Te quedan 0 artículos gratuitos este mes.

Accede sin límites desde 55 €/año

Suscríbete  o  Inicia sesión

El porqué de la elevada remuneración de los altos directivos / Antonio Argandoña

Comparte
Pertenece a la revista
Julio 2013 / 5

Profesor de Economía, de la cátedra La Caixa de Responsabilidad Social de la Empresa y del Gobierno Corporativo IESE Business School, Universidad de Navarra 

El crecimiento de los sueldos de los directivos provoca a menudo la indignación popular. Urge alinear la remuneración de los directivos con los beneficios de los propietarios. La manera más fácil de conseguirlo es a través de las opciones sobre acciones.

Hasta los años cincuenta del siglo pasado, la remuneración de los altos directivos de empresas era más elevada que la del personal no cualificado, pero la diferencia no era llamativa. Desde entonces, ha experimentado un incremento considerable, primero y principalmente en Estados Unidos, pero también en el resto del mundo. Esto provoca la indignación popular, probablemente porque esas remuneraciones se consideran injustas. La idea de que la economía es un juego de suma cero, donde lo que gana uno lo pierde otro, está muy generalizada, algo que, curiosamente, no se aplica a los casos de los deportistas o los artistas. O quizá se piensa que los altos directivos han actuado de modo fraudulento, manipulando los precios, ocultando bienes a efectos fiscales, corrompiendo a políticos o asumiendo demasiado riesgo hasta provocar la crisis financiera. O, simplemente, porque se considera que ganar demasiado es inmoral.

Ilustración: DARÍO ADANTI

En este breve artículo no pretendo entrar en un análisis detallado de las causas de esas elevadas remuneraciones ni en su análisis ético. Ante todo, hay que reconocer que las remuneraciones de muchos altos directivos no merecen una crítica, porque no son excesivamente altas y, en todo caso, porque tienen derecho a ellas, ya que tienen una formación, experiencia y capacidades particularmente útiles para la tarea de dirigir organizaciones humanas complejas. Pero esto no ocurre en todos los casos. Sobre todo, esto ocurre en un entorno social, económico y de ideas, que es lo que me gustaría comentar aquí, porque el fenómeno que nos ocupa va mucho más allá de la relación contractual entre un directivo y los propietarios de la empresa.

El crecimiento de la remuneración de los directivos se relaciona con dos ideas que se introducen en la economía a lo largo del siglo XX: a) La empresa debe ser gestionada atendiendo solo a los intereses de sus propietarios: los directivos se deben a quienes les han contratado, porque los demás stakeholders están ya protegidos por sus contratos o por la ley. b) El objetivo de la empresa es la maximización del valor para el propietario, porque bajo ciertas condiciones esto lleva a la maximización del valor económico para la sociedad. 

De este modo, la tarea del directivo es gestionar la empresa de modo que se maximice el valor para el propietario. Ahora bien: si el directivo se mueve por su interés personal, puede actuar en contra de los intereses de los accionistas, en forma de remuneraciones más altas u otras ventajas, para sí o para otros (el llamado problema de la agencia). Urge, pues, alinear los intereses de los directivos con los de los propietarios, es decir, la remuneración de aquellos con los beneficios de estos. La manera más fácil de llevar esto a cabo es remunerarles mediante opciones sobre acciones (stock options).

La remuneración del directivo viene así relacionada con el beneficio, que, de acuerdo con esta concepción, debe ser el objetivo de la empresa y la obligación del gerente. A partir de aquí, a ese directivo que suponemos se mueve por su interés personal, se le plantean dos cuestiones: cómo conseguir un crecimiento sostenido del beneficio, para que los accionistas no se rebelen contra él, y cómo aprovecharse él de ese beneficio.   

Ilustración: DARÍO ADANTI
El crecimiento del beneficio será el resultado, en primer lugar, de una buena gestión de la empresa, utilizando palancas tecnológicas, de innovación, de financiación, etc. Pero también puede venir influido por otros factores, que están en la mano del directivo: por ejemplo, puede transferir rentas de los empleados a los beneficios. En efecto, en muchos sectores el modelo tradicional de empleo para toda la vida, con una remuneración creciente con los años a cambio de la lealtad a la empresa y de la conservación del capital humano, está cediendo ante otro modelo de alta movilidad, oportunidades para los jóvenes, énfasis en la empleabilidad y bajo crecimiento de las remuneraciones. Detrás de estos cambios están causas de carácter tecnológico, así como la aparición de nuevos países competidores y las oportunidades para el outsourcing de empleos, el declive de los sindicatos, los cambios en las políticas sociales y la pérdida de poder de los trabajadores en la empresa. Hay otros medios para conseguir aquel aumento de beneficios: nuevas formas de financiación y de funcionamiento de los mercados financieros, que transfieren riesgo y rentas de unos actores a otros; la desregulación, que externaliza riesgos y reduce costes, transfiriendo rentas de la sociedad a la empresa; las ventajas fiscales, que transfieren rentas de los ciudadanos a la empresa, etc. Y queda, en fin, la recompra de acciones, ampliamente llevada a cabo por los directivos para aumentar el rendimiento para los accionistas, además de medios como la manipulación de la contabilidad u otras actuaciones de dudosa legalidad.

En todo caso, los directivos reciben una parte de esos beneficios acrecidos, primero, porque sus remuneraciones están ligadas a ellos (participación en beneficios, stock options, etc.); segundo, porque en su negociación pueden justificar la eficacia de su gestión por el volumen de beneficios conseguidos, y tercero, porque la opinión pública les atribuye a ellos esos beneficios, lo cual justifica sus demandas de mayores remuneraciones y la amenaza, abierta o encubierta, de provocar una caída del valor de las acciones si abandonan la empresa. Se trata, es verdad, de beneficios a corto plazo, pero esto resulta coherente con el interés de muchos de sus accionistas, la rentabilidad de cuyos títulos se deriva de la evolución inmediata de la Bolsa, no de los beneficios esperados a largo plazo, y también con los intereses de los directivos, cuyas opciones sobre acciones vencen en períodos cortos. 

El beneficio a corto plazo es coherente con el interés de muchos accionistas

El debate no puede separarse de la maximización del valor

Están, finalmente, las medidas con las que los altos directivos protegen sus rentas: la enérgica actuación de las asociaciones profesionales en defensa de sus intereses (por ejemplo, la Business Roundtable en Estados Unidos), las acciones de lobby para reducir la imposición sobre sus ingresos (incluido el tratamiento fiscal de las stock options), el cambio de imagen de la figura del alto directivo (de un experto contratado para gestionar la empresa a un intraemprendedor que identifica y promueve oportunidades de creación de riqueza en la organización), su diferenciación de los demás directivos (como una clase aparte), la minimización del papel de los equipos directivos y el énfasis en la persona de vértice como causa directa de la prosperidad de la empresa y merecedor del reconocimiento y de la riqueza (aplicando la filosofía de las competiciones deportivas, el winner-takes-all), las acciones para proteger su puesto de trabajo o sus ingresos ante opas hostiles (alineando sus intereses con los de los accionistas y los empleados, salvo que sean ellos quienes dirijan la operación de adquisición), etc.

Las elevadas remuneraciones de los altos directivos reflejan, pues, la compensación por un trabajo difícil, exigente, con muchas probabilidades de fracaso, con un gran impacto social y económico, que requiere una cualificación singular y una experiencia compleja, pero también la oportunidad de captura de unas rentas, que pueden estar justificadas o no. En todo caso, la cuestión de la remuneración de los altos directivos no se puede separar de la del paradigma de maximización del valor para el accionista, con lo que tiene de cambio en la concepción de las relaciones entre la empresa, sus stakeholders y la sociedad.