Los pollos de producción intensiva, ya sean criados para poner huevos o para carne, viven sometidos a un tipo de vida brutal, en hacinamiento, estresados, doloridos y alimentados con piensos y antibióticos de engorde. La producción ecológica no implica un pago mucho mayor y, sin embargo, asegura un buen trato a los animales, una alimentación ecológica y sin medicamentos no aprobados.

El consumo de carnes rojas ha pasado de 44 millones de toneladas mundiales anuales en 1959 a 284 millones en 2009. Cada kilo de carne de vacuno intensivo requiere 20.000 litros de agua y contamina ríos y litorales. No deberíamos comer tanta carne y, de hacerlo, es mejor ecológica. Cuesta más cara, pero en el presupuesto mensual puede no serlo tanto, si se reduce el consumo.

Lo que comemos repercute no sólo en nuestra salud, sino también en el ecosistema. Según la FAO, el 30% de las emisiones que inciden sobre el calentamiento global están vinculadas a la forma en que se produce, distribuye y consume la comida.

El modo en que comemos afecta al planeta. Una alimentación más vegetariana y menos carnívora, con productos de temporada, de cercanía, y elaborados con respeto al entorno nos asegura calidad medioambiental y de salud.

La agricultura es una de las grandes víctimas del calentamiento global. Pero a la vez es también una de sus causas. De ahí la importancia de revisar cómo llenamos el plato y con qué