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El fin del trabajo no está a la vuelta de la esquina

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Abril 2017 / 46

La renta universal ayudaría a paliar los daños de la escasez de empleo, pero a riesgo de ensanchar la brecha entre los sectores privilegiados y desfavorecidos de la sociedad

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

El empleo y el trabajo centran el debate entre partidarios y adversarios de la renta básica universal. El empleo, porque los primeros avanzan que, en los próximos años, cada vez será más escaso y más precario. La renta universal sería, entonces, una especie de salvavidas tranquilizador. Los segundos responden que el trabajo, como actividad remunerada, desempeña un papel fundamental: proporciona a cada individuo una identidad social, un papel y una utilidad reconocidos. Se es médico, profesor u obrero. 

De acuerdo, dicen los partidarios de la renta universal ¿pero no es un argumento un tanto reduccionista, por no decir exagerado? Todo individuo dispone de más cartas en su juego personal, algunas tan importantes como el trabajo: es cinéfilo, deportista, madre de familia, creyente… Habría llegado la hora de salir de la sociedad del trabajo, o al menos de relativizarlo, para que cada uno pueda organizar su tiempo como le parezca en lugar de tener que buscar u ocupar un empleo que no le interesa.


PARO MASIVO

Hace más de cuarenta años que Francia sufre de un paro masivo. Políticos de todas las tendencias, economistas, empresarios, sindicalistas nos dicen que no se trata de una fatalidad, que podemos volver al pleno empleo. Pero, manifiestamente, sus recetas no parecen ser las correctas. En lugar de mejorar, la situación empeora. De 1974 a 2016, el número de parados se ha multiplicado por cinco, e incluso por siete si se tiene en cuenta a las personas desanimadas a las que les gustaría tener un empleo pero han dejado de buscarlo. Y no contento con ser cada vez más escaso, el empleo se deteriora: los trabajos a tiempo parcial se han multiplicado por cuatro y los temporales por diez. Julien Dourgnon, partidario de la renta universal, habla de “la irresistible ascensión de la precariedad” .

Pero la cuestión fundamental es la relativa a la evolución futura. El ritmo del crecimiento económico —principal vector de la creación de empleo— no ha dejado de disminuir desde la década de los años 1960 y parece dudoso que vaya a recuperarse. Ello se debe a razones coyunturales (desendeudar una economía dopada por el crédito es un factor de freno importante), lo que constituye más bien una buena noticia para un planeta intoxicado por un crecimiento mortífero. Pero también a una razón estructural pronosticada por Robert Gordon, un reputado economista estado-unidense: la oleada digital cambia el modo de vida pero no hace que avance la productividad, pues afecta sobre todo a los bienes de consumo (el  smartphone, Internet) y no a la producción, o a investigaciones innovadoras (el coche sin conductor, la ingeniería médica). Y si no aumenta la productividad, los salarios no aumentan, lo que impide el efecto de goteo (trickle down), es decir, la circulación del aumento del poder adquisitivo de unos hacia otros a través de un mayor consumo. Los únicos que se enriquecen son los felices ganadores de la carrera en pos del tesoro digital —Google, Apple, Facebook, Amazon, Uber…—, que se quedan con la mayoría del botín mientras aumentan las desigualdades.

Larry Summers (ex secretario del Tesoro de Estados Unidos) ha ido incluso más lejos y habla de un “estancamiento secular”, término formulado inicialmente en 1939 por Alvin Hansen, presidente de la influyente Asociación de Eonomistas Estadounidenses.  Summers sugiere que, a semejanza de la Gran  Depresión  iniciada en 1929, sobre la que sólo triunfó la Segunda Guerra Mundial, el paréntesis de la Gran Recesión (como  se conoce en Estados Unidos la crisis de las hipotecas subprime) va a tardar en cerrarse… si es que se cierra. Todo ello nos aboca a un futuro poco ilusionante. Por eso hay que establecer la renta universal, dicen sus partidarios.

¿Pero es tan evidente? En primer lugar, las pesimistas previsiones sobre el empleo que pronostican unos las contradicen otros. La realidad es que no sabemos si el futuro dará la razón a Robert Gordon o a Jean Tirole (que sostiene la tesis optimista de un crecimiento liderado por la revolución digital). Es cierto que dicha revolución hace que muchos empleos desaparezcan (en el sector de la prensa escrita, por ejemplo), pero también que surjan muchos otros, como demuestra el hecho de que, en la mayoría de los países de la OCDE, el club de los países capitalistas desarrollados, el empleo sigue creciendo, aunque a velocidad reducida.


EL EMPLEO SE TRANSFORMA

Así, en Francia se crearon más de 200.000 empleos en 2016, a pesar de la debilidad del crecimiento del PIB (1,1%). Además, el trabajo compartido, tan criticado por los adalides del crecimiento, no es ninguna locura: la única dificultad es lograr compartir el gasto de modo que no perjudique ni a las empresas ni a los asalariados. La lección que hay que sacar de la jornada de treinta y cinco horas es que para conseguir algo es mejor la negociación que la ley. El éxito de la renta universal exige, sin embargo, enormes cambios fiscales y sociales que son más difíciles de digerir. A pesar de lo que digan sus partidarios, su elevado coste puede desembocar en un desmantelamiento parcial de la protección social. Como dice el proverbio, “más vale pájaro en mano que ciento volando”.

No hay duda de que el paro es muy considerable e inquietante. La crisis de las subprime y, a continuación, la austeridad impuesta por Bruselas tienen mucha culpa. Pero su aumento esconde una realidad demasiado desconocida: la profunda transformación de nuestro sistema económico. Entre 2007 y 2015, el  nivel de empleo en Francia casi no ha cambiado. Por el contrario, el número de los trabajadores menos cualificados ha descendido en 900.000, mientras que el número de cuadros, profesiones intelectuales, profesiones intermedias aumentaba en 1,1 millones. Ahora hay casi tantos cuadros, profesionales intermedios e intelectuales como obreros. 

La renta básica podría deteriorar la red de protección social

Fomentar el trabajo compartido es una opción más sencilla

No olvidemos que las mujeres se liberaron gracias al trabajo

En 2015, el índice de paro de los jóvenes sin diploma o sólo con educación secundaria que han salido del sistema educativo en los últimos cuatro años es del 51,4 %, 15 puntos más que en 2007. Para los que tienen un título superior es de 11,6 %, tres puntos más que en 2007. Esto no tiene demasiado que ver con la escasez de empleos, pero sí con una cualificación deficiente. Esos son los problemas a los que tenemos que enfrentarnos de manera prioritaria, y sus soluciones son más sencillas y menos costosas que la renta universal. Se denominan formación, acompañamiento y protección del empleo.


EMANCIPACIÓN Y COHESIÓN SOCIAL

Con el trabajo compartido se matarían dos pájaros de un tiro: ampliaría el campo de posibilidades creando empleo y reduciendo la jornada laboral a favor de otras actividades. En cierto modo, disminuiría el peso excesivo que el empleo tiene en los trabajadores en nombre de la productividad y del beneficio, sin perder por ello su papel de vector de autonomía, de socialización, de participación en la obra común: es esencialmente a través del empleo como cada individuo, en nuestra sociedad, adquiere dignidad, integración y consideración social.

Ese era el punto de vista de André Gorz en Los caminos del paraíso (1983) antes de abandonarlo por lo que Robert Castel denominaba los “callejones sin salida de la renta básica”. En la Metamorfosis del trabajo, búsqueda del sentido : crítica de la razón económica (1988), André Gorz citaba, sin embargo, a Hannah Arendt, que temía como a la peste la evaporación del empleo: “Nos encontramos ante la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir, privados de la única actividad que les queda. Es imposible imaginar algo peor”.

Sin duda no es lo peor,  pero sí poco satisfactorio:  la renta universal limitaría los daños, pero a cambio de un aumento de la fractura ya visible e inquietante entre los in, brillantes y dominantes, y los out, despreciados y relegados. No olvidemos que las mujeres se liberaron gracias al trabajo.