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La explotación laboral

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Mayo 2017 / 47

El mundo del trabajo retratado con escasos medios, pero con mucho talento

Un fotograma de la película de Macian.

La mano invisible, película cooperativa dirigida y producida por David Macian, basada en la novela del mismo nombre de Isaac Rosa, por fin verá la luz en los cines a partir del 28 de mayo. Después de años de lucha por conseguir financiación, miles de pequeños mecenas hemos hecho posible que este largo se estrene en gran parte de España, a pesar de las dificultades que tienen los productores con pocos medios entre la jungla de la distribución cinematográfica.  

La película, hecha con pocos medios, pero con mucho talento, describe de forma intensa y magistral escenas surrealistas del mundo del trabajo, frente a un público que asiste aturdido al devenir de la simple alienación laboral que nos invade en este siglo. El lugar del rodaje, una vieja nave industrial en Madrid, se convierte en plató improvisado del experimento de una extraña empresa que contrata a un número de profesionales de gremios tan dispares como carniceros, mecánicos, teleoperadoras, camareros, albañiles, informáticos, limpiadoras, para que realicen trabajos repetitivos y absurdos, como levantar paredes de ladrillos para luego demolerlas, o deconstruir coches para luego volver a montarlos. 

La película está diseñada como una concatenación de escenas que representan tediosas jornadas laborales, sólo alteradas por los cambios unilaterales de las condiciones de trabajo, mayor producción sin alterar el salario, que muestran con brillante realismo la desafección de los nuevos trabajadores por la lucha obrera que antaño fue un ejemplo. Los conatos de huelgas o mínimas protestas son aplacados, curiosamente, tanto por algunos de los trabajadores más veteranos, como el brillante carnicero, o el propio público asistente al show, que protesta al cesar el monótono devenir del tiempo en un mundo cercano del de Orwell. 

Esta forma de muerte lenta, contrasta con las promesas que vierte la empresa al realizar las entrevistas para la contratación de estos personajes. El trabajo ya no dignifica a las personas, no contribuye al desarrollo, ni socializa, y tampoco responde a la máxima aquella que decía que,” de cada uno según su capacidad, y a cada uno según su necesidad”. Esta lógica se rompe al constatar que sólo un salario de miseria, en una vida vacía, mantiene a esta pléyade de profesionales sujetos a un contrato absurdo, dentro de una empresa absurda. También hay espacio para los tics machistas, clasistas y xenófobos, el carnicero buscando que un ser inferior le acerque los animales para ser partidos, lo que genera un choque entre el ciudadano negro y el resto, pero también con la limpiadora que debe multiplicar su actividad. 

La sórdida realidad laboral basada en precariedad, explotación, miedo a exigir tus propios derechos y abandono de la colectividad, son los grandes mitos que flotan en el ambiente durante toda la película en la que apenas sabemos nada de los personajes, algo que el autor deliberadamente intenta y lo consigue. De hecho, el principal objetivo del autor de la narración, y que el director logra con presteza, es describir un concepto: el trabajo. La plasmación narrativa de un concepto exigía una destreza fuera de lo común. Eludir la monotonía al describir una y otra vez actos repetidos, ser tan preciso al nombrar las piezas de un motor como las diferentes clases de cuchillos en una sala de despiece, han requerido una escritura minuciosa y a ratos brillante.

La película, que ya ha sido presentada en festivales nacionales e internacionales, demuestra que la cooperación y el apoyo de la sociedad civil es esencial para poder narrar con libertad y rigor aquellos derechos que se nos están robando en aras de la maldita frase de Adam Smith: “La mano invisible”.