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Europa, puesta a prueba

Por Yann Mens
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Enero 2017 / 43

Emergencia: La actitud de Turquía y un nuevo flujo de migrantes desde el norte de África amenazan con agravar la crisis de los refugiados.

Emigrantes en la isla griega de Lesbos FOTO:  Lutsenko Alexander

El pasado 19 de septiembre, tras la derrota que sufrió su partido (CDU) en una votación en Berlín, Angela Merkel confesó a sus compatriotas: “Si pudiera, retrocedería en el tiempo para estar mejor preparada para enfrentarme a la situación de los migrantes de 2015, porque nosotros no estábamos bien preparados”. La canciller podría haber ampliado ese “nosotros” a toda la Unión Europea. A comienzos de 2015, cuando el número de exiliados sirios no dejaba de aumentar en Turquía, Líbano y Jordania (500.000 en enero de 2013 y 3,7 millones dos años más tarde), los Estados europeos se empeñaban en seguir pensando que el conflicto terminaría pronto, y que, a falta de algo mejor, los exiliados permanecerían en los países donde se habían refugiado.

Pero el régimen de Bashar el Assad no cedió, y los sirios se dieron cuenta de que tenían pocas probabilidades de encontrar empleo y escolarizar a sus hijos en los países de primera acogida porque los Estados desarrollados, incluidos los europeos, tardaron en financiar a las organizaciones internacionales —Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Programa Mundial de Alimentos (PMA),  que les asistían sobre el terreno. 

La Administración griega está saturada de solicitudes de asilo

La UE no está preparada para más flujos de personas

Algunos exiliados intentaron entonces emprender la peligrosa travesía por mar hacia Europa. Turquía, que critica la flagrante falta de solidaridad europea, no los frenó. Los sirios no son los únicos: aunque constituyen, desde 2015, la mitad de los que han llegado a la Unión a través del Mediterráneo oriental, otras nacionalidades (afganos e iraquíes, sobre todo) emprendieron esa ruta. Al mismo tiempo, una segunda vía marítima, la que une las costas de Libia con Sicilia, utilizada desde hace tiempo fundamentalmente por africanos (nigerianos, eritreos, sudaneses…) también se usaba cada vez más. 

 

OPERACIONES DE SALVAMENTO

Fueron los naufragios de la primavera de 2015 los que empujaron a la Unión Europea a dotar de más medios a sus operaciones en el Mediterráneo, unas operaciones navales destinadas también a luchar contra los traficantes de emigrantes. Debido a su posición geográfica, dos Estados miembros fueron los que se enfrentaron en primer lugar a las llegadas masivas: Italia y, sobre todo, Grecia, que se encontraba ya en una situación económica catastrófica. Atenas optó por dejar de retener a los migrantes que deseaban continuar su camino hacia países más atractivos (en crecimiento económico, con escaso paro y que ofrecen buenas condiciones para los demandantes de asilo…), como son sobre todo Alemania y Suecia. Sin embargo, la normativa europea de Dublín impone que sea el primer país de la Unión donde el demandante de asilo entre el que examine su petición. 

Mientras que el ritmo de las llegadas a Grecia  aumentaba rápidamente (55.000 en julio de 2015, 108.000 en agosto) y frente a la incapacidad de una Unión dividida para acudir en su ayuda, Angela Merkel anunció el 25 de agosto que Alemania suspendía la aplicación de la normativa. Esta excepcional generosidad fue celebrada por la Comisión pero criticada por otros Estados miembros. En octubre, se alcanzó un récord de llegadas al suelo griego: 212.000. 

Frente al flujo desordenado de demandantes de asilo procedentes tanto de Turquía como de otros países (sobre todo de los Balcanes) que se colaban aprovechando la oleada, Alemania decidió volver a controlar sus fronteras el 13 de septiembre. Un gesto imitado por Austria y, más tarde, en noviembre, por Suecia. Mientras tanto, la Unión elaboró a toda prisa un plan de relocalización por el que se preveía repartir, entre los demás países de la Unión y a lo largo de dos años, a 160.000 de los demandantes de asilo llegados a Italia y Grecia. El plan se aprobó a pesar de la oposición de los países de Europa central y oriental, con Hungría a la cabeza, y la negativa de Reino Unido y Dinamarca de unirse a él. Incluso los que lo aprobaron lo aplican a regañadientes: el 9 de noviembre de 2016, sólo 6.925 personas habían sido relocalizadas. Francia presume de ser la más disciplinada con… ¡2.155 relocalizados de los 19.714 a que se había comprometido!

Mientras seguían llegando migrantes a su suelo, Atenas se encontró, en febrero de 2016, ante el hecho consumado que le impusieron Austria y sus vecinos de los Balcanes, quienes, sin consultarla, cerraron su frontera norte bloqueando la salida de Grecia de decenas de miles de sirios. Paralelamente, la UE, siguiendo otra iniciativa de Merkel, firmó el 18 de marzo una declaración con Turquía por la que Ankara se compromete a bloquear la salida de migrantes a cambio de una ayuda de 3.000 millones de euros, además de otros 3.000 millones prometidos en noviembre de 2015, para una posible supresión de la necesidad de visados para los turcos que viajen a Europa, así como de reanudar las negociaciones de la entrada del país en la Unión (1). De hecho, desde marzo de 2016, las llegadas a Grecia han descendido considerablemente (3.000 en el pasado octubre, frente a 57.000 en febrero), así como el número de muertos en el mar.

 

LA DECLARACIÓN HACE AGUA

Pero hoy la Unión tiembla, porque la declaración del 18 de marzo está amenazada de muerte. Algunas medidas liberticidas de la legislación turca, sobre todo en lo referente a la lucha antiterrorista, impiden a la Unión eximir de visados a los turcos. Y el presidente Erdogan hizo saber el 14 de noviembre que estaba pensando en celebrar un referéndum sobre la prosecución de las negociaciones de adhesión y sobre el restablecimiento de la pena de muerte, una línea roja para la Unión. Si los ciudadanos turcos eligen la ruptura, la declaración del 18 de marzo puede estallar en pedazos. ¿Permitirá, entonces, Recep Tayyip Erdogan a los 2,7 millones de sirios que su país alberga partir hacia la UE si lo desean? El nuevo cuerpo de guardia europea de fronteras y costas no bastará para frenar las masivas llegadas, y Grecia podría verse totalmente desbordada, sobre todo dado que no consigue gestionar las otras disposiciones de la declaración del 18 de marzo.

 

EL DATO

2,7

millones de sirios están refugiados en Turquía 

 

Ésta prevé que los demandantes de asilo que hayan logrado llegar a las islas griegas después del 18 de marzo sean retenidos en hot spots, donde tienen la posibilidad de pedir asilo en Grecia o no pedirlo. Si no lo hacen, pueden ser devueltos inmediatamente a Turquía. Si lo hacen, pueden también serlo si Grecia considera que su vecino turco es un país seguro. Pero a cambio de cada sirio devuelto, la Unión acepta acoger a un sirio que viva en Turquía hasta un número máximo de… 72.000 personas. El mensaje para los exiliados sirios está claro: si queréis tener una posibilidad (mínima) de conseguir el estatus de refugiado en la Unión, esperad en Turquía a que os llegue vuestro (improbable) turno. Pragmáticos, los 18.000 refugiados que han llegado a Grecia después del 18 de marzo, han demandado masivamente el asilo en el país. Como la Administración griega, que es la que tramita las demandas, está saturada y los otros países europeos no han enviado los funcionarios previstos para ayudarla, el proceso hace agua: el 7 de octubre pasado, 633 personas habían sido devueltas a Turquía  y 2.217, es decir, un número claramente superior, fueron autorizadas a dejar Turquía para venir a la Unión.

Mientras los dirigentes europeos rezan para que no aparezcan nuevas oleadas masivas de refugiados desde Turquía, durante 2016 ya han desembarcado en Italia procedentes de Libia 167.000 personas; es decir, 3.000 más que en 2015. Aunque 4.100 no lo han logrado: han muerto ahogados.

Angela Merkel tiene razón: desde 2015, la Unión Europea ha actuado a toda prisa y ante unos hechos consumados, pero sigue sin estar colectivamente preparada para enfrentarse a unos flujos migratorios que van a continuar produciéndose inevitablemente, sobre todo procedentes de África, un continente donde la población continúa aumentando. El debate europeo se centra en la política de asilo debido a la crisis siria, pero los Estados miembros deben reflexionar rápidamente sobre cómo quieren regular la migración laboral para que acaben esos dramas a los que no cesamos de asistir.  

 

(1). Véase “Accord UE-Turquie du 18 mars 2016 : une réponse fragile, ambiguë et partielle à la question migratoire16”, accesible en https://lc.cx/o99Y