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Una región sin justicia distributiva

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Enero 2020 / 76

Asignatura pendiente: A pesar de que la desigualdad ha bajado un poco en los últimos años, sigue siendo el territorio más dispar del planeta.

El índice de Gini muestra que América Latina es una de las regiones con más desigualdades del mundo. Siendo 100  la máxima desigualdad y 0 la mínima, Brasil, con el índice en 53, se mantiene desde hace años como uno de los países más desiguales de la región, y del planeta. Y sucede lo mismo con el resto de países latinoamericanos, cuya media supera los 41 puntos.

Como puede verse en el gráfico, donde se han seleccionado los países que han sufrido en el último tiempo revueltas o cambios completos de ideología en la presidencia, América Latina ha ido disminuyendo su desigualdad. Pero, ¿tiene que ver esto con la política? La realidad es que la bajada no parece estar tan relacionada con las políticas sociales que pudieran haber sido aplicadas por los diferentes gobiernos de izquierdas o derechas, sino con el precio mundial de las materias primas. Existe una relación directamente proporcional entre el descenso de la desigualdad en la región y la subida o la bajada de los precios de las “commodities”, que son el fuerte de la economía latinoamericana.

 

¿POLÍTICA O CASUALIDAD?

Bolivia es uno de los ejemplos de un país que ha logrado disminuir bastante su índice de Gini. ¿Tiene eso que ver con las políticas aplicadas por el recientemente depuesto Evo Morales? Podría ser. El gráfico muestra que, efectivamente, durante los años en que ha gobernado, se ha producido la mayor bajada de la desigualdad en la historia del país. Pasó de ser el país más desigual del grupo que aparece en el gráfico a tener una posición parecida a la de Argentina. Sin embargo, esa bajada de la desigualdad se da justo en el momento en que las materias primas aumentan su valor, especialmente en el caso del Gas Natural, el producto de mayor exportación de Bolivia. Por otro lado, el índice de Gini ya venía bajando, a un ritmo menor, pero también con materias primas a precio más bajo, desde la presidencia de Sánchez de Lozada, potentado industrial de centro-derecha.

Todos los países latinoamericanos están muy lejos de las naciones con un gran Estado de bienestar, como Suecia (29,9) y Noruega (27.5), de los menos desiguales del planeta. Evidentemente, los impuestos y los Estados de bienestar relacionados son la clave para la redistribución. La revista The Economist pone este tema en portada en uno de sus últimos números (‘Inequality illusions’) y entiende que la desigualdad no es tal como la pintan, porque entre otras cosas no se mide después de impuestos. Efectivamente, si se mide como lo dice The Economist (v. gráfico 2), claramente, en los países donde el Estado de bienestar todavía se mantiene en un nivel alto respecto al resto del mundo, como es el caso de la Unión Europea, el índice de Gini cambia y mejora. Pero esto no es así en los países pobres, con gobiernos y sistemas fiscales poco eficientes. En Latinoamérica, los impuestos no sirven para lo que están hechos, es decir, para redistribuir, porque el índice de desigualdad se mantiene alto, después de tomar en cuenta la fiscalidad.

Dentro de las naciones ricas, que suelen ser bastante más igualitarias, Estados Unidos, con un índice de Gini de 41,2 y una economía hiperliberal es una excepción. Países como Argentina y Bolivia tienen un nivel de desigualdad similar.

A pesar de todas las dificultades y asperezas que pueda generar el índice de Gini, la medida es todavía la más utilizada para analizar el estado de la justicia distributiva en la economía de un país. Este índice, sin embargo, solo toma en cuenta los ingresos y una sola gran fortuna puede hacer que un país gane muchos puntos de desigualdad, o que por el contrario la ausencia total de riqueza equipare a la población, en la pobreza. Etiopía tiene un índice de Gini parecido al de Francia, porque los etíopes son igualitariamente pobres.

El último informe del PNUD sobre el Índice de Desarrollo Humano (IDH) pone énfasis en el IDH ajustado a la desigualdad (Inequality-adjusted Human Development Index). Aunque se han comenzado a contabilizar desde hace menos tiempo (en 2011 la primera vez), y es más difícil seguir una evolución, este índice mide otros aspectos de las desigualdades: la esperanza de vida y el acceso a la educación, la salud, los derechos humanos, etc.-. 

La fiscalidad es clave para combatir la desigualdad

El índice de Gini en Latinoamérica no baja después de impuestos

Si bien América Latina, comparada con algunas regiones africanas, mantiene un promedio del Índice de desarrollo humano alto (solo por detrás de Europa y Asia Central) cuando estas cifras se ajustan a la desigualdad, el IDH de la región se reduce un 21,8%. Se debe, según el PNUD, a la distribución desigual de los avances. “La región tiene la menor brecha entre hombres y mujeres en el IDH con un 2%, por debajo del promedio mundial del 6%. Sin embargo, tiene la segunda tasa de natalidad entre adolescentes más alta y el índice de participación en el mercado laboral de las mujeres es considerablemente menor que el de los hombres (51,6 frente al 77,5%)”.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en su último informe evolutivo de la región (Panorama Social de América Latina 2019) también considera que la disminución de la desigualdad de ingresos es clave en reducción de pobreza y urge a los Estados a avanzar en la construcción de Estados de bienestar, basados en derechos y en la igualdad, que otorguen efectivamente “a sus ciudadanos y ciudadanas acceso a sistemas integrales y universales de protección social y a bienes públicos esenciales, como salud y educación de calidad, vivienda y transporte”. 

A pesar de haber mejorado, desde 1995, todavía el  76,8% de la población de América Latina pertenece a estratos de ingresos bajos o medios-según indica la CEPAL. Las personas que viven en estratos de ingresos altos pasaron del 2,2% al 3,0%. Pero “del total de la población adulta de los estratos de ingresos medios, más de la mitad no había completado la enseñanza secundaria en 2017; el 36,6% se insertaba en ocupaciones con alto riesgo de informalidad y precariedad; y solo la mitad de las personas económicamente activas estaba afiliada o cotizaba en un sistema de pensiones (...). Además, el perceptor principal de ingresos laborales de estos estratos percibe en promedio 664 dólares mensuales, mientras que en los estratos bajos este ingreso desciende a 256 dólares”.

Es una población con una clase media muy vulnerable la que salió a la calle en los países en que hubo revueltas recientes.