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¿Más Europa es más crecimiento?

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Junio 2015 / 26

Desilusión: El avance hacia una mayor convergencia está en entredicho a pesar de los beneficios para los países menos desarrollados.

En 2004 se sumaron a la Unión Europea diez países, la mayoría del Este. FOTO: PARLAMENTO EUROPEO 

La falta de solidaridad financiera para paliar las peores consecuencias de la crisis del euro ha causado un enorme sufrimiento a grandes franjas de la población europea, especialmente en el Sur. Este ha sido el camino hacia el desencanto con el proyecto europeo.

 

1. EUROPA SE DESCUELGA 

Europa no fue creada para convertirse en un mercado. La intención inicial, en los años cincuenta, era impedir una nueva guerra tejiendo unos lazos suficientemente fuertes como para hacer impensable esa posibilidad. Europa debía también permitir al Viejo Continente recuperar su lugar en un mundo dominado por las grandes potencias y afianzar lo que entonces era Alemania del oeste en el bando occidental. Los padres fundadores, Robert Schuman y Jean Monnet, tuvieron la inteligencia de poner la integración económica al servicio del ideal político de una Europa unificada.

Hasta 1973, los progresos de la integración y la modernización acelerada de las economías parecieron confirmar la pertinencia de esa estrategia. La creación del mercado común va unida a una intensificación de los intercambios comerciales y a un rápido aumento de la productividad y el empleo en los seis países que entonces formaban la Comunidad Económica Europea. En vísperas de la primera crisis del petróleo, la productividad del trabajo, medida por el PIB por hora trabajada, se sitúa, en lo que será la Europa de los Doce, en un 74% del nivel estadounidense frente a un 45% en 1950. No sólo el aumento de eficiencia resultante de una mayor especialización de los diferentes países es innegable, sino que Europa se beneficia también de la difusión de las tecnologías y los métodos de producción procedentes del otro lado del Atlántico, propiciada por las inversiones directas de las firmas estadounidenses. 

El proceso de convergencia prosigue entre 1973 y 1995, año en el que la productividad por hora trabajada se sitúa en el 91% del nivel estadounidense. Tras las sucesivas ampliaciones, la población comunitaria aumenta en más de 100 millones de personas. Este período está marcado por una significativa profundización de la integración debido a la creación del Sistema Monetario Europeo* en 1979 y al establecimiento del mercado único a partir de 1986. Pero llega la crisis. La recuperación del retraso respecto al nivel de vida de Estados Unidos se interrumpe: entre 1973 y 1995, el PIB por habitante calculado en paridad de poder adquisitivo* pasa del 80% al 77% del nivel estadounidense.

Mientras que la diferencia de aumento de productividad alcanza un punto medio favorable a Europa, el crecimiento del PIB por habitante es ligeramente más rápido en Estados Unidos (véase el gráfico). Ello se explica por la evolución del número de horas trabajadas por habitante, que disminuye en una media del 13% en Europa mientras crece un 12% en Estados Unidos. A su vez, esta diferencia procede no tanto de las diferencias respecto a las tasas de paro, empleo o trabajo a tiempo parcial como del número de horas trabajadas por las personas que cuentan con un empleo a tiempo completo. Se diría que en esa época los países europeos eligieron transformar su aumento de productividad en tiempo libre, mientras que los estadounidenses optaron por trabajar para garantizar el aumento de sus ingresos a expensas del aumento de la productividad. 

A partir de 1995, los datos cambian. Tras 50 años de acercamiento al nivel estado-unidense, la progresión de la productividad del trabajo se lentifica claramente en el período 1995-2006 (del 2,3% al 1,6% de ritmo anual) en la Europa de los Quince mientras que se acelera en Estados Unidos (del 1,3% al 2,1%). Si la diferencia entre ingresos no aumenta mucho, es debido a la recuperación en Europa del número de horas trabajadas por habitante. Está claro que a la Unión le cuesta seguir el ritmo de la revolución tecnológica asociada a las industrias de la información y de la comunicación: en Estados Unidos, por el contrario, la actividad se apoya en los sectores fuertemente consumidores de high-tech (como el comercio al por mayor y al por menor). El descuelgue europeo se confirma e incluso se agrava en el período que sigue a la crisis financiera (2007-2013), a la vez que la cantidad de trabajo se reduce considerablemente y en proporciones parecidas en ambos lados del Atlántico. En 2013, el PIB por habitante volvió en la Unión a Quince a ser del 69% del nivel estadounidense, es decir, el porcentaje observado a mediados de los años sesenta.

 

2. FUERTE CONVERGENCIA INTERNA

En aprietos frente a Estados Unidos, Europa, sin embargo, ha desempeñado, y sigue desempeñando, un papel fundamental en la convergencia del nivel de vida de los nuevos Estados miembros hacia el nivel del núcleo duro de la Unión. Con la adhesión, entre 2004 y 2007, de 12 nuevos Estados –diez de los cuales de Europa del Este—, 100 millones de personas más integran esa dinámica de convergencia económica y social, observable tanto en a nivel de los Estados como de las regiones.

 

DATOS

91 %

era la productividad por hora de Europa respecto a la estadounidense en 1995

Banco de alimento en Atenas. FOTO: Panayiotis Tzamaros  / PARLAMENTO EUROPEO

Este proceso se ve agudizado no sólo por el acceso a un amplio mercado, la afluencia de inversiones directas que buscan beneficiarse de las diferencias, a veces considerables, de los costes salariales, sino también por las políticas estructurales de la Unión Europea. Éstas están enfocadas a facilitar en las regiones menos favorecidas un medio más favorable al crecimiento en lo que a infraestructuras, redes informáticas, formación e investigación y desarrollo se refiere.

Las políticas de crecimiento y de cohesión (también denominadas políticas de solidaridad), evocadas en el acta única de 1986, dan un salto adelante en 1988. A partir de entonces, absorben cerca de la mitad del presupuesto europeo (que sigue siendo modesto, el 1% del PIB de la Unión). Inicialmente justificadas por la necesidad de mitigar la concentración de la actividad en los polos regionales más desarrollados, se focalizan cada vez más en la competitividad y el desarrollo de las regiones periféricas. De este modo, Polonia recibió en 2013 —además de las subvenciones agrícolas— 11.000 millones de euros de fondos estructurales, una cifra equivalente al 2,9% de su PIB. Estos fondos financian tanto programas de formación profesional como la descontaminación de los ríos, la construcción de carreteras, de puentes, etc. Si consideramos el conjunto de los gastos de la Unión en los países de la Europa del Este, las sumas brutas recibidas alcanzan con frecuencia el 5% del PIB, un montante neto por habitante comparable al apoyo que Europa Occidental recibió en el marco del Plan Marshall. La dinámica de convergencia establecida en las economías periféricas, a excepción de la Grecia anterior al euro, adquirió una amplitud excepcional en el caso de Irlanda (véase el gráfico). En vísperas de la crisis financiera, la renta por habitante de ese país, que era la mitad de la renta comunitaria en el momento de su adhesión en 1973, superaba a la del Reino Unido y se acercaba a la de Holanda. El despegue de la economía irlandesa, iniciado a mediados de los años 1980, es indisociable del cambio de su modelo de crecimiento (pacto social de moderación salarial y promoción del empleo, inversión en educación, reducción de la fiscalidad…). Pero también han influido las transferencias de las multinacionales: éstas trasladan contablemente el valor creado (sobre todo en Estados Unidos) hacia sus filiales irlandesas para beneficiarse del bajo tipo en el impuesto de sociedades (12,5%) que rige en ese país.

 

3. FINANZAS Y MONEDA ÚNICA: EL TALÓN DE AQUILES

El proceso de convergencia interna de los niveles de vida en los países del Este, durante un tiempo interrumpido por la crisis financiera, no parece que deba ser cuestionado. En el caso de los países mediterráneos, por el contrario, la crisis ha acabado con la mayor parte (España, Portugal) o la totalidad (Grecia) de la convergencia de las dos décadas anteriores. Para Europa, el resultado es demoledor: a la pérdida de crecimiento se añade ahora una polarización interna que enfrenta a un Norte dinámico y relativamente bien insertado en los intercambios internacionales (Alemania, Austria, Dinamarca, Suecia, Luxemburgo) con un Sur en marcado (Italia, España, Portugal) o acelerado (Grecia) declive.

La crisis que golpea a la periferia mediterránea de Europa no se limita a una crisis de la deuda soberana: es esencialmente una crisis de la integración monetaria europea. Ésta se tradujo entre 1999 y 2007 en una explosión del crédito en las economías de menor desarrollo económico y financiero, al que se sumaba una degradación continua de la competitividad de Europa del Sur respecto al Norte. De hecho, el examen de la trayectoria económica europea desde comienzos de los años setenta muestra que las principales etapas de pérdida de crecimiento coinciden con los momentos claves de la integración monetaria y financiera.

La creación de la serpiente monetaria y, posteriormente, del Sistema Monetario Europeo (SME), en marzo de 1979, obliga a los países miembros a alinear sus políticas macroeconómicas con las de Alemania, el país más recto pero también menos dinámico, transformando la zona en una comunidad de desempleo. La liberalización del movimiento de capitales a finales de los años ochenta somete la política monetaria a la defensa de la paridad. Lejos de producir los frutos esperados, se acompaña de una creciente inestabilidad financiera y de presiones insostenibles sobre el cambio.

En el contexto de la reunificación alemana y del reflujo de capitales hacia Alemania que ella provoca, la labor de los bancos centrales pasa a ser imposible. En 1992-1993, sólo se logra impedir el hundimiento del SME ampliando las bandas de fluctuación de las monedas a un 15%. 

A lo largo de los años 1990, el paso a la moneda única hace de la política presupuestaria una cortapisa que asfixia el crecimiento en un momento en el que el mundo bascula hacia una nueva era tecnológica. Si bien las condiciones monetarias se suavizan con el paso al euro, rápidamente pasan a ser demasiado laxas para la periferia europea, donde los precios y los salarios aumentan más rápidamente que la media, y no lo suficientemente adecuadas para el núcleo de la zona (Francia, Alemania, Italia, Benelux), donde el paro sigue siendo elevado.

La crisis que se inicia en 2009 pone en evidencia la poca firmeza de la integración monetaria para unas economías de nivel de desarrollo diferente, y a falta de una integración presupuestaria. Centradas en la austeridad y la deflación competitiva, las respuestas que provocan hacen bascular al conjunto de la zona euro hacia un crecimiento cero, acentuando la diferencia de crecimiento con Estados Unidos. Con un joven de cada cinco en paro (uno de cada dos en España y en Grecia), Europa no parece ser ya portadora de esperanza para grandes franjas de su parte occidental. Es un fracaso que debe, en gran medida, a su marcha forzada hacia una unión monetaria y a su incapacidad para asumir las consecuencias ejerciendo la solidaridad financiera.

 

DATOS

11.000 millones

de euros es el montante de los fondos estructurales, sin contar las subvenciones agrícolas, recibidos por Polonia en 2013, equivalente al  2,9 % del PIB.

 

 

LÉXICO:

Sistema Monetario Europeo (1979-1999): régimen de paridades fijas, pero ajustables, entre los países de la Comunidad Europea al que iba unido un sistema de crédito entre los bancos centrales que permitía organizar una defensa solidaria de las paridades en caso de un ataque especulativo contra la moneda de un país miembro.

Paridad de poder adquisitivo: tipo de cambio teórico calculado para equiparar el precio de una cesta de bienes representativa del consumo privado en dos países.

Teoría de la ventaja comparativa: Según David Ricardo, si cada país se especializa en aquellas mercancías cuya productividad es mayor, o menos escasa, que la de sus socios, aumentará su riqueza nacional. Por tanto, tiene garantizada una mayor apertura a los intercambios comerciales aunque carezca de ventaja absoluta de competitividad.

 

PARA SABER MÁS

«Golden Growth: Restoring the Lustre of the European Economic Model», por Indermit Gill y Martin Raiser, Banco Mundial, 2012, disponible en www.worldbank.org/en/region/eca/publication/golden-growth

«The Long Road Towards the European Single Market», por Mario Mariniello, André Sapir y Alessio Terzi, Bruegel Working Paper 2015/01, 16 marzo 2015, disponible en www.bruegel.org/publications/publication-detail/publication/873-the-long-road-towards-the-european-singlemarket/

«The Role of Labor Market Changes in the Slowdown of European Productivity Growth», por Ian Dew-Becker et Robert J. Gordon, NBER Working Paper n.º 13840, marzo 2008, disponible en www.nber.org/papers/w13840.pdf

«The Single European Market 20 years on», por Stefan Vetter, Deutsche Bank Research, 31 octubre 2013, disponible en www.dbresearch.com/