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El vaso... medio vacío

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Junio 2014 / 15

Editorialista de Alternatives Économiques y ex presidente de la Cooperativa

Juego de manos ¿Es posible bajar las cotizaciones sociales de las empresas y reducir el déficit público a la vez que se reactivan el crecimiento y el empleo? Sí, responde el Gobierno francés. Pero, ¿realmente se lo cree? El objetivo prioritario del mix disminución de cargas más austeridad presupuestaria no es impulsar el empleo, sino restablecer el equilibrio de la balanza comercial a la vez que se reduce el déficit. De ese modo, Francia recupera la autoridad que ha perdido en Europa. Posteriormente, vuelve a contar con márgenes de maniobra. El Gobierno ha elegido, pues, imponer una devaluación interna al país reduciendo los costes de las empresas. Una reducción que va unida a una austeridad presupuestaria que gravita negativamente sobre la demanda. Con ello contiene las importaciones y empuja a las empresas a buscar en el extranjero los clientes que no consiguen en el mercado interior.

Esta política va a aplicarse con moderación —en este aspecto, podemos contar con el presidente, François Hollande— para no hundir al país en una recesión contraproducente. Francia evitaría así entrar en un escenario como el español, donde la vuelta al equilibrio de las exportaciones se ha pagado con una fuerte caída de la actividad que ha agotado los ingresos fiscales y que, por tanto, ha puesto en peligro todo el esfuerzo para controlar las cuentas públicas. Añadamos que vamos a tener que esperar para ver una auténtica inversión de la curva del paro. Salvo que ocurra un milagro.

¡A su salud! El Gobierno quiere reducir en 10.000 millones de euros los gastos en sanidad de aquí a 2017, es decir, una disminución del 2% anual. Según los especialistas del sector, este objetivo no es irrealizable a condición de que se supriman las operaciones, las consultas y los análisis clínicos inútiles, se aumente considerablemente el uso de genéricos y mejore la articulación entre la medicina ambulatoria y la hospitalaria. El problema es que todo eso no se puede hacer en un día, pues el sistema sanitario es una organización compleja con unos profesionales, médicos, enfermeras, ayudantes sanitarios, que trabajan en hospitales y ambulatorios, a los que no se puede cambiar con un golpe de varita mágica sus condiciones laborales o su remuneración.

Los gastos de este sector han sido inferiores a las previsiones de 1.300 millones de euros en 2013. ¿Pero a qué precio? Marisol Touraine, la ministra de Sanidad, necesitará mucho talento para racionalizar la oferta de tratamientos sin degradar la calidad del servicio. Dados los plazos anunciados, corremos el riesgo de que se ahorre mediante simples lavados de cara. Con el resultado de un aumento de los recortes en medio del desorden actual, con listas de espera por aquí y tratamientos inútiles por allá. Y con crecientes dificultades de los más pobres para acceder a la sanidad.

¿Es esta la salida? Los debates que dividieron Francia cuando se instauró el euro nos parecen hoy de risa. Por un lado, los críticos del euro nos describían un futuro de presiones y controles puntillosos. Frente a ellos, los partidarios del euro nos prometían más crecimiento y empleos. Los dos bandos se han equivocado sobremanera. No ha habido tantas presiones ni controles y, cuando los ha habido, no se han enfocado bien, como muestran las derivas pasadas del endeudamiento privado español y de los balances de los bancos irlandeses. Por lo que respecta al crecimiento y el empleo, ninguno de los dos ha resistido la mala gestión de la crisis de la deuda.

En este contexto se elevan voces, y no solo en la extrema derecha, que consideran deseable acabar con esta experiencia. La duda alcanza incluso a los partidarios más acérrimos de Europa, que constatan que la crisis ha aumentado profundamente el desafecto popular a la idea europea: en estas condiciones, ¿hay que defender el euro a toda costa? Se trata de un debate serio que merece más que los argumentos expuestos por muchos economistas. ¿Quién nos asegura que la crisis financiera no habría tenido consecuencias peores sin el euro o, incluso, que el estallido de la zona no provocaría una crisis aún más grave? Es evidente que no es un argumento susceptible de suscitar la adhesión del 22% de jóvenes franceses que siguen hoy sin empleo, tres años después de entrar en la vida activa. Los avances logrados desde hace tres años en la gobernanza de la zona euro —mecanismo europeo de estabilidad, Unión Bancaria, política monetaria activa del Banco Central Europeo— son considerables, pero el vaso sigue estando medio vacío, a juzgar por la situación sobre el terreno.