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China frente al peligro alimentario

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Marzo 2017 / 45

Recursos: Menos tierras cultivables, agua escasa, atentados al medioambiente… el gigante reacciona ante las amenazas sobre su seguridad alimentaria.

FOTO:123RF

Hasta mediados de los años 2000, China tuvo éxito en la hazaña que supone alimentar a la población más numerosa del mundo  y reducir a la vez el número de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza. Y ello sin gravitar sobre los grandes equilibrios agrícolas mundiales. Pero el masivo éxodo rural de las últimas décadas y el fuerte crecimiento económico del país han tenido importantes consecuencias en el régimen alimentario de los chinos y en los modos de producción agrícola. La demanda de productos animales (carne, leche, huevos) se ha incrementado a toda velocidad debido al aumento del poder adquisitivo de los hogares y a la urbanización: el consumo de proteínas animales por habitante se ha duplicado desde comienzos de los años 1990 (véase el gráfico). 

Esta evolución provocó, a partir de 2003, la explosión de las importaciones agrícolas chinas, especialmente de piensos. Desde esa fecha, China ha pasado a ser importadora neta de productos agrícolas y alimentarios y es crecientemente responsable de la evolución de los precios y del volumen de los intercambios comerciales de productos agrícolas a escala mundial (véase el gráfico).

La duda actual es si, dado el estado de sus recursos naturales, China va a ser capaz de satisfacer su demanda interna sin aumentar su dependencia alimentaria. La política seguida hasta ahora consiste en aumentar a toda costa su producción agrícola, con una atención especial a los productos estratégicos como el trigo y el arroz y, en menor medida, el maíz. Pero esa vía productivista se enfrenta a enormes dificultades. Además de cómo conservar una mano de obra suficiente y motivada cuando los salarios en la ciudad son mucho más atractivos (véase el recuadro), lo que se cuestiona es, sobre todo, el propio modelo agrícola. Su potencial productivo está llegando, en efecto, al límite debido, por una parte, a los limitados recursos del país y, por otra, a su impacto negativo sobre la calidad de los recursos. 

 

UN GRAVE PROBLEMA DE AGUA

El desarrollo de la agricultura china se enfrenta a unos problemas hídricos cada vez más acuciantes, y eso que ya es muy dependiente del agua. Alrededor del 70% de los cereales y otros granos proceden de superficies irrigadas, estimadas en 65 millones de hectáreas en 2015; es decir, más de la mitad de las tierras cultivadas del país. La cuestión del agua se descompone en tres problemas. 

El primero es el relativo al volumen disponible. Aunque China posee un quinto de las reservas mundiales de agua, el volumen anual consumido por los habitantes es de cerca de 2.000 metros cúbicos  (es decir, un tercio de la media mundial). Y, sobre todo, el agua está muy mal repartida. Dos tercios de las tierras cultivables se hallan al norte del río Yang-Tsé-Kiang, que alberga al 40% de la población y genera el 50% del PIB nacional, pero no dispone más que de una quinta parte de los recursos hídricos del país. El agua subterránea se está agotando hoy y, en el futuro, las precipitaciones podrían reducirse debido al calentamiento global. El porcentaje de los diferentes usos del agua también ha variado. Si la agricultura sigue siendo su primer usuario, su porcentaje ha pasado del 97% en 1949 al 63% en 2011, mientras que el volumen de agua consumido por la industria y por el uso doméstico se ha multiplicado por cuatro desde finales de los años 1970.

China tiene la quinta parte del volumen de agua del planeta

El país es el primer consumidor de abonos y pesticidas del  mundo

Tiene el 8% de la tierra cultivable del mundo y el 19% de su población

El segundo problema es el del control del uso. Hasta ahora, las necesidades se han tratado sobre todo mediante una política de la oferta, consistente en multiplicar las obras hidráulicas para captar y distribuir el agua. Pero debido a que hay pérdidas en todos los niveles, la eficacia de la irrigación china es, de media, inferior entre el 40% y el 50% a la de los países desarrollados. Actualmente, las autoridades chinas comienzan a tener en cuenta la gestión de la demanda a través de importantes inversiones en nuevas técnicas de irrigación, más ahorradoras. Además, para incentivar las buenas prácticas, está en curso un sistema de tarificación del agua. 

En tercer lugar, está el problema de la mala calidad del agua. Las autoridades chinas calcularon en 2014 que el porcentaje de aguas subterráneas cuyo uso para las actividades humanas está limitado por su nivel de contaminación se eleva a más del 60%.  Más de 4 millones de hectáreas —es decir, el 6% de las superficies irrigadas, dos tercios de las cuales se hallan en el norte del país— están regadas con agua contaminada, lo cual conlleva unas cosechas escasas y la contaminación del suelo. Aunque la industria y las ciudades son determinantes, la agricultura china no es únicamente víctima, sino que también contribuye a ese fenómeno debido al uso masivo de pesticidas y abonos, de los que China es el primer consumidor mundial.

 

MUCHOS HOMBRES Y POCAS TIERRAS

Pero China no sólo tiene un problema de agua. También lo tiene de tierras. A pesar del tamaño de su territorio, la superficie dedicada a la agricultura es relativamente limitada. En 2012, cubría cerca de 121 millones de hectáreas (el 13% de la superficie del país), o sea, 0,1 ha/hab., cuatro veces menos que la media francesa (0,4 ha/hab.), o 0,37 ha/hab de la media española y menos de la mitad de la media mundial (0,24 ha/hab.). China posee el 8% de las tierras cultivables del planeta para alimentar a cerca del 19% de la población. Más que nunca, es el país de “muchos hombres y pocas tierras”.

Varios factores han contribuido en los últimos años a la disminución de las tierras cultivadas. De 1997 a 2010, China puso en marcha un inmenso programa de reconversión de la tierra agrícola afectada por la erosión en bosques y pastos. Este plan de restauración ecológica dictado por los graves problemas de degradación de los suelos (y conocido por su denominación inglesa Grain for Green) ha prohibido el cultivo en cerca de 9 millones de hectáreas. Otros grandes factores de disminución de las tierras cultivadas son la urbanización y la industrialización, que se han apropiado de un total de 2,5 millones de hectáreas entre 1997 y 2008, con el agravante de que las tierras próximas a las ciudades generalmente son las mejores.

 

DATO

19 %

de las tierras cultivadas superaban en 2013 el nivel de contaminación en China, especialmente debido al cadmio, el níquel y el arsénico. 

 

Esos cambios de uso de las tierras son con frecuencia sinónimo de acaparamiento o de escasas indemnizaciones a los campesinos y la causa, en gran medida, de los “incidentes multitudinarios” que estallan periódicamente en el campo chino. A pesar de la fuerte presión de la urbanización, las autoridades intentan que la superficie cultivada no baje de la barrera de los 120 millones de hectáreas, cifra considerada oficialmente como la línea roja que no se debe traspasar si se quiere mantener la seguridad alimentaria del país. 

Además de la cantidad de las tierras agrícolas, su calidad se ha convertido en los últimos años en una creciente preocupación de los responsables chinos. En efecto, un porcentaje importante de los suelos está degradado por el uso excesivo de abonos y por contaminantes de origen industrial y urbano. En 2013, las autoridades anunciaron que 3,3 millones de hectáreas —cerca del 3% de la superficie agrícola— estaban demasiado contaminadas para poder cultivarse. Al año siguiente, un informe oficial revisó esas cifras y consideró que el 16% del territorio y el 19% de las tierras cultivables superaban los límites de contaminación admitidos en China, especialmente debido al cadmio, al níquel y al arsénico. El informe subraya también una nueva fuente de contaminación, ahora preponderante: las deyecciones de los animales. Son responsables de cerca del 60% de los residuos agrícolas de fósforo y de cerca del 40% de los de nitrógeno. Y se acusa a las explotaciones de gran tamaño de contribuir en gran medida a este fenómeno.

 

UNA NUEVA POLÍTICA AGRÍCOLA

Consciente de esos impasses ecológicos, el presidente Xi Jinping, que llegó al poder en 2013, tomó la iniciativa de cambiar la política agrícola para recuperar la capacidad de producción doméstica y garantizar la seguridad alimentaria a largo plazo. Los llamamientos a lograr cosechas récord han desaparecido de los discursos oficiales, que, por el contrario, insisten en la necesidad de recurrir —modestamente— a las importaciones para equilibrar la oferta y la demanda a escala nacional.

El XIII plan quincenal chino (2016-2020) ha confirmado esta orientación dando prioridad a la protección de los suelos y a la adopción de una “gobernanza ecológica” gracias al uso de tecnologías limpias. La nueva política china considera la tierra un capital que hay que conservar. Por ejemplo, en los períodos de recolección abundante de grano, como ocurre actualmente, se cultivarán menos tierras. De este modo, China va a reducir la superficie de cultivo de maíz, cuyos stocks han alcanzado un nivel histórico, y rotará su cultivo con el de leguminosas para mejorar la calidad de los suelos y reducir el aporte de abono químico. Tres millones de hectáreas se verán afectadas por esta medida de aquí al año 2020. Asimismo, una serie de zonas, clasificadas como “tierras agrícolas permanentes”, van a incluirse en planes de ordenación para protegerlas de la extensión de las ciudades y de las infraestructuras.

 

PLANES ESPECÍFICOS

Estos objetivos, inscritos en el plan quinquenal, se completan con los de tres planes específicos puestos en marcha a partir de 2015. El plan de desarrollo sostenible de la agricultura ambiciona ampliar las técnicas de riego que consumen menos agua, como la aspersión o el goteo, que debería alcanzar el 75% de la superficie irrigable de aquí a 2030, frente a menos del 50% de la actualidad. Las autoridades han anunciado que el volumen de agua dedicada al riego debería estabilizarse a partir de 2030 a un nivel superior en un 10% al de 2013. Además, el crecimiento del uso de abono y de pesticidas (+1,3% anual en 2013) deberá bajar al 1% para luego frenarse a partir de 2020. Finalmente, se pretende tener más en cuenta los residuos del cultivo y las deyecciones animales y que sustituyan al máximo a los abonos artificiales. 

A este plan para la agricultura sostenible, se añaden otros dos de lucha contra la contaminación del agua y del suelo. Sus objetivos son, por una parte, mejorar la calidad de los siete ríos principales del país de aquí a 2020, así como la calidad de más del 90% del agua urbana en diez años y, por otra parte, lograr que el 90% de las tierras agrícolas contaminadas sean utilizables de aquí a 2020 y el 95% a 2030.

Finalmente, hay que señalar que desde que estalló el escándalo de los cadáveres de cerdos descubiertos en 2013 en el río Huangpu, cerca de Shanghai, y luego en otras provincias como Sichuan o el Jiangxi, se han publicado numerosas normativas para limitar la contaminación medioambiental causada por la cría de ganado. Así, se ha prohibido la porcicultura y la avicultura en determinadas zonas consideradas frágiles, como los espacios densamente poblados o próximos a lugares de captación de agua potable; también se ha incentivado el uso circular de los recursos en el seno de las explotaciones.

La utilización de organismos modificados genéticamente (OMG) también es considerada por el Gobierno chino como una vía que emprender. Tras unos años de debates, en ocasiones tumultuosos, sobre su interés y su impacto, Pekín autorizó, en agosto de 2016, el cultivo y la comercialización de plantas genéticamente modificadas, cuando, hasta entonces, sólo el algodón, el tomate, el pimiento, la petunia, el chopo y la papaya se cultivaban oficialmente. Las investigaciones sobre el maíz y la soja transgénicos se dedicarán prioritariamente a los cultivos resistentes a la sequía, a los agentes destructores, a las enfermedades y al frío. 

La inflexión de la política agrícola china tiene lugar en un periodo en el que la producción y los stocks de cereales alcanzan su nivel más alto. Esta situación, relativamente confortable, permite tomar medidas, a medio y largo plazo, sobre la producción agrícola nacional sin poner en peligro la seguridad alimentaria del país. Sin embargo, aunque se ha elegido un buen momento, esta reforma llega tarde si se tiene en cuenta el preocupante estado de los recursos naturales chinos. Por otra parte, su implementación puede chocar con la inercia de los agricultores y de las administraciones locales y obligar a la Administración central a utilizar métodos coercitivos para lograr que se apliquen las nuevas normas. Pero el Gobierno chino no tiene elección. Esta orientación verde es su última carta para evitar que el país se hunda en la dependencia alimentaria.

 

 

*Economista agrícola del Institut de l’Élevage y de Abcis, especialista en agricultura china.