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El papel estratégico del permiso de nacimiento

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Junio 2014 / 15

Profesora de Economía Aplicada Universidad Complutense de Madrid (UCM)

Para la igualdad entre hombres y mujeres es esencial que padres y madres repartan el cuidado de sus hijos de forma equitativa durante los primeros meses de vida de estos.

ILUSTRACIÓN: DARÍO ADANTI

Aunque prácticamente desaparecida de la agenda política, la desigualdad económica entre mujeres y hombres constituye un rasgo estructural de nuestras sociedades, incluidas las autodenominadas “desarrolladas”. En pleno trabajo, ingresos, derechos y patrimonio todavía se asignan en gran medida en función del sexo. Esta realidad se constata, con variedades, en todos los países del mundo.

La desigualdad económica no se reduce a desigualdad en el mercado laboral, pero esta última es un elemento explicativo fundamental de la primera: en las sociedades capitalistas, el empleo es el principal mecanismo de acceso al ingreso y a los derechos sociales y económicos. Pero la posición su-balterna de las mujeres en el mercado laboral es solo una cara de la división sexual del trabajo, que se complementa con la especialización femenina en el trabajo doméstico y de cuidados. 

Hay dos aspectos que ilustran claramente esta complementariedad. Se trata, en primer lugar, de la invariablemente superior inactividad femenina, que refleja el hecho de que una proporción mucho mayor de mujeres que de hombres en edad de trabajar no tiene voluntad de hacerlo. En segundo lugar, las mujeres que sí tienen empleo acceden a jornadas a tiempo parcial en una proporción también muy superior a la de los hombres. Los datos son inapelables: según la EPA, la tasa de actividad de las mujeres es del 53,8%, frente al 65,5% de la masculina (datos del primer trimestre de 2014). Mientras, el 73,4% del total de contratos a tiempo parcial son femeninos. 

¿Por qué son sistemáticamente las mujeres quienes más renuncian a incorporarse al mercado laboral o prefieren hacerlo a tiempo completo? La última Encuesta del Tiempo que realiza el INE desvela el misterio: la mujer dedica, en promedio, dos horas y cuarto diarias más que el hombre a tareas del “hogar y familia” (datos para 2009-2010).

 

Maternidad ‘versus’ paternidad

Si desagregamos el análisis anterior, descubrimos cómo el inicio de la vida adulta es crucial en la generación de las desigualdades identificadas. Por un lado, la diferencia entre la tasa de actividad masculina y femenina, que ya existe previamente, prácticamente se duplica al llegar a los treinta años: Según la última EPA, esta diferencia salta de 4,3 puntos porcentuales entre los hombres y mujeres de 25-29 años a 8,3 puntos para quienes tienen entre 30 y 34 años. Por otro lado, la contratación a tiempo parcial, que es elevada para los jóvenes de ambos sexos, cae drásticamente en el caso de los hombres según se van haciendo mayores, pero de una forma mucho más leve en las mujeres. Así, mientras que el 9,2% de los hombres empleados de entre 30 y 34 años tienen un contrato a tiempo parcial, esa situación afecta al 25,9% de las mujeres. Pensemos que solo un 2% de trabajadores a tiempo parcial de entre 30 y 34 años declaran como motivo de su tipo de contrato el cuidado de familiares, mientras que este es el motivo declarado del 23,4% de las trabajadoras en la misma situación.

Un dato adicional que ilustra este fenómeno es la evolución de las diferencias salariales. Según la última Encuesta Anual de Estructura Salarial (datos para 2011), el salario medio anual femenino es un 23% inferior al masculino. Esta diferencia, que va aumentando para los grupos de más edad de forma paulatina, vuelve a dar un salto apreciable entre los 25-29 años, con una diferencia salarial de 15,6 puntos porcentuales, y los 30-34, con un desfase de 18,6 puntos.

Todos estos datos apuntan que una parte muy importante de la desigualdad que lastrará los ingresos y derechos de las mujeres a lo largo de toda su vida se gesta en esa crucial franja de edad del inicio de la treintena. Es en esos años cuando las posiciones relativas de hombres y mujeres en el mercado laboral se diferencian de forma definitiva. ¿Acaso nos sorprende? A casi nadie, seguramente. Según el INE, la edad media en la que las mujeres españolas tienen su primer hijo es de 30,9 años (dato para 2012).

En la treintena suele cristalizar la división sexual del trabajo

Islandia, Portugal, Noruega y Suecia aplican recetas exitosas

Aunque no existen estadísticas, podemos presumir que esa debe de ser también, aproximadamente, la edad promedio en la que los hombres estrenan su paternidad. Así que los primeros años de la treintena son, siempre en promedio, en los que la mayoría de las parejas inicia una distribución de la carga del trabajo total en términos familiares. Es cuando cristalizan definitivamente los papeles de género. Por eso es precisamente en ese momento cuando se consolida la división sexual del trabajo en sus dos dimensiones: dentro de los hogares y en el mercado laboral.

Resulta evidente que la maternidad y la paternidad tienen impactos económicos asimétricos, lo cual en sí mismo ya es inasumible desde cualquier perspectiva que considere criterios de justicia social. Pero el impacto de la maternidad sobre la desigualdad económica va más allá. El hecho de que las madres, como consecuencia de su mayor carga de trabajo reproductivo, muestren menos disponibilidad en el mercado laboral, no las penaliza solo a ellas sino a toda la población femenina en edad de procrear. La economía feminista lo denomina “discriminación estadística”: cualquier mujer es una madre potencial y, en ese sentido, aparece en el mercado laboral con un cartel de “menos disponible” que la distingue de sus compañeros, incluidos los padres.

 

Instrumento para la igualdad
Existe, por tanto, un punto de inflexión crucial en las trayectorias laborales de hombres y mujeres, decidan o no tener descendencia. Cualquier política pública preocupada por avanzar en igualdad debiera plantearse cómo conseguir que la maternidad y la paternidad generen impactos laborales simétricos. Lograrlo, no solo permitiría avances muy significativos de igualdad en el empleo; también sería clave para acercarnos a un reparto del trabajo reproductivo más igualitario y, por tanto, más justo y gratificante para todas las personas. Una política decidida de recorte de los horarios laborales a tiempo completo, así como un sistema público, suficientemente amplio y de calidad de educación infantil, son piezas indispensables para avanzar en esta dirección, como expone María Pazos en Desiguales por ley. Complementariamente, se requiere la adopción de una medida estratégica, que destaca tanto por su facilidad de implantación como por su eficacia probada: los permisos parentales de duración suficiente, iguales para los dos progenitores, intransferibles entre ellos y pagados al 100%.

Comparación entre países
La literatura especializada, basada en el estudio de toda la casuística de permisos por nacimiento en distintos países, confirma que para que mujeres y hombres accedan de facto a permisos iguales, no basta con que nominalmente lo sean. En la práctica, son casi exclusivamente las mujeres quienes se quedan con la parte transferible de los permisos: es lo que sucede en España en el 98% de los casos con las 10 semanas transferibles del actual permiso de maternidad. También se comprueba que los hombres no suelen acogerse a permisos para el cuidado infantil que conllevan aparejada una reducción significativa del ingreso. Según muestra el caso alemán, sin embargo, las mujeres sí los cogen.

No hay todavía países con sistemas de permisos totalmente igualitarios, pero las experiencias de Islandia, Portugal, Noruega y Suecia dejan muy clara la receta exitosa: permisos intransferibles y bien pagados para los padres. Solo falta, pues, hacer que los permisos sean de igual duración para padres y madres, totalmente intransferibles y pagados al 100% del salario durante toda su extensión.

La importancia de que el padre y la madre repartan de forma equitativa el cuidado de sus criaturas durante los primeros meses de vida de estas es fundamental para la igualdad económica por dos razones: primero, porque hacer simétrico el impacto de la maternidad y la paternidad es la única fórmula eficaz para eliminar la discriminación sobre el empleo femenino. Y segundo, porque implica un cambio efectivo en la organización del trabajo reproductivo dentro de las familias, lo cual, además de impacto inmediato, tendría un enorme potencial transformador en el futuro. Jóvenes que han sido criados en igualdad son la mejor garantía de un futuro más igualitario.