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El gran dilema

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Diciembre 2020 / 86

Ilustración
Andrea Bosch

La espiral de crisis y deuda complica el negocio bancario y obliga a elegir la respuesta: ¿menos bancos y grandes o más finanzas éticas? 

Joe Biden, el próximo presidente de EE UU, sabe qué es una crisis financiera global. Se enfrentó a la era post-Lehman cuando era vicepresidente de Barack Obama. Y junto con muchos jefes de gobierno declaró su compromiso de combatir los profundos males de las finanzas. Y 12 años después, volviendo a la Casa Blanca, encontrará un marco financiero en el que muchos de los problemas no han sido resueltos.

La deuda mundial supera el 320% del PIB agregado, alrededor de 270.000 billones de dólares. La explosión de la burbuja de la deuda privada tras la crisis de 2008 no condujo a una reducción del apalancamiento financiero (que mide la relación entre la deuda y capacidad de ingresos), uno de los principales objetivos de los gobiernos. En lugar de ello, hemos sido testigos de un desplazamiento de la deuda desde el sector privado, los hogares y las empresas, hasta el sector público, con los gobiernos obligados a encontrar recursos para los rescates bancarios o (más raramente) para políticas de apoyo al empleo.

Los países que más han sufrido las repercusiones de la crisis financiera son los mismos en los que este desplazamiento fue más evidente, empezando por España, donde la ratio entre deuda del sector privado y PIB pasó del 225% en 2008-2011 al 150% a finales de 2019 (-34%).

En países que han cambiado tan abruptamente su estructura de distribución financiera, el crédito ha relajado su función de apoyo a la economía real. Como ilustra el último informe de estabilidad financiera del Banco de España, entre 2010 y finales de 2019 el crédito a hogares y empresas en España se ha reducido en un tercio.

El objetivo de reducir la "burbuja" del sobreendeudamiento, que había expuesto a la sociedad española a una elevada fragilidad y que estalló con la crisis de 2008-2012, está desembocando en un resultado muy crítico en términos de otorgación de crédito, con riesgos de exclusión financiera en grandes partes de la población y las empresas.

Según los últimos datos disponibles (2019 para 2017), el 53% de los hogares españoles están endeudados, un dato que va en aumento (+8% desde 2014): casi todo este crecimiento (alrededor del 90%) se concentra en los tres quintiles inferiores de la distribución de los ingresos.

Al mismo tiempo, el valor de la deuda mediana (crédito puesto a disposición por el sistema bancario) pasó de 47.000 a 35.000 euros entre 2014 y 2017 (-26%). También en este caso, con una importante concentración del fenómeno en quintiles inferiores (-70% de crédito disponible para el quintil más bajo).

El hogar endeudado medio en España dedica el 16% de sus ingresos a la amortización de préstamos (incluyendo principal e intereses). Quienes dedican más del 40% de sus ingresos al pago de deudas representan el 10% del total de deudores, pero son el 31% de los hogares más pobres.

Para uno de cada cinco hogares (21%) la deuda representa más del 75% de la riqueza bruta, valor crítico para la sostenibilidad financiera. La proporción de familias en esta situación se eleva al 40% de las que tienen los ingresos más bajos e incluso al 47% entre los menores de 35 años.

Más desigualdades

Estos datos fotografían los efectos de dos grandes tendencias de los últimos años: por un lado el aumento de las desigualdades en la distribución del ingreso, entre categorías sociales y entre generaciones, y, por el otro, la concentración de recursos financieros en un reducido número de intermediarios que, por limitaciones regulatorias, estructuras de propiedad y, por tanto, homologación de las funciones objetivas, están muy poco al servicio del desarrollo social y económico.

Esto nos lleva a una de las paradojas de la reacción a la crisis de 2008. Entonces todos los gobiernos reconocieron la necesidad de evitar que los bancos se convirtieran en "demasiado grandes para quebrar" para evitar que la política pierda poder respecto a los mercados financieros. Pero algo salió mal: el "mercado" bancario ha experimentado tasas de crecimiento de concentración impresionantes durante los últimos años, particularmente en España. 

Esta concentración, sumada a la obsesión por la relación entre costes e ingresos inducida por reguladores y mercados, y a la innovación tecnológica (esto es un factor positivo), ha llevado a una importante reducción de la presencia territorial de los bancos. El número de sucursales bancarias en España descendió el 39% entre 2008 y 2017, dejando al 51% de los municipios sin ningún banco (respecto a 2008 hay 540 más, de un total de 8.124), donde hay una cuota del 2,7% de la población, lo que agranda el riesgo de exclusión financiera.

Menos bancos, pero más grandes, quienes tienen más dinero disponible, pero menos sucursales. ¿Qué hacen entonces? Vuelven al casino financiero. Exactamente el problema que después de Lehman los gobiernos querían remediar, con dos alertas destacadas:

- El mercado mundial de derivados vuelve a crecer: a finales de 2019 el valor de los derivados over-the-counter; es decir, negociados en mercados no regulados, alcanzó 559.000 billones de dólares (10 veces el PIB mundial).

- El nivel de automatización instantánea no se detiene y se acelera en los intercambios financieros (high-frequency-trading), que oscila entre el 50% y el 60% de las transacciones, lo que contribuye a la inestabilidad de los mercados y su sobrerreacción ante cualquier estímulo.

¿Qué proponen las finanzas éticas?

Cuando existe la mayor necesidad de crédito para la economía real, los reguladores bancarios hacen que sea cada vez más difícil para los pequeños bancos cooperativos, no orientados a maximizar las ganancias, hacer negocio. Los costes de compliance (la gestión, el cumplimiento normativo y la protección de riesgos) en el mercado crediticio han aumentado el 153% entre 2009 y 2019, +115% el aumento de su peso porcentual sobre los costes operativos. Son valores medios que, por economías de escala, pesan mucho más en los balances de los pequeños operadores.

La regulación perjudica a las entidades pequeñas

Es el caso de las finanzas éticas, pequeñas por dimensión pero con una gran función y que continúan creciendo. El ejemplo de Banca Etica, en Italia desde hace 20 años y desde hace seis en España como Fiare Banca Ética, lo demuestra. Este banco cooperativo contrasta con el mercado: el crecimiento medio de los préstamos supera el 10% anual. Y más de 350.000 clientes, con Etica Sgr, que gestiona únicamente fondos de inversión con orientación ética, a la que se le han confiado 7.000 millones de euros. Un total de 1.000 euros invertidos en el capital social de Banca Etica producen cada año importantes resultados sociales y medioambientales: un ahorro de 66 kg de CO₂, 40 días de acogida básica para migrantes en proyectos de acogida, 4 toneladas de residuos recuperados o reciclados, 3,1 personas insertadas en procesos de inclusión social y laboral, etc.

Hay alrededor de 60 instituciones financieras en el mundo que, con diferentes formas corporativas, operan sobre la base de objetivos de progreso social y reconversión ecológica (reunidos en la Global Alliance for Banking on Values). Y 200.000 bancos cooperativos, que nacieron hace más de 150 años como una respuesta autoorganizada a los fallos del mercado.

Con 500 millones de accionistas y activos que superan los 10 billones de dólares, las finanzas del mañana pueden nacer de esta intersección de respuestas antiguas y nuevas soluciones. La política de hoy no debería desaprovechar la gran oportunidad de favorecer su desarrollo.