Altereco // Nuevo extra: cuaderno de confinamiento
La publicación especial recupera reflexiones del economista crítico Albert Recio.
La publicación especial recupera reflexiones del economista crítico Albert Recio.
Al empezar el confinamiento comencé a escribir este comentario diario, como forma de terapia. Mañana pasamos a fase 1: es el momento de acabar esta especie de cuaderno de confinamiento.
Si quieres un titular de moda escribe algo así como “Hay que acabar con el capitalismo o acabará con el mundo”. Suena a intelectual profundo y comprometido. No es muy original.
Somos animales emocionales. Muchas decisiones obedecen más a respuestas impulsivas que a una reflexión racional. Nuestro cerebro rápido, la forma de actuar sin pensar que nos permite funcionar en el día a día, nos suele jugar malas pasadas. Las emociones son fácilmente manipulables. Parte de la psicología y su aplicación al marketing se dedica a desarrollar técnicas de manipulación al servicio de quien tiene poder y dinero para pagarlas.
Hay prisas para levantar el confinamiento. Razones hay muchas, aunque parece que para muchos políticos conservadores la única sea lo que ellos llaman “economía”. En esto están de acuerdo una larga colección de impresentables que gobiernan desde grandes imperios, como Trump, a naciones importantes, como Boris Johnson y comunidades autónomas, como Díaz Ayuso. Son representantes de las castas empresariales y rentistas que gobiernan el mundo, a las que la pandemia solo les preocupa si afecta a su bolsillo y su poder. Viven aislados en grandes mansiones y confían que podrán escapar del mal que nos acecha a todos.
Durante el confinamiento las calles han estado vacías. Ahora vuelven a llenarse. Y reencontramos un permanente conflicto por el uso del espacio.
Hoy he salido a pasear por primera vez en casi dos meses. Confinado en el radio de 1 km. Lo peor del paseo es saber que durante unos días el paisaje será siempre el mismo, un paisaje cotidiano, conocido. Aunque hoy era diferente. La gente con mascarillas da un cierto tono irreal, de distopía, de película de ciencia ficción de mundos indeseables. Hay miedo. En teoría, el enemigo es un virus invisible, pero en la práctica el miedo es al vecino, al potencial portador del mal.
Hoy se han anunciado medidas que anuncian el fin del confinamiento. No de la vuelta a la normalidad, o lo que considerábamos por tal. Sabemos que la pandemia no tiene fecha de caducidad. Al menos hasta que no haya una vacuna segura y que sea accesible a todo el mundo. Por eso, en el mejor de los casos nuestra vida cotidiana estará constreñida por normas diversas.
Llevamos días encerrados. Al principio, resignados, con ánimo solidario y espíritu cívico. Pero el paso del tiempo todo lo deteriora y más sin saber ni cuándo acabará ni qué vendrá después. No todo el mundo tiene ni los mismos medios materiales, culturales, sociales ni psicológicos para encarar la situación. Ya empiezan a aparecer informes que hablan de problemas psicológicos. Y uno de los males que acabará por aparecer es la ira.
Cada tarde a las ocho estamos convocados a un ritual. De agradecimiento a la gente que está haciendo un sobreesfuerzo y exponiendo más su salud. También para dejar por unos minutos de sentirnos solos. De reconocernos como parte de una comunidad.
Para evitar el contagio la medicina aboga por el aislamiento. Técnicamente es consistente. Pero, como ocurre a menudo, una solución temporal da pie a otros problemas. El impacto del encierro afecta de forma muy desigual a la gente. No es lo mismo una casa con gente adulta y dotada con Internet, una buena biblioteca y buena música que un hogar con pocas dotaciones.
El año 2020 fue tan atípico que requería un Extra de Alternativas Económicas también especial, que dejara constancia de los estragos económicos y sociales de la pandemia, así como de los enormes retos que enfrentamos. Por esto hemos rescatado el cuaderno de bitácora que durante las semanas duras del confinamiento fue escribiendo cada día el economista Albert Recio, en el que iba compartiendo reflexiones ante una actualidad tan brutal como la que vivimos.
Estado de alarma II; esta vez, con toque de queda y sin aplausos en los balcones. Pero siempre hay quien, ante el caos (o la incompetencia), apela al sentido crítico y a la libertad para mirar hacia otro lado ante las normas que, tarde, intentan frenar el virus.
Desde Italia
Italia juega con las palabras: ni confinamiento ni toque de queda, pero a las 18 horas, todos a casa. El premier Giuseppe Conte ha anunciado durante el fin de semana más conflictivo una serie de nuevas medidas para evitar el cierre total. Pero a muchos les saben a lockdown encubierto y temen que no lleguen a todos las ayudas prometidas durante la conferencia de prensa.
Desde Italia
“Todavía no he entendido si tengo que obligar a mis alumnos a llevar la mascarilla mientras hacemos los ejercicios o si se la pueden quitar”. La maestra de Yoga Daniela Ferretti tiene muchas dudas sobre lo que se puede hacer o no después de que un decreto del Gobierno italiano obligue desde la medianoche del 8 de octubre al uso de la mascarilla tanto en espacios cerrados como en abiertos, en este último caso solo si no se puede mantener la distancia.
El agobio por el confinamiento, el temor a las aglomeraciones por el riesgo de contagio, las posibilidades del teletrabajo para algunos y los precios abusivos en las ciudades hacen que muchos urbanitas piensen en instalarse en zonas rurales.
El confinamiento ha movilizado una ingente cantidad de recursos públicos para frenar el cierre de empresas y la destrucción de empleos, en unos países más que en otros. Se suman a las ayudas a autónomos, la moratoria de pago de impuestos y el apoyo a la liquidez.
Encrucijada: El mundo no puede recuperar sin más un modelo que ya estaba roto. Urge una transformación ecosocial con perspectiva feminista.
Más ansiedad y depresiones son algunas consecuencias del confinamiento sobre las que advierten los psicólogos.
La sensación de que la vida está en otra parte se intensifica, imaginada a través de un cristal. Al otro lado, los taxis viven un hundimiento de ingresos; también.
Descubrimos la vulnerabilidad. Las estadísticas mostraban bolsas de pobreza, situaciones de marginalidad, hiperprecariedad, desamparo social, económico y violencia de género. A partir de esta pandemia, todas las alertas se han disparado, para quienes aún se resistían a reconocer la crisis civilizatoria, y se amplifican las desigualdades estructurales existentes, ya racializadas, marcadas por la clase y el género.
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