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Impotencia europea y comercio

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Febrero 2017 / 44

COMERCIO: El juego de las multinacionales europeas y los intereses nacionales perjudican los intercambios. Europa es la zona económica que menos defiende su mercado interior

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

De todas las zonas económicas, la Unión Europea es, desde hace mucho tiempo, la región que menos activamente protege su mercado interior. No dispone del equivalente a la Buy American Act* ni de normas unificadas que permitan controlar las inversiones extranjeras en su territorio. Sus dirigentes son, y siempre han sido hasta el momento, fervientes defensores del libre comercio y de la libertad de circulación de capitales a escala mundial. El profundo movimiento de desindustrialización que ha sufrido Europa desde hace un cuarto de siglo, con excepción de Alemania, no ha afectado a ese consenso de las élites europeas, a pesar del daño social que ha engendrado y del aumento del voto contestatario que ha provocado. 

La ferviente creencia en el libre comercio de los dirigentes europeos ha resistido también a las dificultades por las que pasa la Organización Mundial del Comercio (OMC) desde hace una década, como demuestran las negociaciones de los tratados de libre comercio con Canadá y con Estados Unidos. ¿Cuál es la razón de semejante empecinamiento en no querer defender un mercado interior europeo, en no intentar oponerse más al dumping social y medioambiental y a las ayudas estatales que practican a gran escala otros actores económicos mundiales? Es el fruto de un doble movimiento.

En primer lugar, el mercado común, y luego único, se ha edificado sobre la primacía de la competencia en su seno. Fundamentalmente, ha sido en este ámbito en el que la Comisión Europea se ha dotado, desde el principio hace sesenta años, de amplios poderes y medios para actuar. Ha sido, sobre todo, la encargada de autorizar las fusiones entre las firmas europeas. Hasta hace poco, en las decisiones a este respecto, ha favorecido siempre el peso de esas firmas en el seno del mercado europeo, oponiéndose a toda fusión en la que ese peso fuera susceptible de traducirse en una “posición dominante”. Aunque, al final, ha puesto trabas con relativa poca frecuencia a operaciones de este tipo, esa doctrina ha disuadido a los “campeones nacionales” de los diferentes Estados europeos a fusionarse entre sí para constituir campeones europeos propiamente dichos. 


OPERACIONES DE FUSIÓN

Pero, aparte de las normas de competencia, las rivalidades persistentes complicaban, en cualquier caso, las operaciones de fusión entre firmas importantes de grandes Estados diferentes. Ha habido algunas excepciones, como la fusión, en 1999, entre la francesa Rhône-Poulenc y la alemana Hoechst, especialistas en química y farmacia, para formar Aventis, pero son muy raras y generalmente no han dejado buen recuerdo. 

Gracias a lo cual, desde hace sesenta años no ha surgido ninguna auténtica firma europea cuyo mercado principal sea el mercado interior continental. En lugar de intentar consolidarse con otros actores europeos, los ex “campeones nacionales ” han preferido, en el contexto de la globalización liberal de las últimas cuatro décadas, desplegar velas y dirigirse, primero a América y luego a Asia. En pocas palabras, en lugar de a fusiones tipo Fiat-Renault, hemos asistido a operaciones Fiat-Chrysler y Renault-Nissan.

Debido a ello, lo esencial del crecimiento (y de los beneficios) de las grandes firmas europeas (o, mejor dicho, de las grandes firmas que siguen siendo nacionales) que hoy cuentan en el Viejo Continente procede de fuera de Europa. Por esa razón, se oponen a cualquier forma de protección del mercado europeo, pues tienen miedo de que se establezcan medidas punitivas contra los mercados que representan para ellas el futuro.

Históricamente, todos los países, incluso Gran Bretaña y Estados Unidos, han tendido siempre a ser proteccionistas mientras no eran dominantes. Y si ocurría así no era únicamente porque los asalariados lo pedían para proteger su empleo y su nivel salarial, sino también, y sobre todo, porque las propias empresas lo exigían. Pero, desde hace décadas, en Europa ya no es así: las grandes empresas europeas son el adversario más implacable de cualquier proteccionismo. Los lazos entre los directivos de esas firmas y los dirigentes nacionales y europeos son muy estrechos, y sus lobbies, en Bruselas y en las capitales nacionales, poderosos.


EL TURBIO JUEGO DE LOS ESTADOS

La otra dinámica que impide a la Unión Europea dotarse de una política comercial más activa de protección de su mercado interior está relacionada con el juego de los Estados nacionales. En efecto, la política comercial pertenece, en teoría, a Bruselas: es, junto al clima, una de las raras esferas en las que las instancias europeas están habilitadas para negociar y llegar a acuerdos a escala internacional en nombre de sus miembros. Pero es un poder bastante teórico. 

La Comisión da prioridad a la competencia ante mercado común

Los ‘campeones’ nacionales temen a Bruselas y no se alían

Hoy, el principal problema que se le plantea a Europa, en lo que a desequilibrios comerciales se refiere, son las relaciones con China: la zona euro acusa con respecto a ese país un déficit comercial del orden de 100.000 millones de euros anuales desde hace diez años. Y ese déficit no se reduce. Todo lo contrario, en 2015 se agravó. A pesar de ello, la Unión Europea sigue siendo totalmente incapaz de negociar de potencia a potencia con China. No sólo porque las multinacionales europeas tienen tales intereses en el mercado chino que presionan a Bruselas para evitar medidas firmes hacia ese país, sino también porque, para llenar las arcas de sus “campeones nacionales”,  los dirigentes de los Estados europeos quieren poder continuar tratando por separado con los dirigentes chinos: unos, para intentar venderles centrales nucleares, otros, trenes de alta velocidad, o fábricas de automóviles.

En consecuencia, es imposible negociar de bloque a bloque con China. Esta se ha dedicado encantada, aprovechando las divisiones entre los Estados provocadas por la crisis de la zona euro, a “socorrer” a los países en crisis, obligados a vender sus joyas de la corona: las empresas chinas han comprado, entre otras cosas, EDP, la eléctrica portuguesa y el puerto de El Pireo. 

¿Está Europa condenada a la impotencia? No necesariamente. Acaba de reaccionar, aunque tarde, frente a las importaciones de acero chino a precios de dumping provocadas por el masivo exceso de capacidad de China en el sector. El 13 de diciembre pasado, los europeos se autorizaron a imponer  derechos aduaneros mucho más elevados. Por otra parte, la reciente compra de empresas tecnológicas alemanas emblemáticas, como el fabricante de robots Kuka o la especialista en semiconductores Aixtron (operación bloqueada por EE UU) ha despertado en Alemania una nueva sensibilidad por el control de la inversión extranjera en Europa.

En otro ámbito, el caso NSA-Snowden también ha puesto de manifiesto las graves consecuencias, incluidas las del ámbito de la libertades individuales, que podía tener la ingenuidad europea en sus relaciones con Estados Unidos y con las multinacionales estadounidenses de Internet. Eso ha quebrantado asimismo las convicciones tradicionalmente muy librecambistas de los alemanes. Además, el aumento del voto contestatario ha terminado por llevar a los dirigentes europeos a enfrentarse con más energía a la presión de las multinacionales como acabamos (por fin) de ver, en lo que a fiscalidad se refiere, en el caso Apple. Finalmente, Europa no podrá conservar una política activa de lucha contra el cambio climático si no está dispuesta a proteger sus fronteras contra las importaciones procedentes de unos países que se niegan a tomar medidas en ese sentido. 

 

* LÉXICO

Buy American Act: ley federal estadounidense que entró en vigor en 1933 y que impone al Gobierno estadounidense la compra de bienes producidos en Estados Unidos.