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Terreno abonado para el desastre

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Diciembre 2013 / 9

Análisis

Filipinas sufre el impacto de una crisis climática que no ha causado. Al poco tiempo, el apoyo económico se olvida.

Laguna de Bay, Filipinas, el pasado 8 de noviembre. FOTO: Herman Lumanog/123RF

El pasado 8 de noviembre un fuerte tifón llegó a tierra en Filipinas. Haiyan, o Yolanda como lo llaman allí, ha sido la tormenta más fuerte que ha tocado tierra desde que existen registros. Las provincias de Leyte y Samar, en el centro de Filipinas y con una población de 2,3 millones de personas, fueron las regiones más afectadas, aunque hasta seis islas recibieron el impacto de Yolanda. Vientos de 270 kilómetros por hora, con ráfagas que llegaron a 321 kilómetros por hora, y olas de más de 7 metros, arrasaron vidas, infraestructuras y cultivos.

Dos semanas después del paso del tifón, las cifras oficiales apuntaban ya a 5.235 personas que habían perdido la vida, 23.501 heridas y hasta 1.631 desaparecidas. Hay unos tres millones de personas desplazadas, más de medio millón de hogares destruidos y regiones enteras con toda la cosecha perdida. Según la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) , “cientos de miles de hectáreas de arrozales y de otros cultivos básicos —como el coco— se han visto afectadas por el tifón”. El Gobierno ha cuantificado el coste de la reconstrucción en 4.250 millones de euros.

Tras el impacto del tifón, se inicia el ritual de la ayuda de emergencia. Los gobiernos empiezan la ronda de promesas, mientras las ONG y agencias oficiales de cooperación despliegan sus estrategias de emergencia y abren cuentas corrientes para recoger donaciones anónimas que permitan el despliegue humanitario. En dos semanas se han levantado 1.526 centros de evacuación, que ofrecen cobijo a más de 85.000 familias. Hasta el momento, 33.692 personas, 1.324 vehículos, 109 barcos, 162 aviones y otros equipamientos de ayuda han sido movilizados para proveer la ayuda.

Al despliegue humanitario le acompaña el despliegue de medios de comunicación, pero pocas de las reflexiones que efectúan estos nos hablarán de las causas estructurales de tanta destrucción. Y menos cuando la noticia, al cabo de unos días, deja de serlo. Fundido en negro y ya nos hemos olvidado de Filipinas, como nos olvidamos de Haití.

 

NO TAN "NATURAL"

A nadie se le debería escapar que los embates de la naturaleza no tienen el mismo impacto en todos los puntos del planeta. El terremoto de 2010 en Haití dejó alrededor de 300.000 víctimas, el 11% de las personas expuestas al seísmo. En el terremoto de mayor magnitud en Chile murió solo el 0,1%.

Sin subestimar el poder destructivo del Yolanda, hay que considerar también la pobreza de infraestructuras, urbanización y recursos que acompañan el empobrecimiento de una población. Este empobrecimiento es, además, fruto de decisiones humanas, de políticas económicas que nada tienen de naturales, y que dejan un terreno abonado para el desastre.

El de Filipinas es además un caso especialmente relevante cuando se consideran los vínculos con el cambio climático. A pesar de la divergencia de opiniones entre expertos, se puede afirmar que el cambio climático convierte este tipo de fenómenos en más destructivos y frecuentes. Filipinas, a pesar de su baja contribución a las emisiones históricas globales de gases de efecto invernadero (alrededor del 0,3%), ha sido uno de los países más vulnerables a sus impactos en la última década.

 

RECURSOS QUE NO LLEGAN

Los acuerdos de lucha contra el cambio climático incluyen el compromiso de los países más industrializados de ofrecer recursos para que los países empobrecidos puedan afrontar tanto la reducción de emisiones (mitigación) como los impactos que el cambio climático está ya creando (adaptación). Dichos recursos no son caridad. Se trata de una responsabilidad moral y legal. Mientras que los países empobrecidos son los que están sufriendo el cambio climático de forma más virulenta, no son los mayores responsables. Sin embargo, las promesas de recursos por parte de los países más industrializados se rompen constantemente. “Nuestras gentes están sufriendo los terribles impactos de una crisis climática que no han causado, mientras que los responsables rehúyen tomar las acciones necesarias” afirma Lidy Napcil, activista contra la deuda y por la restitución de la deuda climática en Filipinas, desde la cumbre de Cambio Climático en Varsovia. “Nuestra rabia solo nos va a hacer luchar con más fuerza”.