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La liquidación del ahorro

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Esta crisis tiene muchos espacios ocultos y numerosos perjudicados invisibles que no aparecen a primera vista. Fijémonos, por un momento, en los ahorradores. Las medicinas del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, consistentes en bajar los tipos de interés hasta el 0,05% y la compra de 60.000 millones de euros mensuales de deuda pública, han tenido unos efectos perversos para el ahorro. Los intereses pagados por los bancos españoles por los depósitos de un año, por ejemplo, cayeron hasta el 0,79% del pasado julio, el último dato del Banco de España, desde el 2,50% de hace dos años. La caída de los rendimientos del ahorro ha sido más acelerada y más profunda en España que en la media de la UE, donde en el mismo periodo los tipos han caído del 2,80% al 1,32%.

Esto significa que los rendimientos de los ahorradores españoles, que tienen su dinero en depósitos bancarios, que cuentan con garantía del Estado, hasta 100.000 euros, se han reducido en más de dos tercios en tan sólo dos años. Para algunos jubilados, que dependían de estos ingresos complementarios, esta pérdida está significando una cuestión de subsistencia. Para muchas familias ha sido como una puñalada por la espalda en medio de la crisis. Un golpe que se suma a la pérdida de empleo y a los recortes de servicios públicos

El argumento de que la caída de la inflación compensa esta pérdida de ingresos es una falacia. La única solución para que determinadas familias dispongan de la misma renta de la que disponían hace dos años es ir comiéndose cada año una parte de sus ahorros. El final es fácilmente previsible.

Tampoco se ve que este castigo al ahorro esté redundando en una mejora del crédito. En julio de 2014, los créditos al consumo, hasta cinco años, tenían un coste medio del 9,38% en España, frente al 6,96% de la media Europea. Está claro que la banca española dispone de unos mayores márgenes que la europea: paga menos por los depósitos y exige más intereses para los créditos. Quizá por estos ventajosos márgenes está experimentando de nuevo un momento de excelentes beneficios, que en 2014 crecieron 36% y se prevé un nuevo aumento del 30% para el primer trimestre de este año.

La caída de los rendimientos del ahorro y todos las decisiones del Banco Central Europeo, tampoco ha supuesto un aumento del volumen global del crédito que sigue descendiendo de manera incesante, trimestre tras trimestre desde el inicio de la crisis. El volumen de préstamos destinados a actividades productivas y a la financiación de personas físicas, que incluye la adquisición y rehabilitación de viviendas, ha pasado de 1,83 billones de euros en 2009 a 1,38 billones, en el tercer trimestre de 2014.

Ante este panorama de bajos tipos de interés, muchos ahorradores sufren de nuevo la presión de las entidades financieras que intentan de nuevo colocarles productos complejos de difícil comprensión con el atractivo de un mejor rendimiento. Se trata en todo caso de inversiones que carecen de la garantía del Estado, que resulta especialmente necesaria para los colectivos de ahorradores más modestos.

El hundimiento del rendimiento de los ahorros está creando una situación propicia para repetir el engaño que han sufrido más de un millón de familias con las participaciones preferentes, obligaciones subordinadas y productos similares.

La bajada de los tipos de interés, que está permitiendo a los Estados financiarse con intereses negativos coyunturalmente, no es un maná que resulte beneficioso para todo el mundo. Como cualquier actividad económica tiene sus ganadores y perdedores. En este caso las víctimas son los ahorradores modestos. Mientras al mismo tiempo los inversores profesionales están logrando rendimientos fantásticos. Es la lógica del mercado financiero desregulado que tanto apasiona al Gobierno y que conduce a la liquidación del ahorro. Los resultados están a la vista; una gran mayoría de ahorradores esquilmados y una minoría de avispados inversores bursátiles exitosos. Un modelo de efectos parecidos al que vemos en el mercado laboral, también cada vez más desregulado, que conduce a una masa de empleados con salarios cada vez más próximos al umbral de pobreza que conviven con los súper sueldos de un reducido núcleo de privilegiados. Cada vez hay más muestras de que los ciudadanos no están dispuestos a soportar esta situación por mucho tiempo. Existen experiencias exitosas que prueban que las finanzas se puede organizar de manera más respetuosas para los intereses de la mayoría. Es cuestión de intentarlo.