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El planeta y la economía del ‘sharing’

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Noviembre 2015 / 30

Contaminación: Compartir, intercambiar o reciclar tienen buena prensa por sus efectos sobre el medio ambiente, pero su impacto positivo no es tan evidente

La nevera es el aparato que más se sustituye aunque funcione. FOTO: EVA SANLEANDRO

Comprar una lavadora de segunda mano, intercambiar una máquina cortacésped o compartir un trayecto en coche son, a primera vista, prácticas respetuosas con el medio ambiente. Permiten la reutilización de un bien o su uso en común, de modo que la economía colaborativa —o economía de compartir— contribuye, en principio, a la transición ecológica. Según la Agencia del Medioambiente y del Control de la Energía francesa, el 40% de los congeladores y de los frigoríficos sustituidos en 2011 todavía funcionaban. Lo mismo ocurría en el caso del 25% de las lavavajillas y en el del 4% de las lavadoras (1).  Y pese a que la duración técnica de un teléfono móvil se estima en más diez años,  los franceses cambian de aparato, de media, cada dos años y medio. [Los españoles resisten con el mismo terminal 18 meses, como media, según la plataforma medioambiental Recyclia].

Con la economía colaborativa la duración de uso del aparato aumenta; su utilización, pues, se  maximiza. Para un mismo nivel de servicio, se puede decir que esta economía permite producir menos y reducir la extracción de recursos, los residuos ligados a la producción y los residuos finales. Una maravilla para las sociedades enfrentadas al desafío del calentamiento global o  para las personas a las que les cuesta renovar sus bienes. Sin embargo, “el resultado en lo que al medio ambiente se refiere es en realidad menos evidente de lo que parece”, subraya el Instituto del Desarrollo Sostenible y de las Relaciones Internacionales (Iddri, en sus siglas en francés) (2).

De entrada, el efecto medioambiental de la economía colaborativa no es lo que motiva en primer lugar a los usuarios. En una encuesta realizada en 2014 por el Centro de Investigación para el Estudio y la Observación de las Condiciones de Vida (Credoc, en sus siglas en francés), sólo es citado por un 30% de los encuestados, muy por detrás de la motivación financiera (67%) y del vínculo social (47%) (3). 

 

¿HIPERCONSUMO?

Además, la economía colaborativa no significa necesariamente menos consumo global: el dinero economizado cuando se opta por el coche compartido puede ser utilizado después para pagar un viaje en avión a Indonesia. Es lo que se denomina “efecto de rebote”.

Algunas empresas, como Vodafone, han hecho de ello un argumento de venta, subraya el Iddri. Su oferta de alquiler a largo plazo de los teléfonos va unida a la posibilidad de cambiar de aparato anualmente, es decir, a un ritmo dos veces más rápido que la media actual. En cuanto a Airbnb y sus equivalentes, permite evidentemente un uso más intensivo del capital inmobiliario en un área geográfica determinada, limitando la necesidad de nuevas construcciones. Pero también baja el coste de los viajes a larga distancia, muy emisores de gas de efecto invernadero, y contribuyen indirectamente a su desarrollo. Las prácticas de la economía colaborativa que se basan en la donación, y no en la reventa, se libran de esta crítica: regalando no se economiza.

Otra cuestión es la de la durabilidad de los productos de uso compartido o que vuelven a ponerse en el mercado, entendiendo durabilidad tanto en el sentido de prolongación de la duración como en el de reciclabilidad y reciclaje efectivo. Las prácticas de compartir coche van en el buen sentido. Según la Ademe4, disminuye el número de kilómetros recorridos en coche en cerca del 50%, ya que es una práctica que generalmente complementa el uso del transporte colectivo. Pero, para ser sostenible, implica que el coche no se  desgaste más deprisa al utilizarse más. Autolilb, sistema parisino de coche compartido, ha tenido en cuenta este factor a la hora de concebir el producto. En cuanto a los usuarios, cada uno economizaría de media una tonelada de CO2 por año , según un estudio para la Ademe: si no pudieran compartir coche, tres cuartas partes de ellos habrían optado por un coche individual y sólo un cuarto habría elegido el transporte público.

 

DATO

1.5%

del consumo eléctrico mundial (el equivalente a 30 centrales nucleares) se gasta en el funcionamiento de los centros de datos movilizados por las plataformas de intercambio

 

Sin embargo, a largo plazo, estas prácticas tienen efectos ambivalentes: la eficacia del coche compartido puede animar a los poderes públicos a instalar menos líneas de transporte colectivo. Y el uso del coche sigue siendo contaminante. Además, al alargar la duración de vida de un producto se puede también frenar la difusión de adelantos tecnológicos que permitirían disminuir el consumo energético: tanto en el caso de los automóviles como en el de las neveras, los progresos entre generaciones de productos pueden ser considerables.

La economía de uso compartido implica también con frecuencia el transporte de los bienes trocados. Algunos intercambios se basan en la proximidad, como el alquiler de algunos aparatos del hogar o el coche compartido. Pero no es a menudo el caso de la reventa a través de Internet, a través de EBay, por ejemplo: del mismo modo que los productos nuevos, los de segunda mano deben a veces recorrer muchos kilómetros hasta llegar a su nuevo propietario. En este caso también se trata de una cuestión de nivel: si se multiplican las compras de segunda mano de bienes procedentes de todo el mundo, el efecto medioambiental positivo deja de ser evidente. 

 

LAS EMISIONES DE GOOGLE

Finalmente, si el uso de Internet ha dado un nuevo impulso a la economía colaborativa permitiendo que los usuarios se relacionen entre sí, es en sí mismo un gran consumidor de energía: hacer una búsqueda en Google o enviar un correo electrónico no son, en contra de lo que se podría pensar, neutrales desde el punto de vista medioambiental: según Alex Wissner-Gross, físico de la Universidad de Harvard, una consulta en Google genera 7 gramos de emisiones de CO2. Dos consultas emiten lo mismo que hervir agua en un calentador eléctrico para hacerse un té. Las plataformas de intercambio movilizan además unos centros de datos que son grandes consumidores de energía: a escala mundial representaban en 2013 el 1,5% del consumo eléctrico, es decir, el equivalente de la producción de 30 centrales nucleares. 

En otras palabras, la economía colaborativa sólo es buena para el medio ambiente si reúne cierto número de condiciones: durabilidad de los bienes producidos, optimización del transporte y cambio de la relación con el consumo.

(1). Étude sur la durée de vie des équipements électriques. http://ademe.typepad.fr/files/dur%C3%A9e-de-vie-des-eee.pdf Ademe, 2012.
(2). Économie du partage: enjeux et opportunités pour la transition écologique, Iddri, julio 2014.
(3). Société collaborative: l’argent d’abord, le partage aussi, Crédoc, abril 2015. www.credoc.fr/4p/274.pdf
(4). L’autopartage en trace directe: quelle alternative à la voiture particulière?, Ademe, 2014.