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El mundial de las dos caras

La cita en Qatar supone el enésimo intento de 'sportswashing' de un régimen autoritario, pero el campeonato es también un oasis de convivencia global que engancha e ilusiona a centenares de millones de personas

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Diciembre 2022 / 108

Ilustración
Pedro Strukelj

El Mundial de fútbol es el espectáculo deportivo y televisivo más exitoso del mundo. Muchos hemos organizado parte de nuestros recuerdos, y nuestras contradicciones, nuestras alegrías y decepciones alrededor de los mundiales: la final de Alemania con Cruyff como estrella protestona; el gol de Rubén Cano que nos llevó al Mundial de Argentina y al fallo de Cardeñosa; los mejores partidos del Mundial 82 en el estadio de Sarrià; la quinta del Buitre marcando gol tras gol a Dinamarca para quedar eliminada después mientras Maradona hacía de las suyas con pies y manos; los fracasos de Clemente y otros; el Mundial de Romario y el penalti fallado de Baggio; la eliminación contra Corea del Sur mientras Camacho chorreaba de sudor; el gol del manchego del Barça Andrés Iniesta acordándose de Dani Jarque que nos llevó a la cima; la venganza de Van Gaal en Brasil; la final de la Europa multirracial de Francia contra la etnocracia croata delante de Putin…
La cara oscura del fútbol se explica por su éxito. Sin la magnitud que ha adquirido el espectáculo en un mundo que carece de gobierno global, no existiría la corrupción a gran escala, ni existirían los dirigentes comisionistas, ni los magnates oportunistas, ni los asesores que llevan a los deportistas a salir en los papeles del fraude y los paraísos fiscales.

El fútbol es el deporte más globalizado y unificado. La FIFA es el guardián del acceso a un bien global en un mundo desgobernado, y esta posición privilegiada se la garantiza su propiedad del Mundial, la competición más exitosa, aquella que durante un mes protagonizan los mejores futbolistas del mundo repartidos en equipos distintos, con un nivel de igualdad e incertidumbre mucho mayor que en las competiciones de clubes. Si alguien osa saltarse el poder de la FIFA, esta amenaza a los valientes con dejarles sin Mundial. Las reglas del fútbol entre equipos nacionales, por las cuales básicamente cada jugador solo puede participar en un equipo nacional en toda su carrera, sin traspasos de jugadores entre equipos nacionales, combinadas con la movilidad de jugadores entre clubes (que facilitan que los mejores jugadores de cualquier país estén en los mejores clubes de Europa, o sea del mundo) han llevado a igualar mucho el fútbol de selecciones, y a elevar su nivel. Como dicen Kuper y Szymanski, en la edición mundialista de su famoso libro ¡El fútbol es así ! (Soccernomics), lejos de estar en una burbuja, el mundo de fútbol sigue en proceso de sólida expansión, llegando a más personas que se aficionan y apasionan por este deporte, quizás a falta de otros retos.

 
Acusaciones de soborno
En 2015, como han reflejado varios documentales (como Los entresijos de la FIFA, en Netflix) que han aparecido con motivo del Mundial de Qatar, varios ejecutivos de la FIFA fueron detenidos por la policía suiza por orden del FBI, acusados de corrupción y de ser parte del crimen organizado. Entre los afectados había dirigentes de varios continentes. La misma decisión de asignar el Mundial a Qatar estuvo rodeada de acusaciones de soborno. Los casos probados y las acusaciones se remontan a finales del siglo pasado y han salpicado también a dirigentes españoles del fútbol y magnates de empresas audiovisuales. No será porque no estuviéramos avisados desde hacía décadas, en una veterana población aficionada formada en la cultura radiofónica de José María García.
 
A nivel internacional, la celebración del Mundial en Qatar ha tenido, por lo menos, la virtud de desencadenar un debate sobre qué pueden hacer las aficiones y los deportistas para protestar por algo tan complementario de la corrupción como es la implicación en el deporte de países autocráticos (como Qatar), cuyos dirigentes aprovechan el futbol para blanquear sus crímenes y su reputación de violadores de los derechos humanos. El debate sobre el fenómeno del sportswashing ha llegado a las páginas de medios prestigiosos como el Financial Times. Reconociendo la gravedad de la situación de las mujeres, los homosexuales y los inmigrantes, este medio comparaba a Qatar con Argentina 1978, donde por lo menos parece que el foco del Mundial sirvió para poner bajo la lupa internacional los crímenes de la dictadura de Videla. Sin embargo, a su vez, el Mundial de Argentina tenía precedentes en los Juegos Olímpicos de Berlín con Hitler en 1936, y a nadie se le ocurriría decir que esos juegos, o el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos de invierno en la Rusia de Putin, fueran una buena idea para la humanidad. Son varias las voces que han sugerido que un requisito para tener la oportunidad de organizar un gran evento deportivo, y la publicidad que eso permite, debería ser un récord intachable de respeto a los derechos humanos.
Amnistía Internacional ha reivindicado que, por lo menos, la FIFA debería crear un fondo para compensar a las familias de los inmigrantes fallecidos en las obras mundialistas de Qatar, aunque sería difícil ponerse de acuerdo en las cifras, entre los tres oficialmente reconocidos por el Gobierno qatarí y los miles denunciados por el diario The Guardian.
 
En favor del colectivo LGTBI+
Los jugadores de la selección australiana divulgaron un vídeo sumándose a las reivindicaciones pro derechos humanos, y 10 selecciones (ocho de ellas en la fase final del mundial) se han sumado a una campaña por la que sus capitanes lucirán un brazalete en defensa de los derechos de las personas del colectivo LGTBI+. Algunos entrenadores conocidos por sus escasos reparos diplomáticos, como el holandés Louis Van Gaal, han puesto el grito en el cielo sobre la celebración del evento en Qatar.
Ojalá que cuando se lea este artículo, la selección de Luis Enrique se haya sumado a estas campañas. Agradecemos los esfuerzos de personas como el periodista Simon Kuper en el Financial Times por decir que también hay motivos éticos para ver el Mundial (como que lleva alegría a mucha gente infeliz), pero la verdad es que muchos no tendremos la fuerza de voluntad suficiente para sumarnos a una huelga de aficionados, que sería justa. Por el contrario, nos sentaremos ante la tele esperando que España llegue lejos y que el jugador andaluz del Barça Pablo Páez Gavira, Gavi, marque el gol de Iniesta. Y si eso no ocurre, esperaremos que los partidos se eternicen y alcancen agónicas tandas de penaltis sobre las que podamos debatir hasta la eternidad.
 
Contradicciones
Nos gusta el Mundial porque estamos enganchados al fútbol y sus contradicciones son las nuestras. La igualdad mezclada con la incertidumbre de un juego con un elevado componente aleatorio garantiza las sorpresas. La especial mezcla de fervor nacional y convivencia global nos engancha. Por ello, después de Qatar, el Mundial va a pasar de 32 a 48 equipos, y todas las estructuras que llevaron a la investigación del FBI y las detenciones por corrupción van a seguir en pie, acaso reforzadas.