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Derechos y digitalización

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Diciembre 2019 / 75

Hay que intervenir en la nueva realidad del trabajo para blindar la negociación colectiva, el salario mínimo y la protección social.

La digitalización de la economía, las plataformas y sus efectos sobre el mundo del trabajo constituyen uno de los temas estrella de opinión y debate estos días entre academia, sindicatos y, por supuesto, los empresarios que participan de esta transformación del trabajo y que tratan de imponer un modelo determinado.

El conflicto entre riders (repartidores) y plataformas de reparto es, seguramente, el más famoso y visible, en parte porque se encuentra inmerso en un conflicto jurisprudencial y, en parte, porque son fáciles de detectar, ya que es frecuente verlos ir en bici por nuestras ciudades con sus mochilas a la espalda. Sin embargo, el trabajo de los riders representa un parte muy pequeña de la llamada economía de plataformas, si tenemos en cuenta que en España el 17% de las personas en edad de trabajar lo hacen a través de una plataforma, al menos, una vez por semana. 

Estamos ante una nueva realidad del mundo del trabajo que, en ocasiones, aplasta los derechos laborales, sociales y sindicales, y en la que debemos intervenir para garantizar elementos como la negociación colectiva, el salario mínimo o la protección social.

El capitalismo siempre ha querido eliminar el coste social del trabajo

Volvemos al trabajo a peonadas, la paga por día o a destajo

Sería ingenuo pensar que esta nueva realidad —llena de microtrabajos, trabajos a demanda, por proyectos o trabajos esporádicos que complementan rentas— se dan siempre bajo la figura del falso autónomo o de forma precaria. La realidad es que encontramos que hay autónomos que ni son, ni quieren ser laborales, hay quien quiere ser laboral y encuentra en el autoempleo la única forma de acceder a un trabajo y por supuesto hay muchos falsos autónomos. 

ASIMILAR DERECHOS

Ante esta nueva situación, ¿qué podemos hacer para proteger realidades que tienen un estatus jurídico diferente (laborales-autónomos)? Una respuesta podría ser asimilando al trabajo autónomo determinados derechos de los que sí gozamos en el trabajo por cuenta ajena (desempleo, enfermedad o jubilación) , modificando su cotización, que pasaría de ser una elección del trabajador a establecerse en función de sus ingresos reales. Todo esto sin alterar su condición jurídica, ya que ésta la determina la relación de autonomía o ajenidad en el trabajo y no el número de derechos que tiene —aquello que decía el viejo Karl Marx de la propiedad de los medios de producción—. Me explico: la propuesta que gana enteros para solucionar el conflicto de los riders es introducir la figura del “autónomo digital” y que no es ni más ni menos que hacer extensivos algunos derechos individuales del ámbito laboral a los riders, a cambio de negar la condición de laboralidad y cualquier derecho colectivo. Esto permite evidenciar perfectamente la pretensión oculta en esta cuestión y que es una vieja reivindicación del capitalismo: la eliminación para la empresa del coste social del trabajo, de los derechos colectivos y de los momentos improductivos del trabajo. 

En la actualidad, la tecnología permite conectar perfectamente la oferta con la demanda de trabajo, haciendo coincidir de pleno el tiempo de trabajo efectivo con la jornada y consigue eliminar o externalizar el coste del tiempo improductivo: desaparece la hora del bocadillo, no hay bajas, ni siquiera bajadas de producción. Esto significa rentabilizar al máximo cada unidad de capital invertido en el trabajo y representa de facto trasladar el riesgo de la actividad empresarial a las espaldas de los trabajadores. Además comporta someter el trabajo únicamente al criterio del mercado de oferta y demanda —como si fuese una mercancía— y si el trabajo ya tiene en sí mismo una condición innata de explotación, hacerlo en estas condiciones y sin contrapeso de la negociación colectiva significa la eliminación del derecho colectivo del trabajo. 

 

UN MODELO INJUSTO

Estamos delante de una deconstrucción de las relaciones laborales donde, bajo un relato de cambio tecnológico, se vuelve a prácticas del siglo XIX, como el trabajo a peonadas, la paga por días o el destajo. Todo se orienta hacia la competitividad entre trabajadores, lo que convierte la necesidad de las personas en un factor de competitividad entre ellos mismos. Sin cambios en el modelo la situación derivará a un modelo laboral y social injusto, en la que siempre existirá una persona con más necesidades dispuesta a trabajar más por menos dinero y con menos derechos. 

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

Si analizamos los cambios en el trabajo autónomo, en primer lugar hay que decir que el trabajo por cuenta propia actualmente no es en absoluto como hace una década. El discurso neoliberal —con la utilización o expresiones como “eres un emprendedor” o “trabaja cuando quieras, como quieras y donde quieras”— ha hecho que a menudo se identifique el trabajo por cuenta ajena como vertical o rígido y el trabajo por cuenta propia como horizontal y flexible. La realidad es distinta, ya que muchas de las actividades en el ámbito del trabajo autónomo se desarrollan en condiciones precarias y a veces rozan la autoexplotación, porque lo que en realidad determina la soberanía laboral no es tu relación jurídica con el trabajo, sino tus necesidades materiales que te obligan a trabajar.


EL FIN DEL ESTADO DE BIENESTAR

La dificultad para prever el volumen de trabajo, la inexistencia de un salario mínimo o de una jornada máxima, la imposibilidad de caer enfermo o más bien de tener protección en la incapacidad temporal, las dificultades para gestionar cobros y el propio sistema de cotización hacen que el trabajo por cuenta propia disponga de una casi inexistente protección social y, en consecuencia, que haya aparecido a su alrededor toda una industria de soluciones digitales que reproducen los derechos asimilados al trabajo por cuenta ajena y la protección social —obviamente desde el ámbito privado y con ánimo de lucro— denominado como WorkerTech. Estamos hablando de mutualidades de previsión social, de accidentes de trabajo, asesorías jurídicas, protosindicatos, una especie de seguridad social totalmente privada y digital. Otro de los grandes sueños húmedos del capitalismo cumplido: acabar con el Estado de bienestar. 

Hay autónomos que lo quieren ser y quien se autoocupa por necesidad

El discurso neoliberal identifica asalariado con trabajo vertical y rígido

Las plataformas quieren trasladar el riesgo a los trabajadores

La transición en el ámbito de la digitalización es uno de los principales retos de nuestra sociedad y su implantación no es neutra en absoluto. La tecnología no es buena o mala en sí misma, sino el uso que hacemos de ella. No podemos dejar que la digitalización de la economía se imponga desde una perspectiva determinista, ni que tenga como único objetivo el de perfeccionar el capitalismo. Este proceso puede y debe ser gobernado, poner el avance en la ciencia y la tecnología al servicio de las personas, no al revés.

El sindicalismo, y las CC OO en concreto, tenemos claro que no vamos a tener un papel subalterno en esta transformación del trabajo y, por supuesto, no vamos a dejar que sea la jurisprudencia la quen determine su devenir. Nuestro papel a lo largo de la historia ha sido articular los derechos por la vía de la organización y la gestión del conflicto, y así queremos que siga siendo.