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“La renta universal es algo merecido” // Julien Dourgnon

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Abril 2017 / 46

No estamos ante un incentivo a la pereza costoso e inasumible, sino ante una contrapartida a nuestra pertenencia a la sociedad, opina este asesor del socialista francés Benoît Hamon

¿Por qué defiende la instauración de una renta básica universal? 

El trabajo asalariado ya no cumple su promesa de integración, es decir, de pleno empleo permanente para todos. Según el Insee, el instituto nacional de estadística francés, un tercio de la población activa no está satisfecha con el mercado laboral, son parados o trabajadores precarios. Debemos, pues, encontrar nuevos modos de inserción en la sociedad, como la renta universal, complementarios del contrato indefinido a tiempo completo, que hoy es relativamente escaso en las ofertas de empleo. Sobre todo, porque el trabajo, como actividad que contribuye a crear riqueza, existe más allá del empleo, fuera de la jornada laboral oficial. Leer un libro, informarse, participar en una comunidad online en torno al software libre, montar una guardería autogestionada… son también actividades productivas o potencialmente productivas.

Usted diagnostica también que, en parte, el sistema de protección social no se adapta a esos cambios. ¿Por qué?

La protección social actual ha sido concebida para una sociedad con pleno empleo en la que los individuos sólo sufren interrupciones en su empleo raras y breves. No responde satisfactoriamente a las necesidades de una sociedad instalada en el subempleo y el trabajo precario. Los responsables políticos intentan hacerle frente alargando la duración de las prestaciones por desempleo o ampliando la RSA (renta de solidaridad activa, en sus siglas en francés) de los dieciocho a los veinticinco años. Pero todas esas ayudas, por útiles que sean en el plano material, degradan la autoestima de sus beneficiarios, que son catalogados como excluidos, pobres… De ahí el interés de proporcionar una renta a todos, independientemente de la riqueza.

Si la gente humilde va hoy al médico sin tener la sensación de que se beneficia de una obra de caridad, sino de un derecho, es porque el millonario tiene acceso a ese derecho en las mismas condiciones que ella: la sanidad pública es incondicional y universal.

¿Qué otras razones justifican una renta universal?

En primer lugar, el capitalismo salarial sólo se sostiene mediante un aumento continuo de la producción y el consumo en un mundo cuyos recursos son, sin embargo, limitados. En segundo, el tiempo sólo conoce hoy dos períodos, trabajo y ocio. Por ocio entendemos un tiempo subjetivo, no productivo, asocial, marcado en gran medida por la norma implícita del consumo. Pero el ocio no es sólo un tiempo subjetivo, sino, potencialmente, un tiempo social, contributivo, productivo, de perfeccionamiento de su capital humano. Finalmente, pienso que el salario mina la legitimidad política de las democracias denominadas liberales, en las que el contrato ocupa un lugar fundamental. Nos hacen creer que es posible aceptar o rechazar un contrato laboral o negociar sus condiciones cuando generalmente se trata de una oferta que no se puede rechazar.

¿En qué medida la renta universal permite responder a esas limitaciones?

La renta universal rompe la relación exclusiva entre empleo y renta. Ya no se trata de suprimir el empleo o de decir que va a desaparecer. Seguirá siendo una fuente de distribución de las rentas primarias, es decir, como contrapartida de la riqueza producida. Pero junto a ellas, inventamos otra forma de renta primaria, la renta básica universal, que será continua, estable e incondicional. Devuelve poder de negociación a los individuos, pues una parte de su renta primaria deja de depender de la decisión del empleador o de los avatares del mercado laboral.

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

En segundo lugar, la renta universal valida implícitamente la participación de los individuos en unas actividades no remuneradas y que están fuera del empleo. Finalmente, dado que una parte de la renta primaria no tiene que ver con la producción mercantil y está garantizada, ofrece al individuo la ocasión de apartarse parcialmente del círculo infernal producción-consumo.

¿Se trata de una renta asistencial?

¡Todo lo contrario! La renta universal es algo merecido, una retribución como el salario para un asalariado o el dividendo para un accionista. Porque hay que considerar que la sociedad es un factor de producción y, por ello, debe remunerarse como el trabajo y el capital. Esa idea se opone a la del presidente de la organización patronal Medef, Pierre Gattaz, muy extendida en los medios conservadores, de que sólo se crea riqueza en el seno de la empresa. Es indudable que la empresa crea riqueza, pero también privatiza la riqueza pública. En un 99%, recicla un saber y un conocimiento técnico creados por otros. Se apoya en investigaciones, infraestructuras, instituciones fomentadas e iniciadas por el Estado y la sociedad.

La renta universal es un modo de recuperar esa riqueza pública privatizada en la empresa. Remunera al individuo como parte de un todo llamado sociedad. Como la contribución de cada individuo a la sociedad es imposible de calcular, pues la sociedad es un todo, parece lógico distribuir esa renta de modo igualitario.

¿La renta universal no es, pues, un instrumento de reforma de la protección social?

En mi opinión no tiene ninguna relación directa con la protección social actual. Esta última responde a dos lógicas. En primer lugar, a la de las prestaciones contributivas: “A través de mi empleo, cotizo y acumulo derechos al paro, a la jubilación, al seguro de enfermedad”. En segundo, a la de la solidaridad estatal, que se hace cargo de unas necesidades determinadas: accidentes laborales, renta mínima de inserción, subsidio para los discapacitados… Sin embargo, la renta universal sí cumple una función de protección social en el sentido de que garantiza la trayectoria vital de los individuos.

¿Se deben dejar como están los instrumentos de protección social o transformarlos?  Todo lo relacionado con la Seguridad Social debe mantenerse. Hay que rechazar el chantaje que supondría condicionar la implantación de la renta universal a la reforma de las prestaciones contributivas. No hay ningún imperativo financiero o económico que exija transformar los pilares de la Seguridad Social para implantar la renta universal. Sin embargo, hay cierto número de prestaciones financiadas por el Estado (los subsidios familiares, la renta mínima de inserción, la prima de actividad…) que se duplican con la renta mínima y que están llamadas a desaparecer.

¿Cómo se puede establecer en concreto la renta universal?

Podríamos comenzar —de un modo aparentemente modesto pero significativo por sus efectos— por una renta universal de 120 euros por adulto y 60 euros por niño desde su nacimiento, sin modificación de las ayudas y subsidios existentes. Concretamente, una persona que reciba la renta mínima de inserción, seguiría beneficiándose de ella y, además, tendría los 120 euros mensuales de la renta universal, lo que elevaría su renta a 650 euros y aumentaría su poder adquisitivo. Si esa persona encuentra el día de mañana un empleo, perderá su renta de inserción, pero seguirá recibiendo ese fijo que es la renta universal.

“El trabajo asalariado ha dejado de cumplir su papel integrador”

“La creación de riqueza existe fuera de la jornada laboral”

Esta primera fase puede financiarse totalmente mediante un impuesto único sobre el patrimonio inmobiliario y financiero del 0,8% anual a las empresas y los hogares. La segunda etapa va unida a una reforma fiscal de gran calado con el objetivo de fusionar el impuesto sobre la renta y la Contribución Social Generalizada (CSG) con unas franjas de imposición como las que propone el economista Thomas Piketty. También es posible optar por un impuesto único ligeramente progresivo a partir del primer euro de ingreso. Para generalizar una renta universal aún más elevada, por ejemplo, de 750 euros, será necesario apoyarse en ingresos fiscales adicionales, lo que depende de la relación de fuerzas políticas en la sociedad y de nuestra capacidad de ampliar la fiscalidad sobre el capital.