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Inmigrantes: no se vayan, por favor

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Foto artículo: Inmigrantes: no se vayan, por favor

Las violaciones a los derechos humanos de los inmigrantes, en vergonzosos centros de internamiento y con políticas de expulsión del sistema sanitario (que tanto Europa como las Naciones Unidas han pedido rectificar) han sido financiadas, en parte, por los mismos inmigrantes.

Sí. Si se miran las cifras se ve claramente que han financiado una parte del crecimiento de España; es decir, del Estado que paradójicamente luego los encarcela, viola sus derechos humanos y los expulsa.

En el número de enero de Alternativas Económicas dedicamos el Dossier a los temas de inmigración. Algunos datos: según un estudio de La Caixa, durante el boom de la economía española, los inmigrantes aportaron el 30% de la riqueza producida en el país. A su vez, cuando era libre, los inmigrantes usaban menos la sanidad que los españoles (ahora todavía menos porque para muchos está prohibido). Como bien lo explica el colectivo de sociología IOE con datos oficiales, ahora que se quedan sin trabajo (hay un 34% de paro entre la población foránea, frente al 26% del resto) los inmigrantes perciben menos ayudas del Estado, tanto contributivas como asistenciales.

Según un informe publicado recientemente por la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE), en términos de impuestos en España, el saldo fiscal de la inmigración (el resultado de restar lo recibido de lo aportado) refleja un impacto positivo del 0,5% del Producto Interno Bruto. Es decir, las personas inmigrantes aportan mucho más de lo que se llevan.

Esto, sin contar aquí la gran contribución de las mujeres inmigrantes para la entrada al mundo laboral de las mujeres españolas; la enorme participación de los hombres inmigrantes en los trabajos más duros, y más peligrosos, como la construcción; el aporte directo al sistema de pensiones (sin los gastos del Estado para criar a esos trabajadores); la fuerza productiva con la que llega alguien que deja atrás su vida y a sus seres más queridos con el único interés de dar a sus hijos un mundo más amable; el aumento en el consumo; y la cooperación concreta a los países más pobres, mediante remesas, que ayudan a disminuir los índices de miseria sin intermediarios, y a compensar la desigualdad, el enorme desequilibrio económico entre el Norte y el Sur.

Todos los estudios serios, incluidos los informes de la OCDE, los de algunos gobiernos, los datos de la prestigiosa revista The Economist… Todos apuntan a que la inmigración bien llevada promueve el crecimiento.

Los Estados crecen con la inmigración. Las ciudades más pujantes y culturalmente ricas del mundo están pobladas de extranjeros. La brillante Nueva York; Londres con su diversidad; Toronto, con su mitad de gente inmigrante; los barrios más antiguos de Buenos Aires allá en sus buenas épocas… Es maravilloso deambular por esas calles, cuando quienes llegaban han influido en la arquitectura, en la música, en la literatura… Es extraordinario meterse debajo de la tierra, en el metro, y asomar la cabeza en un país nuevo: Little Italy, Little Portugal, India, China, Pakistán, Marruecos, América Latina, España… un lujo. No solo permite conocer sabores y culturas en un plis plás. También fomenta la creatividad, abre la mente y promueve la economía.

Mark Zuckerberg, el visionario de Facebook, también piensa lo mismo, y por eso ha creado una organización para promover una mayor apertura de las puertas fronterizas en Estados Unidos.

Es una pena saber que, según el anuario del Observatorio de la Xenofobia y el Racismo (OBERAXE), casi la mitad de la población española piensa que quien llega de afuera viene a robarle puestos de trabajo, y a chupar del Estado y de sus impuestos. Ojalá leyeran las cifras reales de la economía.

España no ha tenido tiempo para asimilar la inmigración (los gobiernos tampoco se han dedicado demasiado a ello). Ha tenido en pocos años y sin experiencia, cinco millones de inmigrantes… que ahora comienzan a irse.

Los últimos informes del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) apuntan a que la mayor parte de la camada de “españoles” que se van son en realidad extranjeros y extranjeras, una vez adquirida la nacionalidad. Es una pena que se vayan. Una pena para ellos, porque han sufrido mucho, y porque soñaban con un futuro mejor y no ha sido posible… Y una pena para España, porque pierde parte de la población que contribuyó, y con buenas políticas podría contribuir a evolucionar al país.