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La ‘competitividad’ de las cooperativas

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Casi siempre que se habla de cooperativa se las relaciona con el idealismo, la solidaridad y la fraternidad.

Y está bien que así sea porque estas son en buena parte las raíces del cooperativismo, que celebró el pasado sábado el Día Internacional dedicado a esta causa.

Pero estas características que tanto entusiasman a los militantes tienen un doble filo: son los argumentos que también se utilizan para estigmatizarlas y presentarlas como una opción sólo para ‘hippies’.  La ortodoxia las sitúa directamente en otro mundo: el de los utópicos que no saben de qué va la vida.

Naturalmente, quienes interesadamente asocian las cooperativas sólo a ingenuos ‘flower power’ pasan por alto que la española Corporación Mondragón suma 84.000 trabajadores y que el británico Co-Operative Group  factura 15.000 millones de euros al año.

El mundo cooperativo es extraordinariamente variado: incluye microempresas y gigantes, emprendimientos que parecen herramientas al servicio de una causa político-social y empresas cuya práctica no dista tanto de las corporaciones capitalistas. Su viabilidad no depende necesariamente de ninguno de estos factores: en cada uno de estos tipos hay cooperativas rentables y otras en pérdidas. Pero a pesar de esta variedad, todas gozan, en tanto que cooperativa, de unas ventajas ‘competitivas’ especialmente adecuadas para estos momentos de crisis sistémica y que suelen soslayar los más interesados en arrojar el mundo cooperativo al rincón de los ingenuos.

En lugar de minimizar, cuando no ridiculizar, a las cooperativas los que lo fían todo a la ‘competitividad’ no deberían pasar por alto algunas de las enormes ventajas ‘competitivas’ que éstas ofrecen. Por ejemplo:

1-Fondo de reserva. En los ciclos expansivos –y de forma particularmente notoria en las burbujas- los beneficios de las empresas mercantiles suelen escurrirse en forma de generosísimos dividendos o de bonus estratosféricos. En las cooperativas esto es imposible: la ley obliga a dedicar una parte muy significativa de los beneficios a nutrir el fondo de reserva, lo que supone un extraordinario colchón para afrontar en mejor condiciones las crisis que las empresas mercantiles.

2-Brecha salarial. Como apuntó el ex primer ministro británico Gordon Brown y desarrolla Andreu Missé en el número de junio de Alternativas Económicas, el brutal ensanchamiento de la brecha salarial no es sólo un problema ético sino también económico: la tecnoestructura identificada por Galbraith se expande y privilegia sus intereses por encima de los intereses de la empresa. Algunas empresas cotizadas españolas han llegado a tener una brecha salarial de 500:1. Es decir, el primer ejecutivo percibe una retribución que multiplica por 500 la del empleado base. En el mundo cooperativo es raro que el ratio supere el 5:1. Y en la gran mayoría de casos es muy inferior.

3-Devaluación interior. La troika y los partidos mayoritarios han acordado la “devaluación interior” como vía teórica de superación de la crisis. Es una imposición que se fija como objetivo central una reducción brutal de salarios y de derechos de los trabajadores, y que condena a la UE a la recesión. Este es el tremendo marco en el que se mueven las empresas, empujadas por los poderes públicos a una devaluación interior que la correlación de fuerzas no está en disposición de parar y menos tras la reforma laboral que ha debilitado mucho más aún el poder de los sindicatos. En este marco salvaje en el que se obliga a competir, las cooperativas tienen una ventaja evidente: la flexibilidad para adaptarse a este entorno brutal sin conflicto es muy superior al de cualquier empresa mercantil porque no existe la apropiación de plusvalía sino que los trabajadores son los dueños de la empresa, conocen, por tanto, las tripas contables reales y saben que recuperarán el terreno perdido si cambia el ciclo.

Las cooperativas son ciertamente otro mundo: están mucho mejor preparadas para hacer frente a una crisis sistémica que ha puesto todo patas arriba.