia regional sobre el tema de los asentamientos precarios de América Latina.

ONU-Hábitat anunció en el Foro Urbano Mundial de 2014 que en la región, la más urbanizada del planeta, viven en condiciones parecidas a las de los vecinos de La Inflamable (sin agua potable, con construcciones peligrosas, sin acceso formal a la electricidad, etc.) uno de cada cinco habitantes: 113,4 millones de personas. La cifra es mayor ahora que hace 20 años.

“La información de ONU-Hábitat es una de las más potentes que se han generado, pero cuando se miran las cifras a escala nacional, los datos se vuelven difusos”, señala Juan Pablo Duhalde, director del Centro de Investigación Social (CIS) para Latinoamérica y el Caribe de la ONG Techo, que reúne a entidades de 19 países. “En el detalle, las encuestas oficiales están sesgadas por visiones políticas, y se ocultan algunas cifras”.

Por primera vez, la Corte Interamericana ha dado una audiencia al tema

En los mapas oficiales las villas no existen. Son espacios verdes

Techo intenta, lugar por lugar, país por país, cartografiar estas ciudades abandonadas, que en los mapas oficiales se ven como simples espacios verdes. Es una tarea difícil que se realiza con voluntarios. Son kilómetros y kilómetros atiborrados de calles informales, sin nombre, con casas sin dueño legal… Y muchas veces, según el país, con familias enteras sin identidad, porque nunca han existido formalmente.

Hasta ahora, Techo ha realizado catastros en cinco países, y otros cuatro están en desarrollo. “La investigación a fondo —continúa Duhalde— es importante porque es el primer paso para hacer políticas públicas. Hoy, cuando se intenta trabajar con la pobreza en la ciudad, no se sabe ni cómo es la gente ni dónde está”.

 

CRECIMIENTO DE LAS CIUDADES

“Vengo de Santiago del Estero, una de las provincias más pobres de Argentina”, cuenta Jorge Alfredo Díaz, que llegó a La Inflamable en 1980. Sus padres habían ido a Buenos Aires buscando un futuro en la ciudad. No tenían dinero y sólo pudieron instalarse en una villa. El acceso a la vivienda es un problema histórico, también actual, en Argentina. Él quiso quedarse en el campo, pero no pudo. “Trabajaba cortando quebracho, el árbol con el que hicieron las traviesas de los raíles de los trenes. Pero tengo un problema en los huesos. Se me desgastó pronto la cadera y tuve que venirme. Allí no había trabajo sin esfuerzo físico”.

 

NATALIDAD

Hoy, el 80% de la población latinoamericana vive en ciudades, y las más grandes —Buenos Aires, México DF, Bogotá, São Paulo y Río de Janeiro— son las que concentran mayores asentamientos precarios. Miradas desde el aire, las cubiertas de lata se han ido extendiendo como grandes manchas en las periferias, que van ganando espacio al terreno verde.

Debido a su opacidad, todos los prejuicios que pueden existir apuntan a los poblados. “Están ocupadas por bolivianos, que van viniendo cada vez más y viven así. Están acostumbrados a vivir en esa indigencia”, dice una argentina de clase media. “Esos lugares están ahora llenos de narcotraficantes”, continúa.

El 80% de la población latinoamericana vive en ciudades

La verdad es que están llenos de personas, porque la gente se reproduce, y no se va de las villas.

“Aunque puede que haya gente del campo o que lleguen personas de otras regiones, lo que veo es que la mayoría del crecimiento está relacionado con la natalidad”, razona Noelia Garone, abogada de ACIJ que visita frecuentemente las villas para ayudar a la población a conseguir que se respeten sus derechos. “Buenos Aires está hoy repleta de edificios altos donde antes había casas pequeñas. Las ciudades crecen porque crece la población, y las villas no son la excepción”.

A partir de los estudios del CIS, Duhalde le da la razón: “La gente se queda por generaciones en las villas, porque las grandes ciudades concentran los servicios a los que se quiere acceder. Tiene que ver con la organización política y económica. Las ciudades secundarias, respaldo de las capitales, no se desarrollan. Antes de emigrar, la gente prefiere quedarse. Allí está todo. Van a trabajar, a estudiar [de hecho, un estudio reciente de la Universidad de Buenos Aires dio cuenta de 500 estudiantes que vivían en villas]. Las poblaciones se expanden, y las ciudades no se adaptan a esos cambios”.

Hay otro asunto que influye en que la gente se quede en las villas. Jorge Alfredo Díaz lleva más de tres décadas en La Inflamable. Tuvo muchos trabajos como camarero y cocinero en bares y restaurantes. Pudo salir de allí e irse a vivir al centro, pero nunca se fue. Sus amigos, a los que él llama familia, están todos en el barrio.

“No quiero irme. He crecido aquí. Aquí está la gente querida”, explica Díaz. “Lo que quiero es que la villa mejore. Que acaben con la delincuencia, que la gente no se drogue, que nos limpien las calles, que tengamos agua, luz. No me quiero ir”.

“Lo peor de la villa es la desigualdad”, agrega a su lado, con rotundidad, su vecina Espínola. Cualquier estudioso pensaría inmediatamente en el economista Thomas Piketty. A pocos kilómetros de La Inflamable se erigen altos edificios de superlujo en Puerto Madero. El Gobierno local ha invertido en calles nuevas, bien cuidadas. Ha puesto contenedores para el reciclaje de basura, transporte público moderno, servicio de bicicletas como en Europa… Impecable. Pero la frase de Espínola que le sigue es fulminante: “Hay una brecha, claro, porque hay vecinos en la villa que no tienen para comer, que viven en unas chapas y otros vecinos que tienen electrodomésticos, casas con ladrillos... esas cosas. Hay muchas diferencias”.