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Vuelve la amenaza nuclear

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Abril 2022 / 101

Ilustración
Andrea Bosch

Putin recuerda al mundo su poderío atómico tras modernizar en los últimos años su armamento, que incluye los nuevos misiles hipersónicos.

Hace 30 años, Ucrania era la tercera potencia nuclear del mundo, solo por detrás de Estados Unidos y Rusia. Acumulaba unas 5.000 cabezas atómicas, 44 aviones con capacidad estratégica y 178 misiles intercontinentales. El presidente que había llevado el país a la independencia, Leonid Kuchma, aceptó renunciar al inmenso poder que le otorgaba el arsenal atómico porque las cinco potencias nucleares del Consejo de Seguridad de la ONU le garantizaron su apoyo ante cualquier amenaza a la integridad e independencia del país.

El acuerdo se concretó en el Memorándum de Budapest, firmado en 1994 por Ucrania, Estados Unidos, Rusia y Reino Unido. Más tarde, Francia y China suscribieron compromisos similares. Moscú se llevó las 5.000 ojivas atómicas en solo dos años. Del gran potencial que suponía ese armamento dan idea estos datos: Rusia dispone ahora de unas 6.200 cabezas nucleares, EE UU posee unas 5.500 y China, 350. El total en todo el mundo se sitúa en torno a las 13.000. Cualquiera de esos arsenales puede acabar con la vida humana en la Tierra.

Salta a la vista que Vladímir Putin no ha cumplido los compromisos de Rusia y las garantías dadas por las otras potencias parecen papel mojado. También es evidente que, con sus amenzas de recurrir a las armas atómicas, el presidente ruso ha dado la puntilla al complejo entramado de acuerdos suscritos por Washington y Moscú desde la década de 1970 que pusieron fin a la guerra fría.

El equilibrio del terror

El primer gran acuerdo de los suscritos por EE UU y la URSS que se rompió fue el Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM), que limitaba el desarrollo de sistemas de protección ante los ataques nucleares. Fue un pacto firmado en 1972 por Richard Nixon y Leonid Brézhnev que respondía a una lógica perversa que, sin embargo, contribuyó a evitar la guerra atómica. Era la lógica del equilibrio del terror, la certeza de una destrucción mutua asegurada (en inglés MAD, loco) si una de las partes lanzaba el ataque, porque la réplica también iba a ser devastadora.

George W. Bush retiró a EE UU del tratado en 2002 y puso en marcha el escudo antimisiles, una serie de sistemas basados en la detección precoz de los eventuales misiles enemigos mediante grandes radares y el despliegue de proyectiles antibalísticos. La parte europea del escudo se activó en 2016, dos años después de la anexión de Crimea, al entrar en servicio las baterías antimisiles instaladas en Rumanía y las embarcadas en cuatro cruceros con base en Rota, además de un radar en Turquía.

Pase lo que pase, el regreso de la lógica de la Guerra Fría parece inevitable

El 1 de marzo de 2018 puede ser considerado el día que Putin relanzó Rusia como gran potencia nuclear. En una sesión solemne del Consejo de la Federación en la que llegó a proyectar un vídeo que simulaba un ataque a EE UU, el presidente ruso enumeró su nuevo armamento nuclear. Lo presentó como una modernización necesaria para la defensa del país tras el abandono estadounidense del tratado ABM.

"Un arma ideal"

De entre todos los sistemas de armas, Putin destacó como gran novedad los misiles hipersónicos, capaces de alcanzar velocidades de entre 6.000 y 12.000 kilómetros por hora. Los presentó de manera teatral. “Los expertos militares”, dijo, “creen que esta arma sería extremadamente poderosa y que su velocidad la haría invulnerable a los sistemas actuales de defensa porque los misiles interceptadores no son suficientemente rápidos. Es bastante comprensible, por tanto, que los principales ejércitos del mundo busquen poseer un arma ideal”. Y tras una pausa agregó: “Amigos, Rusia ya posee esta arma”.

La preocupación por los misiles hipersónicos se reactivó en octubre pasado cuando el Financial Times informó de que China había efectuado dos ensayos durante el verano de 2021. Aunque los misiles balísticos en servicio desde hace décadas alcanzan velocidades hipersónicas en parte de su trayectoria, lo que diferencia el nuevo armamento es que no solo es muy rápido, sino que vuela a una altura relativamente baja y es maniobrable. Eso le permite modificar su trayectoria para eludir la acción de las defensas. 

Son abundantes los analistas que ponen en duda que los escudos antimisiles sean de una gran utilidad en caso de conflicto. Y también se cuestiona la viabilidad real de los misiles hipersónicos. Pero ambos sistemas están ahí, impulsando una nueva escalada nuclear, una carrera de armamentos que hace décadas que no se producía.

Pase lo que pase en Ucrania, se extiende la convicción de que el regreso a la lógica de la guerra fría va a ser inevitable y el nombre de George Kennan vuelve a estar de actualidad. Este diplomático estadounidense, destinado en la embajada de Moscú al acabar la Segunda Guerra Mundial, describió la política soviética como expansiva por naturaleza, en buena medida como fruto de su intrínseca inseguridad. Frente al expansionismo, la respuesta debía ser contundente, en consonancia con “la lógica y retórica del poder”. En un artículo publicado en 1947, Kennan subrayaba que EE UU debía adoptar “una política de firme contención, diseñada para confrontar con los rusos con una fuerza persistente en cada punto en que traten de perjudicar los intereses de un mundo pacífico y estable”.

Lenguaje agresivo

La respuesta que están dando EE UU y sus aliados a la invasión de Ucrania parece inspirada en la teoría de la contención de Kennan. Para tratar de evitar la expansión rusa, las medidas de represalia económica han alcanzado un nivel sin precedentes. Incluso el tono habitualmente prudente de Joe Biden ha derivado hacia un lenguaje más agresivo: frente a las amenazas nucleares de Putin ha respondido con alusiones a la tercera guerra mundial.

Kennan mostró pronto su desacuerdo con la forma en que Washington aplicó la disuasión, marginando los esfuerzos diplomáticos, lo que condujo a los dos bloques separados por el telón de acero y al equilibrio del terror. También criticó la ampliación de la OTAN (“es un trágico error”, dijo) tras la desaparición de la URSS. La ampliación de la Alianza es precisamente uno de los argumentos utilizados por Putin para lanzar el ataque.

La desaparición de la Unión Soviética acabó con un mundo bipolar y dio paso a una etapa de hegemonía de EE UU sin competencia. Eso ya se acabó también. La emergencia del poder chino y los esfuerzos de Putin por recordar que las bombas rusas siguen ahí van a dibujar un mundo distinto. Robert Gates, un republicano que fue secretario de Defensa con Bush hijo y siguió dos años con Obama, ha descrito el cambio que se avecina en The Washington Post: “Una nueva estrategia americana debe reconocer que afrontamos una lucha global de duración indeterminada contra dos grandes potencias que comparten el autoritarismo en casa y la hostilidad hacia Estados Unidos”. Cómo se concretará el nuevo equilibrio de poder ya se verá, pero es evidente que la amenaza nuclear vuelve a tener un papel protagonista.