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¿Hay que acabar con el euro?

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Octubre 2015 / 29

Dilema: La idea de la moneda única que ha predominado durante la crisis griega es inaceptable para los países del sur de Europa. Para salir de este callejón sin salida, Francia debería expresar claramente sus discrepancias con Alemania.

“Durante la larga noche de negociación del 12 al 13 de julio [sobre el plan de ayuda a Grecia], se rompió un elemento fundamental de la Unión Europea”, explica Joschka Fischer, ex ministro de Asuntos Exteriores . “Esa noche cambió la Alemania que conocían los europeos desde la Segunda Guerra Mundial” . En efecto, prosigue Fischer, esa noche Berlín “anunció su deseo de que la zona euro pasara de ser un proyecto europeo a ser una suerte de esfera de influencia”. A pesar de ello, los europeos llegaron in extremis a un acuerdo y, un mes más tarde lograron cerrar, sin nuevo drama, un tercer plan de ayuda a Grecia de 86.000 millones de euros. Sin embargo, todo el mundo es consciente de que realmente no se ha solucionado nada: el pulso que el pasado julio ganó Wolfgang Schäuble, ministro de Economía alemán, partidario de la línea dura frente a Atenas, tiene muchas posibilidades de resultar a la larga una victoria pírrica. 

 

EL EURO, DEBILITADO Y CONTESTADO

En primer lugar, no se ha solucionado el problema de Grecia: el país seguirá hundiéndose en la recesión y entrará en una fase de inestabilidad política bajo el  tutelaje al que se ha sometido a su Gobierno y las medidas de austeridad adicionales que le han sido impuestas. 

Pero más allá del caso griego en concreto, lo que ha ocurrido, sobre todo, es que el euro se ha debilitado enormemente. En primer lugar, porque los que, como el economista Frédéric London, consideraban ya que había que acabar con la moneda única, han visto confirmada su idea. “Por si fuera poco”, afirma London, “el trato criminal que se ha dado a Grecia en los seis meses de vapuleo (rebautizado como negociación) muestra  que la iniciativa de transformar el euro o la hipótesis de la posibilidad de un euro diferente son quimeras que, tras sucesivas desilusiones, no llevan más que a un callejon sin salida y a la desesperanza política. Según él, el acuerdo griego ha mostrado definitivamente que “el euro impide radicalmente cualquier posibilidad de política progresista”.

Grecia seguirá hundida en la recesión y la inestabilidad política

Muchos defensores de la moneda única son ahora escépticos 

Pero la crisis griega también ha indispuesto profundamente a muchos de los que, hasta ahora, apoyaban el euro. Es el caso de Shahin Valée, ex miembro del equipo de Emmanuel Macron en el Ministerio de Economía de Francia, y anteriormente del de Herman Van Rompuy, cuando éste era presidente permanente del Consejo Europeo. En julio,  Valée explicó en el New York Times por que ese acuerdo podía destruir el euro . “Al imponer un ajuste presupuestario adicional socialmente regresivo, el reciente acuerdo ha confirmado los temores de la izquierda de que la Unión Europea podría optar por imponer por todos los medios un tipo especial de conservadurismo neoliberal”, subraya. Y añade: “El acuerdo ha buscado eliminar todas las opciones políticas y todas las medidas discrecionales de funcionamiento de la unión monetaria, una idea que, sin embargo, durante mucho tiempo, Francia respaldaba”. Y esa amenaza de salida temporal de Grecia del euro, enarbolada por Wolfgang Schäuble, “ha minado la escasa cooperación económica franco-alemana que quedaba”, considera. Al comportarse así, “Alemania ha dado a entender a Francia que estaba dispuesta a seguir adelante ella sola y a tener una posición contraria a la suya en un asunto político crucial”.

“Esta actitud resuelta y los numerosos tabúes que rompe demuestran que la unión monetaria tal como la quiere Alemania es, probablemente, incompatible con la que pueden vender las élites francesas y suscribir la opinión pública francesa”,  sostiene  Valée, quien  concluye: “Alemania podría indudablemente erigir una unión monetaria con los países bálticos, Holanda y algunos otros países, pero debe comprender que jamás podrá edificar una unión monetaria que tenga éxito en el plano económico y que sea políticamente estable con Francia y el resto de Europa sobre esas bases”. 

Joschka Fischer comparte esta apreciación negativa: “La postura de Schäuble ha vuelto a poner en primer plano la cuestión fundamental de la relación entre el sur y el norte de Europa: su enfoque amenaza tensar Europa hasta romperla. Creer que se puede utilizar el euro para conseguir la reeducación económica del sur de Europa va a resultar un error peligroso, y no sólo para Grecia. Como muy bien saben los franceses y los italianos, esa idea pone en peligro el conjunto del proyecto europeo, que se edificó sobre la diversidad y la solidaridad”.

 

PESE A TODO, HAY VENTAJAS

Pero esta actitud no es resultado de una voluntad imperial propiamente dicha, subraya con razón Frédéric London: “A diferencia de los que no pueden ver la hegemonía alemana sin imaginar Panzers o cascos puntiagudos, debo repetir que, en este asunto, Alemania nunca ha perseguido un proyecto positivo de dominación y que su comportamiento sólo ha estado regido por el pánico a ver, en el reparto comunitario, alterados los principios que le son más queridos”. Especialmente, la estabilidad monetaria y el equilibrio presupuestario. Pero este miedo no deja de ser muy dañino. “Una angustia colectiva, sobre todo de tal intensidad, puede llevar a la violencia tanto como las intrigas conquistadoras de la hegemonía positiva”.

Jean Pisani-Ferry, ex director del think-tank  europeo Brueguel y actualmente comisario general de France Stratégie, partidario desde siempre de la moneda única, expresa también ahora públicamente sus dudas sobre si el euro tiene aún arreglo. “Los ciudadanos se preguntan por qué comparten esa moneda, si tiene sentido y si es posible ponerse de acuerdo sobre su futuro. Esta cuestión se deja de lado con frecuencia porque se considera que el coste de salir del euro sería demasiado elevado para plantearlo”, subraya. “Sin embargo, difícilmente puede considerarse un argumento suficiente”, añade. “Es el equivalente lógico a recomendar a una pareja que siga casada porque el divorcio cuesta muy caro”.

¿Hay, pues, que tirar la toalla en lo que al euro se refiere? Los primeros quince años de la moneda única no han sido, ciertamente, un claro éxito en el plano económico, pero es difícil saber qué hubiera pasado sin su existencia. Sin ella, Europa no tendría pronto nada que decir sobre los temas económicos a escala mundial, frente a gigantes como Estados Unidos y su dólar o China y su yuan. Ni siquiera Alemania, con su marco, contaría más hoy que el Reino Unido con su libra.

Esto significaría también que al dumping social y fiscal se añadiría el dumping monetario en una competencia de todos contra todos en el seno del mercado único. Finalmente, para los actores franceses, volver al franco equivaldría a que los tipos de interés volvieran a ser probablemente mucho más elevados, y ese euro fuerte que tanto penalizó a la industria francesa en los años 2000, ha pasado a la historia.

 

EN MANOS DE FRANCIA

Además, gracias al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE), a la unión bancaria, a las operaciones monetarias de compraventa (OMC) y a la flexibilidad el Banco Central Europeo (BCE), desde 2010 se han corregido algunos de los graves defectos iniciales de la zona euro. En la práctica, el principio de no bailout  (nada de rescates), que prohibía toda solidaridad con los países en crisis y que estuvo a punto de acabar con la moneda única en 2010, ha quedado vacío de contenido. Aunque también es cierto que el corsé que, paralelamente, ciñe cada vez más estrechamente las políticas presupuestarias, hace que la moneda única al estilo Schäuble sea estructuralmente recesiva. Y, en particular puede precipitar la victoria de la extrema derecha en Francia. 

Pese a la intransigencia de que, en el caso griego, ha dado muestras el Gobierno de Angela Merkel —con el apoyo activo del SPD de Sigmar Gabriel y el acuerdo innegable de la mayoría de la opinión pública alemana—, ¿es posible salir de este punto muerto? Más fácilmente sin duda de lo que muchos creen. Como dice con razón Shahin Vallée: “El deplorable estado en que se encuentra Europa no es únicamente culpa de Alemania. Lo ha agravado la ausencia política de Francia en los asuntos europeos desde el comienzo de la crisis”. Una ausencia que se debe, sobre todo, a que “Francia ha fracasado a la hora de articular su propia visión pos-Maastricht de una unión monetaria próspera”.

Tras haber forzado la mano a Angela Merkel sobre muchos asuntos desde 2008, el ex presidente francés Nicolas Sarkozy optó en la segunda parte de su mandato por alinearse con la política de austeridad de la unión monetaria aprobando el mortífero Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza, un tratado que el actual  presidente, François Hollande, renunció después a cuestionar pese a sus promesas electorales.

La actitud de Schäuble puede dar alas a la extrema derecha

Francia debe buscar apoyos a alternativas precisas y creíbles

Si  Francia mostrara claramente su desacuerdo con el schäublismo, si se esforzara en crear alianzas sobre estos temas, sobre todo con el Gobierno italiano, y si fuera capaz de articular propuestas alternativas precisas y creíbles, podría, más fácilmente de lo que se puede creer, cambiar la situación en Europa. No porque una hipotética alianza de los países latinos sería capaz de vencer a Alemania, sino porque un cambio de actitud de Francia haría cambiar la postura del Gobierno y de la opinión pública alemanes.
Esta última, pese a todo, es consciente del daño que ha causado el caso griego: el 56% de los ciudadanos alemanes piensa también que se ha gestionado mal. Sea cual sea el apego de muchos  alemanes al dogma de la austeridad presupuestaria, no están tan alejados de la realidad como para creer que un eje Helsinki-Berlín podría sustituir a la pareja franco-alemana sin cuestionar los fundamentos de un proyecto europeo al que los dramas del siglo XX  hacen que se sientan mayoritariamente unidos.

En cualquier caso, “Europa ya no puede permitirse procrastinar y hacer como si no pasara nada”, concluye Jean Pisani-Ferry. “O los miembros de la zona euro llegan a un acuerdo sobre una agenda de gobernanza y de reformas políticas que haga de la unión monetaria un motor de prosperidad o irán, una y otra vez, de disputa en crisis hasta que los ciudadanos pierdan la paciencia o los mercados la confianza”.

 

DINERO MÁS BARATO

EL EURO HA HECHO BAJAR LOS TIPOS DE INTERÉS

El euro ha tenido uno de los principales efectos positivos que se esperaban: una fuerte bajada de los tipos de interés reales (tipos nominales-inflación). Desde 1999, éstos bajaron a su nivel del boom de la posguerra mundial, tras los altísimos niveles alcanzados en la década de 1980 y al comienzo de la de 1990 como consecuencia, sobre todo, de unas políticas monetarias restrictivas impuestas en la época del Bundesbank a los alemanes. La moneda única ha permitido acabar con esa dominación. Si hoy tuviéramos que renunciar al euro, habría motivos para temer de nuevo un fuerte alza de dichos tipos. Su nivel es un factor determinante de la actividad económica: cuanto más altos son los tipos, más difícil es invertir.

 

LA CONVERGENCIA HA DEJADO DE FUNCIONAR

Para muchos países, la crisis ha significado el freno de la convergencia de los niveles de vida en el seno de la zona euro. La capacidad de que esa convergencia siga funcionando será uno de los factores clave de la supervivencia de la moneda única.  

 

DIFERENCIAS CON EEUU

UNA GESTIÓN CATASTRÓFICA DE LA CRISIS

Desde la creación del euro, en 1999, los resultados económicos de la zona venían siendo comparables a los de Estados Unidos. Ha sido fundamentalmente la gestión de la crisis de la zona euro desde 2010 la que ha provocado su distanciamiento.