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¿Es Francia un activo para Europa?

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Mayo 2017 / 47

Salvar el proyecto europeo significa volverlo a poner al servicio de la prosperidad compartida. París tiene la responsabilidad de forzar un cambio de rumbo 

Entre el Brexit y el aumento de los nacional-populismos de todo tipo, lo mínimo que se puede decir del proyecto de integración política del Viejo Continente es que está seriamente cuestionado. Sin embargo, nunca había sido tan necesario: los ciudadanos de la Unión Europea no representamos más que el 7% de la población mundial (el 5% en 2050). Y entre Donald Trump y Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan y Xi Jinping, no tenemos demasiados aliados en el mundo. Recuperar la soberanía —es decir, la capacidad de decidir y actuar de forma autónoma— para hacer frente a los retos de este siglo requiere actuar juntos. ¿Podemos imaginar que un Estado miembro, incluso el mayor, pueda conseguir por sí solo la transición energética, responder a las amenazas geoestratégicas y de seguridad o contrarrestar el poder cada vez más exhorbitante de las compañías multinacionales?

Pero ahora, a los ojos de un número cada vez mayor de nuestros ciudadanos, la Unión Europea no expresa un deseo de recuperar la soberanía —ahora compartida—, sino más bien el vehículo de sumisión de los europeos a la globalización neoliberal, aquella en la que el poder del dinero es el que precisamente determina las reglas de juego para su propio beneficio. No se trata de un sentimiento infundado: las desigualdades crecientes analizadas por los economistas Tomas Piketty y Anthony Atkinson son el resultado de decisiones políticas, las que marcan el consenso de la mayoría en Europa desde hace al menos dos décadas.

El triángulo que forman la formulación de políticas fiscales estrictas según normas a la vez procíclicas y carentes de toda base científica, la integración del mercado y la moneda sin una integración fiscal y social, y un sesgo librecambista rotundo  está hecho a medida para asegurar la prosperidad de quienes tienen el capital. No, hacer más ricos a los ricos no beneficia a todo el mundo: la dirección del flujo desafía las leyes de la gravedad: ¡funciona desde abajo hacia arriba!

 

RUPTURA DE LA VIDA EN COMÚN

Salvar el proyecto europeo requiere volverlo a poner al servicio de la prosperidad compartida, lo cual requiere cuestionarse el pensamiento único neoliberal. Pero como sonámbulos culpables, la mayoría de los líderes europeos —la Comisión, el Consejo y el Parlamento— eligen mantener el rumbo para satisfacer las diversas insurrecciones electorales. En este contexto, ¿cuál puede ser el papel de Francia? Después de haber sido el motor de la integración, la pareja franco-alemana parece haber puesto fin a su vida en común después de la época Helmut Kohl-François Mitterrand, durante la cual se establecieron los términos de la reunificación del continente. A lo largo de las parejas Jacques Chirac-Gerhard Schröder, Angela Merkel-Nicolas Sarkozy y François Hollande-Merkel, cuesta identificar la impronta de Francia en las decisiones políticas europeas: hace mucho tiempo que la línea se marca desde Berlín.

La elección de Hollande suscitó muchas expectativas: ¿íbamos por fin a encontrar el contrapeso necesario a la asertividad que Alemania había recuperado? Sólo hubo que esperar a la cumbre de la UE en junio de 2012 para desilusionarse. En contra de sus promesas de campaña, el presidente francés François Hollande ratificó sin ninguna contrapartida real el Tratado para la Estabilidad, la Coordinación y la Gobernanza en el seno de la Unión Económica y Monetaria (TECG). Éste ha encorsetado exageradamente las políticas fiscales de los Estados miembros, imponiendo el principio del equilibrio presupuestario, a pesar de que los tratados y los precedentes de la normativa europea ya contenían suficientes salvaguardias contra posibles abusos (semestre europeo , Six-pack, Two-Pack). 

Si Francia se hubiera negado a respaldar el texto, se habría creado una correlación de fuerzas que podrían haber puesto de manifiesto que Alemania estaba más aislada de lo que parecía en el escenario europeo. Porque los países más pequeños, incluso si están descontentos con el dominio de un Berlín obsesionado con el equilibrio constante de las cuentas públicas, no tienen medios para iniciar un movimiento de este estilo. Francia puede hacerlo, ya que es la segunda mayor economía de la zona del euro, y, por el mismo motivo, la misma razón, no tenía por qué temer una reacción hostil de los mercados financieros.

Los resultados así lo han demostrado. Aunque Francia ratificó el TECG, no cumple con las normas fiscales europeas: aun así, todavía puede pedir financiación en los mercados a tipos muy bajos. Por otra parte, Angela Merkel ha tenido siempre mucho cuidado de no poner a Francia en minoría en el Consejo Europeo, y mucho menos humillarla, lo cual no ha dudado en hacer con países menos poderosos.

 

PARÍS DEBE TOMAR EL CONTROL

El proyecto europeo exige que Francia tome la iniciativa para hacer frente a Berlín creando un nuevo equilibrio de poder que impulse un cambio de rumbo político. El éxito, por supuesto, no está asegurado, ya que el pensamiento neoliberal es dominante entre un buen número de los líderes de los Estados miembros. La iniciativa francesa, obviamente, sería más fácil si en septiembre, los socialdemócratas del SPD ganaran las elecciones parlamentarias en Alemania y formaran gobierno. Pero incluso si Angela Merkel renovara su mandato, Francia debe al menos tratar de atraer a algunos estados miembros, y convertirse en el líder, especialmente respecto de la armonización social y fiscal. Porque si la construcción europea no se reorienta rápidamente en la dirección de una mayor justicia, los votantes se inclinarán todavía más hacia los partidos populistas.

Hacer más ricos a los ricos no ha beneficiado a todo el mundo

París debe batallar por la armonización fiscal y social en Europa

Al mismo tiempo, aquellos que en Francia critican con razón la hegemonía neoliberal en la que encajan la ley El Khomri y las políticas de austeridad que han demostrado ser contraproducentes para el crecimiento no deberían negar que su país necesita reformas estructurales. Las evoluciones económicas y sociales imponen un replanteo profundo del tríptico fiscalidad/seguridad social/organización del mercado de trabajo, como el que propone Benoît Hamon, que trata de integrar también la dimensión ecológica en su proyecto.

El mismo espíritu de reforma podría aplicarse a la organización institucional y administrativa. La descentralización no se ha llevado a cabo en Francia, donde a pesar de la atribución de nuevas competencias a las administraciones locales, parece que no se puede decidir nada importante sin la aprobación de París, mientras que los líderes de los länder alemanes, por ejemplo, no están a las órdenes de Berlín. Una reforma real de un Estado marcado todavía por sus orígenes monárquicos permitiría aligerarlo y hacerlo más eficaz. Sin que sea necesario que una gestión saneada signifique necesariamente la sumisión a las políticas de austeridad. 

 

* LÉXICO

Estabilizadores económicos: mecanismos estructurales que hacen del gasto público un apoyo a  la economía durante los períodos de desaceleración de la actividad y un freno en caso de aceleración. Los impuestos tienden espontáneamente a disminuir al mismo tiempo que lo hace la actividad económica, al tiempo que aumentan las prestaciones sociales (por ejemplo, el subsidio de  desempleo). En cambio, en caso de aceleración de la economía, se da una evolución a la inversa..