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El círculo vicioso de la desigualdad

La maternidad es el momento clave en que se profundiza la brecha. Son ellas quienes están menos disponibles en el trabajo y ellos los que se ocupan menos de las tareas del hogar. 

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Marzo 2017 / 45
El círculo vicioso de la desigualdad

Ilustración
Perico Pastor

La Universidad de Yale llevó adelante un estudio en el que 127 profesionales, hombres y mujeres, de grandes universidades —profesores de física, química y biología— evaluaban un currículo para cubrir un puesto científico de una persona joven. Era el mismo currículo sólo que le cambiaban el nombre. En el 50% de los casos, el aspirante se llamaba John; y en el otro 50%, la aspirante se llamaba Jennifer.  Los resultados fueron esclarecedores. El puesto lo obtenía John más veces que Jennifer, y preguntados por cuánto pagarían, ella merecía ganar un 17% menos que él.

Los prejuicios vienen de lejos, son complejos, pero están directa e implícitamente relacionados con la maternidad.

Mónica de Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, afirmaba hace poco que ella misma, aun siendo mujer, preferiría contratar a mujeres que no vayan a tener hijos. Basaba su opinión en que “esa protección de la mujer la desvincula del alineamiento con los intereses de la empresa”.  Se refería no sólo a bajas maternales, sino también a la no dedicación a tiempo completo (o más) a la empresa.

Las economistas feministas entienden que la premisa es esa. “La asignación social de papeles de género respecto a las responsabilidades del cuidado familiar no impactan exclusivamente sobre las madres”, dice Bibiana Medialdea, profesora y doctora en Economía, en el estudio Discriminación laboral y trabajo de cuidados: el derecho de las mujeres jóvenes a no elegir. “En realidad, la lógica asociación entre sexo femenino y menor disponibilidad para el empleo que se deriva de la división sexual del trabajo resulta en discriminación sobre todas las mujeres, que aparecen en el mercado laboral con el estigma de ‘menos disponibles”.

Pero la división del trabajo es la que es. Las mujeres son las que en general están menos disponibles para la empresa cuando son madres: son ellas las que mayormente se piden las reducciones de jornada (véase el  gráfico). Las mujeres acortan su tiempo laboral al llegar a la treintena, cuando tienen hijos. Pero no es un asunto sólo español. En otros países aparentemente muy avanzados en cuestiones de igualdad, como Dinamarca —donde las políticas dan mucha más posibilidad de conciliación—, si bien el 70% de las mujeres trabajan, el 35% de ellas lo hacen en jornadas reducidas. Por eso, entre otras cosas, las mujeres tampoco ocupan altos cargos en las principales empresas danesas (véase la entrevista).

Medialdea señala los motivos por los que las mujeres y los hombres deciden solicitar una jornada reducida (véase el  gráfico). De treinta a treinta y cuatro años, la edad promedio de la maternidad, ellas aducen cuidados y responsabilidades familiares. En el caso de los hombres, ese motivo solo afecta al 3,3%. Según la EPA, las mujeres de esa edad que directamente no trabajan aducen, en un 77,9%, “labores del hogar”


MADRES DESIGUALES

Medialdea explica cómo la desigualdad en el empleo surge y se consolida al final de la  juventud. “El análisis de algunos indicadores claves señala que los primeros años de la treintena ejercen un papel decisivo en la especialización de hombres y  mujeres  en  el  mercado laboral y el trabajo de cuidados,  respectivamente (...) mientras que los jóvenes  varones siguen incrementando su tasa de actividad las mujeres comienzan a reducirla a partir de esos años. La diferencia entre tasas de actividad se sigue ensanchando a lo largo  de la vida laboral, pero en esos años cruciales se sitúa el punto de inflexión en el que hombres y mujeres inician caminos laborales divergentes (...) que determinan una trayectoria futura de menores ingresos y derechos”.

El asunto comienza en el sistema tal como está planteado, sin tener en cuenta a los niños. Las jornadas laborales ya de por sí están muy lejos de equipararse a las jornadas escolares. Siempre hay un tiempo entre que el niño sale de la escuela y los padres del trabajo en que alguien se tiene que ocupar de él. Las horas no encajan. Si los dos trabajan ocho horas y no pueden disponer de los abuelos (las mujeres cada vez tienen hijos más tarde, y los abuelos son mayores y tienen menos disponibilidad), el único recurso que poseen para no tener que contar con alguna reducción de jornada es tener dinero suficiente para pagar a una tercera persona, por lo general una mujer inmigrante. Esto es lo que el estudio del IGOP/Funcas Empleo y maternidad: obstáculos y desafíos a la conciliación de la vida laboral y familiar define como desigualdad transnacional: “A medida que los patrones de empleo de las mujeres se equiparan con los de los hombres, la división del trabajo reproductivo es cada vez más transnacional, dando paso a una nueva dimensión de la desigualdad por razón de género”.

Por supuesto, y como destacaba la presidenta del Círculo de Empresarios, cuanto más alto es el puesto, más dificultad tiene la conciliación con la vida personal. Escalar a puestos de liderazgo, mejor reconocidos y mejor remunerados, no sólo obliga a trabajar a tiempo completo, sino —antes y durante— que comporta también horas extras, cenas de empresa, conferencias, reuniones de contactos, encuentros, etc., en horarios siempre postescolares. Tal como está planteado el sistema, incluso en espacios supuestamente progresistas, los horarios de las actividades están abrumadoramente reñidos con los cuidados, y especialmente con los cuidados de los más pequeños, que llevan otros ritmos vitales.

Esta situación es como la de un pez que se muerde la cola. Cuanto más se separen esas mujeres de sus trabajos, y de esos entornos, menos posibilidades tendrán, más difícil será acceder a puestos de responsabilidad y estarán peor remuneradas. En una economía familiar de clase media o baja en la que la pareja, sin ser machista, evalúe racionalmente quién pierde menos dinero, las cuentas serán tan fáciles como sumar dos más dos. Ellas serán casi siempre las que ganen menos y a las que pese menos perder. Serán las más indicadas a la hora de elegir entre uno y otro para el cuidado de los hijos.


DESIGUALDAD EN EL HOGAR 

“A veces tengo la sensación de que cuando suena el despertador por la mañana (si no me despierta antes mi hijo), es como si sonara el pistoletazo de salida en una carrera maratoniana”, dice la declaración de una madre en el primer estudio sociológico de la asociación Yo no renuncio, ligada al Club de las Malas Madres, que lucha por la conciliación. Así se sienten: “Mi vida depende de un reloj (...): trabajo en la oficina ocho horas sin parar (…) y cuando por fin puedo cerrar el ordenador, salgo corriendo para recoger a mi hijo, abrazarlo, llevarlo al parque (…) Después de tanta euforia hay que meterlo en la bañera, darle de cenar, distraerlo con algo  (...), meterlo en la cama.  Ahora me toca cenar a mí con mi marido, porque, si no fuera por él, me metería en la cama con sólo una manzana en el estómago (…)”. 

Muchos encuentros profesionales no tienen en cuenta los cuidados

Las mujeres están más ocupadas y más cansadas que nunca

Esta encuesta refleja no sólo el cansancio, sino también los miedos, las culpas y las reprimendas de una sociedad que carga sobre las mujeres sin ofrecer nada a cambio. Además de cumplir con las tareas, tienen que estar bonitas, depiladas, etc. Y puede que sean juzgadas más por su figura que por su trabajo.

La doble jornada laboral de las mujeres se ha llevado por delante no sólo el tiempo para descansar, sino incluso, y según ya indican muchos estudios, la salud física. Las mujeres, que hoy mueren por problemas cardiovasculares más que los hombres, toman igualmente más pastillas (antidepresivos, ansiolíticos, antihipertensivos, etc.) que ellos. Amen de que si llegan a querer un divorcio, en muchos casos se lo tienen que pensar porque el dinero de ambos tiene que alcanzar para dos viviendas.

Hasta que en casa las tareas no sean repartidas, es difícil que la igualdad pueda hacerse real en ningún otro aspecto. Según la última encuesta de empleo del tiempo libre, del INE, publicado en 2011, en su conjunto las mujeres dedican cada día dos horas y cuarto más que los hombres a las tareas del hogar.

Las madres que peor lo tienen son las que trabajan por cuenta ajena o autónomas; es decir, tal como está el mercado de trabajo, cada vez más mujeres. Las autónomas destinan 16 horas y 6 minutos a la carga total de trabajo; es decir, 7 horas y 36 minutos al trabajo remunerado, 6 horas y 12 minutos al cuidado de los hijos y 2 horas 18 minutos a las tareas domésticas. “Finalmente, al cuantificar el tiempo libre disponible (sin contar las horas de sueño) la mujer trabajadora por cuenta ajena o autónoma dispone de 54 minutos de media de tiempo libre al día”.

Tener un salario más alto en casa no es sinónimo de igualdad en el hogar (véase el gráfico). Las mujeres que ganan menos dinero que sus maridos trabajan en casa el 71% más que ellos. Las que ganan más que ellos, igualmente trabajan en casa el 68% más.

 

DESDE EL NACIMIENTO

Para aliviar la brecha de género es imprescindible, según las economistas feministas, un trabajo integral, que tanto involucre a la mujer en los puestos de trabajo remunerado, como a los hombres en los trabajos de cuidados. Y que incluya los horarios de los niños (los vitales y los escolares, al nacer y durante el período escolar, de dependencia) como una parte básica para definir políticas de horarios laborales y apoyos estatales a las familias. 

En España, ya al momento del nacimiento comienzan los problemas. Se dan a la madre cuatro meses, mientras que al padre (y eso que se ha logrado ir aumentando) un solo mes. 

La doctora en economía Carmen Castro y la investigadora sobre el impacto de las  políticas públicas en la igualdad de género  María Pazos escriben juntas el artículo Parental Leave Policy and Gender Equality In Europe, en el que mencionan la importancia de ese primer contacto con el niño en la relación futura que tendrá la pareja en casa a la hora de definir a quién le corresponde hacer qué.

La primera infancia “establece ligamientos emocionales con el niño; genera patrones de comportamiento de género en los cuidados entre hombres y mujeres, e influye la forma en que las responsabilidades de cuidados se ubican entre familias y amigos”, explican. Cuando se encargan ellas desde el principio, ellas saben mejor que ellos cómo funcionan los niños, qué necesitan cuando lloran, cuáles son los pañales que les van bien y cómo hay que cortarles las uñas. Ellas comienzan con un vínculo distinto.

Castro y Pazos hablan de lo que se llama Parental Leave Equality Index (PLEI), un índice que mide la eficacia de las políticas de igualdad en la baja parental. Los estudios europeos “sugieren que una larga mayoría de hombres toman las bajas cuando son no transferibles y bien pagadas”. Pero “los resultados indican que aun cuando la baja por nacimiento en Islandia está cerca de la equidad, ningún país ofrece bajas iguales, intransferibles y bien pagadas para el padre y la madre. Esto sería una precondición para la igualdad de hombres y mujeres en el cuidado de los hijos”.

María José González, Marta Domínguez y Pau Baizán agregan algo más en Cuidado parental en la infancia y desigualdad social: un estudio sobre la Encuesta de Empleo del Tiempo en España: ¿qué ocurre cuando se termina la baja por maternidad? “En el contexto español, las posibilidades de externalización del cuidado de los menores de tres años dependen de los recursos económicos de las familias para costearse los centros de educación infantil, dado que la oferta es altamente deficitaria, o de la disponibilidad de redes informales”.

Nada cambiará hasta que los hombres hagan más trabajo en casa

Para la igualdad se piden bajas paternales iguales e instransferibles

"Tanto las políticas de empleo españolas como las europeas estimulan activamente el tiempo parcial femenino como mecanismo de conciliación para las mujeres”, agrega Medialdea, “lo cual consolida esa nociva dualidad sexual del mercado laboral que hemos analizado. Por otro lado, la inexistencia de servicios públicos suficientes que garanticen una adecuada atención a la infancia y a la población dependiente, también opera a favor de la división sexual del trabajo y en contra, por tanto, de la igualdad económica”.

“Un empleo en condiciones de igualdad sólo es posible si se basa en jornadas que permitan a todas las personas hacerse cargo de sus responsabilidades familiares y acceder a ingresos y derechos que garanticen una vida digna y autónoma. Jornadas más cortas a tiempo completo (sin reducción salarial) y eliminación de los estímulos a la contratación a tiempo parcial, son medidas necesarias en este sentido”, culmina.