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No es inevitable

Resistencia: Estamos a tiempo de rechazar el modelo de sociedad digital que trata de imponer el 'establishment' económico y tecnológico.

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Abril 2022 / 101
No es inevitable

Ilustración
Elisa Biete Josa

Los portavoces del establishment económico y tecnológico aseguran que el despliegue de una nueva ola tecnológica que incluye la robótica, la inteligencia artificial y el Internet de las cosas supondrá el inicio de otra revolución industrial y el tránsito hacia una sociedad digital. Anuncian también que ello cambiará de modo radical cómo vivimos, trabajamos y nos relacionamos unos con otros. 

Es un discurso que no puede aceptarse sin más como inevitable. De entrada porque, a diferencia de lo que resulta obligado para otros cambios de menor entidad, los abanderados de las nuevas tecnologías no consideran necesario someter sus propuestas a ningún tipo de aprobación democrática. Admiten que, como las anteriores, su revolución tecnológica generará ganadores y perdedores. Pero intentan acelerarla con la expectativa de dictar unas reglas del juego que les garanticen acabar en el bando de los ganadores, en tanto que se desentienden de la suerte de los perjudicados, que endilgan a los gobiernos o al resto de la sociedad.

Cuando una sociedad adopta a gran escala una tecnología, suscribe un contrato cuyas consecuencias y daños colaterales solo se manifiestan un tiempo después, cuando ya no es posible dar marcha atrás y solo queda el recurso de aplicar medidas paliativas. La revolución industrial condujo a un aumento exponencial sin precedentes en la creación de riqueza, pero a costa de prácticas de explotación de la naturaleza que han conducido a la actual crisis ecológica y ambiental. Generó tambien grandes desigualdades económicas y conllevó enormes abusos sobre hombres, mujeres y niños que se vieron forzados a convertirse en trabajadores de las fábricas en condiciones inhumanas que tardaron décadas en corregirse.

Los abanderados de las nuevas tecnologías no creen necesario someter sus propuestas a la aprobación democrática

Algo similar aconteció a raíz de la aparición de la World Wide Web a principios de la década de 1990. Instituciones de todos los países apoyaron el objetivo de impulsar una sociedad de la información idealizada en la que todo el mundo tendría la capacidad de obtener y compartir cualquier información, al instante, desde cualquier lugar y en la forma que mejor conviniera. Sin embargo, las redes digitales que tejen el mundo vehiculan hoy mucho más ruido que información relevante, mucha más frivolidad que conocimiento. Dan la voz a quienes difunden mentiras, propagan odio y hacen que sea más fácil cometer todo tipo de crímenes. Quienes en 2009 elogiaban a Barak Obama como un social media president por el modo en que usó las redes sociales para apoyar su candidatura no imaginaron que años más tarde Donald Trump convertiría esas mismas redes en instrumento de sus políticas.

Los hechos han desmentido también a quienes auguraban que la organización en red llevaría a descentralizar y democratizar la innovación, la economía y las instituciones. Porque Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft acumulan cuotas de riqueza y poder solo comparables a las de los grandes industrialistas norteamericanos de principios del siglo XX. No solo eso. Como Shoshana Zuboff ha descrito de modo exhaustivo, las redes están siendo un instrumento para la erosión de la privacidad y el enriquecimiento de quienes se dedican a la construcción deliberada de un capitalismo de vigilancia.

Autodefensa intelectual

No hay, pues, por qué aceptar el discurso de quienes proclaman como natural una evolución exponencial de las tecnologías digitales. Tampoco el de quienes consideran inevitables los daños colaterales que sufrirán quienes no sepan adaptarse al tránsito hacia la sociedad digital y acaben marginados en el bando de los perdedores. Sus discursos tecnocéntricos e inhumanos se pueden combatir con prácticas de autodefensa intelectual como las recomendadas contra las ideologías que reducen realidades complejas a marcos mentales simples. Y hay que empezar por tomar conciencia de que hay un relato deliberado y artificial que difunde falsas verdades en torno a las tecnologías de lo digital.

Una de ellas es la referencia sistemática al impacto social de las tecnologías. Se trata de una metáfora engañosa porque induce a pensar en las nuevas tecnologías como si se produjeran de forma espontánea o provinieran del exterior de la sociedad. Sirve así para velar las responsabilidades de personas, empresas e instituciones que conciben, desarrollan, difunden y utilizan las tecnologías en función de intereses que no siempre coinciden con el interés general. 

Como individuos y como ciudadanos tenemos la elección de resistir o aceptar las consecuencias

La metáfora del impacto se utiliza, además, para ocultar las ideologías subyacentes a la evolución actual de las tecnologías digitales. Como la que identifica el crecimiento económico con el progreso. Como la que justifica confiar el futuro de la tecnología y de su inserción en la sociedad a los designios de la mano invisible del mercado. Manuel Castells avisó hace más de dos décadas de que el concepto de sociedad de la información era inespecífico y engañoso y que la sociedad informacional desplazaría a la industrial al ser más eficiente en la acumulación de riqueza y poder. Su pronóstico, que es igualmente aplicable al tránsito hacia la sociedad digital, apunta a la ineficacia de la política y de las instituciones para evitar que esa acumulación injustificada haya tenido lugar del modo en que lo ha hecho y que ahora se intenta perpetuar. Revertir esta situación requiere una acción colectiva que aborde el futuro de las tecnologías conjuntamente con la redefinición del capitalismo y de los procesos democráticos. No será fácil, pero no es imposible. Aprendamos de las precedentes.

El libro No es inevitable, del autor de este artículo, editado por Alternativas económicas, estará disponible a finales de abril.


Karl Polanyi argumentó en La gran transformación que el capitalismo industrial trata el trabajo, la naturaleza y el dinero como bienes ficticios, ya que en su origen no estaban destinados a la venta. La explotación laboral y la crisis ecológica y ambiental son consecuencias directas de esta ficción. El capitalismo digital incorpora ahora las ideas y la atención de las personas a ese catálogo de bienes ficticios. El uso masivo y acrítico de los buscadores, las redes sociales y los servicios de satisfacción inmediata están permitiendo un triple asalto explotador a tres abributos clave de la naturaleza humana: el pensamiento, los sentimientos y la voluntad. Tampoco el éxito de esta agresión es inevitable. Pero requiere una actitud de resistencia íntima como la propuesta por el filósofo Josep Maria Esquirol, un refuerzo de la conciencia individual que es, a la vez, un prerrequisito para la acción colectiva. Como individuos y como ciudadanos tenemos la elección de ponernos a ello o de atenernos a las consecuencias.