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38 ­— FRAGILIDAD // Día 19

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Diciembre 2020 / 8

De golpe, el virus ha alimentado un sentimiento de fragilidad. Las sociedades occidentales se sentían seguras. En los últimos 70 años las guerras han tenido lugar en países externos (aunque el conflicto yugoslavo estaba ahí al lado), la tecnología y los avances científicos nos daban seguridad, aunque ya hacía tiempo que el paro, la precariedad y la vivienda estaban generando grandes espacios de inseguridad. Pero como son cuestiones que afectan a grupos desfavorecidos, para muchos eran preocupaciones lejanas.

La respuesta más racional al sentimiento de fragilidad es tratar de adaptar el sistema productivo, el modelo de consumo y el sistema social a situaciones que reduzcan la fragilidad, multiplicando la cooperación, la solidaridad y la creación de soluciones que minimicen riesgos y faciliten las respuestas. Pero no siempre la racionalidad se impone.

La pandemia introduce otras formas de inseguridad. No se sabe cómo ponerle barreras. Afecta de forma aleatoria. Los pobres son los que padecen los peores estragos, pero también llega a gente bien. Debería servir para tomar nota de la verdadera naturaleza de nuestra estructura productiva y social. De una enorme complejidad y sofisticación, de un avanzado desarrollo tecnológico, con una enorme capacidad de satisfacer caprichos, pero con gran potencial de desestabilización, de parálisis e inflexibilidad frente a múltiples acontecimientos.

La crisis económica de 2008 ya lo demostró. En pocos días se derrumbó el sistema financiero mundial, uno de los artefactos más complejos, en el que trabajan las élites mejor pagadas y que utiliza tecnología punta. Lo hemos visto en fallos de la red eléctrica que han provocado crisis en territorios extensos. Y ahora lo volvemos a experimentar a lo bestia. Todo lo que sabemos de los problemas ecológicos, de la economía financiera, de la demografía apuntan a que existen muchos candidatos a repetir los colapsos. La fragilidad no es solo cosa de sociedades pobres. Aunque, parafraseando a Orwell, unas son más iguales que otras.

Saber de nuestra fragilidad puede tener consecuencias diversas. La respuesta más racional es tratar de adaptar el sistema productivo, el modelo de consumo y el sistema social a situaciones que reduzcan la fragilidad, multiplicando la cooperación, la solidaridad y la creación de soluciones que minimicen riesgos y faciliten las respuestas. Pero no siempre la racionalidad se impone. Ante el miedo a la fragilidad está también la posibilidad de las respuestas guiadas por el pánico y el egoísmo, la de buscar soluciones privadas, o ponerse bajo la protección de alguien que nos venda seguridad. Es lo que lleva pregonando la extrema derecha mundial. Buena parte del futuro de la humanidad dependerá de qué respuesta predomine a este nuevo sentimiento de fragilidad. De si las respuestas políticas y sociales se orientan hacia el bienestar colectivo o dan nuevos pasos hacia la barbarie.