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España, en el ocaso del régimen

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Mayo 2018 / 58

La movilización estudiantil francesa pasó casi inadvertida en españa. Aquí el objetivo de las protestas era acelerar el fin del franquismo, que daba ya señales de decadencia.

FOTO: ILUSTRACIÓN

El Mayo francés pasó inadvertido para la inmensa mayoría de los españoles, (des)informados entonces a través de unos medios de comunicación férreamente controlados por el régimen de Franco. En cambio, muchos recordarán 1968 como al año en que Massiel ganó Eurovisión con La, La, La, cuyo inérprete original, Joan Manuel Serrat, se negó a interpretar en castellano después de que TVE le prohibiera hacerlo en catalán. El gesto desafiante del Noi del Poble Sec indicaba que algo empezaba a cambiar en aquella España que ya vislumbraba el fin de la dictadura.

A diferencia de las protestas en París, nacidas del descontento de la juventud con la sociedad de consumo y avivadas por eslóganes maoístas, castristas y anarquistas, bajo las movilizaciones de los estudiantes españoles latía fundamentalmente el deseo de recuperar las libertades. La universidad fue, junto con el movimiento sindical, el Partido Comunista de España (PCE) y los importantes partidos a su izquierda, el motor de la lucha antifranquista.

Las manifestaciones estudiantiles de 1968 en España no tuvieron la trascendencia de las ocurridas 12 años antes, cuando un grupo de jóvenes liderados por Javier Pradera, Enrique Múgica y Ramón Tamames rompieron la hegemonía del franquista Sindicato Español Universitario (SEU), que fue derrotado de las elecciones universitarias. Los llamados Sucesos de 1956 causaron la dimisión del rector de la Universidad Complutense, Pedro Laín Entralgo, y la destitución del ministro de Educación, Joaquín Ruiz-Giménez. El Mayo español tampoco alcanzó la magnitud de las movilizaciones de 1965, que se cerraron con la expulsión de sus cátedras de intelectuales como Enrique Tierno Galván, Agustín García Calvo y José Luis López Aranguren, también en la Complutense. Un año después tuvo lugar la llamada Capuchinada, el asalto policial al Convento de Capuchinos de Sarrià, donde se celebraba la asamblea fundacional del Sindicato Democrático de Estudiantes, unos incidentes que desembocaron en el cierre de la Universidad de Barcelona y la suspensión de empleo y sueldo de unos 70 profesores.

El Sindicato Democrático de Estudiantes fue precisamente la organización más activa en las protestas de 1968, que coincidieron con una época de rápido crecimiento en el número de estudiantes universitarios. Como en Francia, aunque de manera más incipiente, los hijos de obreros comenzaban a entrar en las facultades.

La profesora Montserrat Garcelán recuerda que los estudiantes ensayaron entonces nuevas formas de lucha, como los comités de acción y las acciones directas. En su trabajo El Mayo del 68 francés y su repercusión en España, Garcelán pone como ejemplo la irrupción en el rectorado de la Universidad de Barcelona por parte de un grupo de estudiantes que arrojaron a la calle un busto de Franco que se rompe en mil pedazos.

A finales de la década de los sesenta el régimen daba tímidas señales de apertura. La Ley de Prensa, promulgada en 1966 y conocida como Ley Fraga por el entonces ministro de Información y Turismo, suprimió la censura previa y suavizó otras restricciones a la libertad de expresión. Mientras la mayoría de los diarios pusieron el acento en el carácter anárquico y violento de la revuelta en Francia, revistas progresistas como Triunfo analizaron con cierta profundidad el fenómeno.

La incipiente libertad de creación se notaba también en el cine, con la aparición de jóvenes realizadores como Vicente Aranda, Carlos Saura, Mario Camus y Basilio Martín Patino frente a las comedias costumbristas que dominaban la cartelera de la época. En música, la canción protesta y el rock eran cada vez más populares entre los jóvenes, cuyos gustos se acercan a los de los norteamericanos y otros europeos. El concierto ofrecido por el cantante valenciano Raimon el 18 de mayo de 1968 en la Facultad de Económicas de la Complutense, al que asistieron 6.000 personas, fue uno de los hitos de la protesta estudiantil.

El año 1968 también fue el primero en que ETA comenzó a matar. En el mes de junio la organizacion terrorista abatió a tiros al guardia civil José Antonio Pardines en un control de carretera en Villabona (Guipúzcoa) y dos meses después cometió su primer atentado planificado: el asesinato del jefe de la brigada político-social en Guipúzcoa, Melitón Manzanas, célebre por su papel de represor de la oposición. Se produjeron centenares de detenciones, encarcelamientos y deportaciones, que acabaron en 1969 con la declaración del Estado de excepción, el primero desde el fin de la Guerra Civil, y la apertura, el año siguiente, del Proceso de Burgos.

 

‘RÁPIDO CRECIMIENTO’

Los años sesenta del siglo XX fueron los del llamado milagro económico español, caracterizado por un rápido crecimiento, el auge de las clases medias y el éxodo del campo a la ciudad. España llegó a ser el segundo país del mundo con la mayor tasa de crecimiento, solo superado por Japón, y se convirtió en la novena economía global en términos de producto interior bruto. Las estadísticas oficiales muestran que a finales de 1968 solo había en paro 165.800 personas, el 1,3% de la población activa.

Unos años antes, los llamados técnocratas , muchos de ellos miembros del Opus Dei, habían desplazado a los falangistas del núcleo duro del poder para ponerse a los mandos de la economía. En 1959, Alberto Ullastres, entonces ministro de Comercio, y Mariano Navarro Rubio, ministro de Hacienda, pusieron en marcha el Plan Nacional de Estabilización Económica, que propició el fin de la autarquía reinante desde el final de la Guerra Civil. López Rodó, ministro de Planificación y Desarrollo, impulsó los célebres planes de desarrollo económico y social.

España se abrió a la inversión extranjera y comenzaron a llegar las multinacionales. En esa época nacieron o alcanzaron su momento álgido grandes empresas industriales en los sectores de la siderurgia (Ensidesa), el automóvil (Seat), la fabricación de barcos (Astilleros Españoles) y la minería (Hunosa). Todas ellas formaron parte del Instituto Nacional de Industria (INI), el holding industrial público creado tras la victoria franquista en la guerra y desaparecido en 1995.

En los años sesenta millones de españoles dejaron atrás la pobreza y se incorporaron a la rueda consumista que en Francia se bautizó como ‘metro, curro, casa’. Por primera vez, muchas familias tuvieron acceso a un piso en propiedad, a un coche y a una televisión. Fueron los años del boom de natalidad y de la llegada masiva de turistas, pero también los de la salida masiva de españoles para trabajar como mano de obra barata en Alemania, Francia y Suiza.

El milagro español no fue un caso aislado y se produjo en un contexto de fuerte expansión de la economía internacional tras la II Guerra Mundial. Como los demás países del sur de Europa, España se benefició de los bajos precios de la energía, las materias primas y los alimentos, así como de la facilidad de acceso a financiación. El país ingresó aquellos años en el Fondo Monetario Internacional (FMI), en el Banco Mundial y en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el club de los países ricos.

Las políticas desarrollistas de la etapa final del franquismo fueron devastadoras para las zonas rurales. El éxodo hacia el País Vasco, Barcelona y Madrid dejó vacías muchas comarcas del interior y condenó a la desaparición a centenares de pueblos.

La prosperidad acabó abruptamente en 1973, año en que estalló la crisis del petróleo. La gran industria tutelada por el Gobierno sufrió una traumática reconversión en los años ochenta.

Mientras duró, la época de bonanza económica trajo consigo profundos cambios sociales en la sociedad española. Por primera vez desde la derrota republicana en la guerra, muchos ciudadanos se dieron cuenta de que España podría aspirar a algo mejor y comenzaron a exigir (en las calles, en el trabajo y en el ámbito privado) la libertad.